En un reciente viaje por
Italia, el amigo Javier me cuenta que en la Academia Carrara de Bérgamo se
encontró con un par de cuadros más que interesantes: un retrato del Aretino
hecho por Ticiano, y un encuentro de Montaigne con Tasso en la celda adonde le condujo
su locura. Y es que para nosotros el hallazgo de un cuadro, de una película o
un texto literario valiosos constituye siempre una circunstancia encomiable.
Esto me trae a la memoria
algunos de los descubrimientos personales hechos en museos no de los más
conocidos. Por ejemplo, en el de Bellas Artes de Burdeos descubrí el cuadro de
Henri Gervex Rolla, que es una
pintura que me subyuga. Pero de la que hoy quiero hablar es de otra, que me
causó profunda impresión cuando visité, ya hace un montón de años, la Wallace
Collection londinense.
Se trata de The harpsichord lesson, de Jan Steen
(1629-1679). Recuerdo que me pareció una manifestación muy palpable de la
relación entre amor y pedagogía, ese eros pedagógico, que era una idea muy asentada
entre las mías.
Vemos a una joven que toca su
clavecín y a un maestro ya entrado en años (aunque remozadamente vestido) que
se inclina hacia ella señalando algo con su dedo índice. La soledad de ambos, y
la mirada ligeramente lasciva del maestro, me hacían pensar en un trasfondo erótico
que invadía la apacible escena, máxime cuando aparecía una llave colgada de la pared
entre ellos (símbolo fálico, me decía el freudiano que había en mí por esa
época) y un cuadro encima de temática amorosa (con Venus y Cupido, e incluso se
percibe detrás una especie de gigante mayor asombrado).
El comentario de la página
web del museo viene a decir que el cuadro toma con humor algo burlesco esa
posibilidad erótica y que, de hecho, tanto Venus como Cupido duermen. No estoy
seguro de que Cupido duerma, tal vez esté intentando despertar a Venus (¿intentando
despertar el deseo de la joven?) He de decir que la importante presencia en la
colección de obras de François Boucher (con su refinado erotismo) debió actuar
como coadyuvante contextual de mi interpretación.
El tema de la lección de
música es muy habitual en la pintura holandesa del XVII (hay un cuadro de
Vermeer, bastante sobrio y casto, u otro de Gabriel Metsu, más ambiguo, entre los
muchos que se dedican a este asunto). Yo seguía pensando que una sugestión
erótica los debía acompañar de una u otra manera.
Cuál no sería mi sorpresa
cuando hoy, releyendo El pintor de la
vida moderna, de Baudelaire, me pongo a buscar las obras de Constantin Guys
en Internet (la primera vez que leí el texto apenas podía confrontar lo que
escribe Baudelaire con las producciones del pintor) y me topo con esta escena
que viene a ser una constatación –eso creo- de
mis antiguas ideas sobre el tema. En la página donde lo encuentro lo
presentan como The student and music
teacher.
Aquí la señora, que debía
hacer de carabina, se ha quedado dormida, lo que aprovecha el maestro para dar
un beso en la espalda (esa espalda que sugiere una nalga) de la discípula. La idea
que rondaba mi pensamiento aquí no puede ser más explícita, de manera que
podría llamar, para mis adentros, a esta pintura Quod erat demostrandum.