sábado, 7 de septiembre de 2024

El ángel del desconsuelo

 

El viajero, amante de los cementerios, que llega al de Montjuic, en Barcelona, lo primero que hace es poner en cuestión un mito: el del maravilloso enclave y las magníficas vistas, en definitiva, el de cementerio marino. Nada que ver con aquel que cantó Paul Valéry y en que reposan sus restos en Sète. Las vistas del de Montjuic caen sobre el puerto de Barcelona y apenas se puede ver el mar entre los millares de contenedores que allí se apilan. Eso sí, la disposición del cementerio es hermosa (y fatigosa, por sus cuestas) y, como cementerio prototípicamente burgués, encontramos monumentos funerarios excelentes. El que me cautivó de una forma más profunda fue el conocido Panteón Urrutia, obra del arquitecto Antoni Vila i Palmés, cuya figura principal, un ángel abatido, se piensa ser obra del escultor Josep Campeny Santamaría, sin total certeza.

 



Llama la atención que tan extraordinaria creación –de poco más de un siglo- no esté totalmente documentada. Pero también llama la atención otro hecho: el profundo desconsuelo del ángel. Sabemos, desde Tomás de Aquino, que los ángeles comparten con los cuerpos gloriosos las cualidades de claridad (luminosidad), agilidad (velocidad extrema en sus desplazamientos), sutileza (capacidad para atravesar cuerpos) e impasibilidad (no sufren dolores ni muerte). Por eso, resulta sorprendente encontrarnos un ángel tan desconsolado. No es que sea una novedad (ya los angelitos de Giotto –en la Capella degli Scrovegni en Padua- muestran un desgarro y desconsuelo extremo ante Cristo muerto). Diríamos que los artistas, olvidando la dogmática teológica, tienen tendencia a representar ángeles fieramente humanos.




 Buscando información en el ciberespacio sobre tan soberbia figura, leo que el escultor tal vez se inspiró en el Panteón de la reina María Cristina de Austria, por Antonio Canova. Es posible, aunque la melancolía del ángel palidece al lado del desconsuelo del león. El viaje por Cataluña deparará al viajero otras sorpresas. Una de ellas, en el Monasterio de Poblet. Allí, en el monumento funerario de Martín el Humano nos encontramos con un angelito tan desconsolado como el del Panteón Urrutia. Tal vez el autor de éste no tuvo que ir muy lejos para encontrar un precedente en que inspirarse.




P.S. Repasando el post me encuentro con que he cometido un error grueso. Veo que el monumento de Martín el Humano está firmado y descubro lo siguiente:

En la foto de cabecera vemos el sepulcro del rey Martín I el Humano, en el panteón real del monasterio de Santa María de Poblet. La obra es de Frederic Marés y fue inaugurada en 1952.

Con lo cual la parte final de mi argumentación en el post se cae de bruces. Y puede que el influjo sea en la dirección contraria. Pero era tan bonita la asociación que dejaré el post intacto: fue hermoso mientras duró.

jueves, 5 de septiembre de 2024

Un sociólogo nos comenta un poema: Norbert Elias

 

 

Norbert Elias (1897-1990), que estudió medicina, psicología y sociología, fue una figura muy destacada en este último campo, con obras fundamentales como La sociedad cortesana o El proceso de civilización. Leyendo hoy un librito suyo sobre cómo se muere en nuestro tiempo (La soledad de los moribundos), me encuentro con un pasaje en que cita un poema barroco alemán y lo comenta con brevedad, pero de forma magnífica. Luego lo relaciona con el maravilloso poema “To his coy mistress” (A su amada esquiva), de Andrew Marvell, cuya traducción (por Javier García Gibert) recogí hace años en este blog. Toda una lección de interdisciplinariedad. Lo cito:

 

 

Un poema de una época relativamente tardía como el siglo XVII quizá nos ayude a ver claramente esta diferencia. Es del poeta silesiano Christian Hofmann von Hofmannswaldau y lleva por título «Caducidad de la belleza»:

 

Con el tiempo al fin la muerte pálida

con su fría mano acariciará tus senos

empalidecerá el coral maravilloso de tus labios;

la nieve tibia de tus hombros se tornará fría arena;

el relámpago dulce de tus ojos,

el vigor de tu mano

por los que tal perece

a tiempo cederán.

Tu cabello que hoy del oro el resplandor alcanza

como un vulgar cordón deslucirán los años.

Tu bien formado pie,

tus graciosos andares

en parte tornarán al polvo

en parte serán nada, inanidad.

Nadie ya ofrendará a tu hermosura divina.

Esto y aún más que esto ha por fin de extinguirse.

Tan sólo tu corazón podrá vencer el tiempo

pues que en diamante lo talló Natura.

 

(…)

 

Una poesía como ésta surgió probablemente de un modo mucho más inmediato del trato social y convivencial de hombres y mujeres que la poesía altamente individualizada y privatizada de nuestros días. En ella se unen la seriedad y la broma de un modo que difícilmente encuentra hoy parangón. Quizá se tratara de un poema de ocasión que encontrara acogida en los círculos frecuentados por Hofmannswaldau y fuera muy celebrado por sus amigos y amigas. Faltan en este caso las notas solemnes o sentimentales que posteriormente solían ir unidas a los recordatorios de la muerte y la tumba. Que tal admonición vaya aquí unida a una alusión jocosa, muestra de manera especial la diferencia de actitud. Los amigos del poeta disfrutaron sin duda de este aspecto jocoso que muy fácilmente escapa al lector actual. Hofmannswaldau dice a la melindrosa bella que toda su belleza se ajará en la tumba: sus labios de coral, sus hombros blancos como la nieve, sus ojos relampagueantes, su cuerpo entero, se descompondrá... a excepción de su corazón, que es duro cual un diamante, ya que no escucha sus cuitas. En la paleta de los sentimientos —y de los poemas— contemporáneos es raro encontrar un paralelo con esta mezcla entre lo funerario y la travesura: una descripción detallada de la caducidad humana como estratagema en un flirt.