El texto de Menéndez Pidal, recientemente incorporado a este blog, me trae a la mente algunas consideraciones sobre el culteranismo. La primera, una mera anécdota jocosa; la segunda, una propuesta pedagógica que surge de la manera en que yo explicaba en clase ese fenómeno.
Empecemos por la broma. Según mi tío Jorge el gongorismo consistía en pedir un vaso de leche de la siguiente manera: Dame un recipiente cristalino del líquido perlino de la consorte del toro. Estos días en que leo la Filosofía de la elocuencia, del gran Antonio de Capmany, mucho me temo que el insigne catalán lo citaría como ejemplo de perífrasis viciosa. Pero es el caso que Pidal cita la respuesta de Góngora a una carta de censura por sus Soledades en que el ilustre cordobés, en un momento dado, suelta lo que sigue: “pues no se han de dar piedras preciosas a los animales de cerda”, lo que no deja de ser una desafortunada manera de aludir al pasaje evangélico (Mateo, 7, 6) sobre “echar perlas a los cerdos”. Parecería que cazamos a don Luis parodiando el gongorismo.
Hasta aquí la broma.
La consideración pedagógica viene a cuento de otra frase, ahora de Pidal, hacia el final de su ensayo: “Oscuridad, arcanidad, es principio que aparece como fundamental en la teórica del culteranismo y del conceptismo, estilos al fin y al cabo hermanos.” (El subrayado es mío.)
Cansancio producía ver en los manuales de Lengua y Literatura Españolas la tan cacareada oposición entre conceptismo y culteranismo como estilos opuestos que atendían, el primero, al fondo y a las ideas, y el otro, a la forma y las palabras, etc., etc., etc. En un conocido artículo de Fernando Lázaro Carreter, continuación en gran medida del de Pidal, “Sobre la dificultad conceptista” (recogido en Estilo barroco y personalidad creadora), el autor mostraba lo mucho que de común tienen los máximos representantes de las susodichas escuelas (Quevedo y Góngora) e insistía en sus conclusiones: “se ha señalado cómo Góngora tiene una base conceptista, que debe ser profundizada si queremos medir exactamente la magnitud de su originalidad (...) El culteranismo aparece, pues, como un movimiento radicado en una base conceptista.” (Subrayados míos.)
Esto me llevaba en clase a explicar ambos movimientos como variantes del estilo artificioso del barroco (en oposición a la naturalidad renacentista), que tiene siempre una base conceptista (persecución del ingenio a través del concepto: “acto del entendimiento que exprime [=expresa] las relaciones que existen entre los objetos”, según Gracián, y que conlleva la proliferación retórica de imágenes, antítesis, hipérboles, juegos de palabras… que lo caracterizan). Y por eso los denominaba yo: conceptismo, al estilo de Quevedo (si bien podemos distinguir un conceptismo de baja intensidad, el de Cervantes y Lope, heredero de la poética renacentista de la naturalidad expresiva, de un conceptismo de alta intensidad, el propio de Quevedo y Gracián), y conceptismo culterano al de Góngora (y seguidores: Calderón de la Barca, Paravicino, etc.).
¿Qué añadía Góngora al conceptismo? Lo deja claro en algunos pasajes que recoge Pidal en su artículo: la latinización expresiva, que afecta al léxico (el cultismo), a la sintaxis (el hipérbaton violento) y a los referentes clásicos (la alusión mitológica).
Me parecía una forma sencilla y pedagógica (aunque aquí va demasiado sintética, sin los ejemplos con que lo ilustraba en clase) de indicar lo que unía y separaba a ambos estilos.