jueves, 3 de octubre de 2019

Una nota sobre la imagen y el estilo en la prosa, con Salinger y Vargas Llosa como pretextos.





En el primer fragmento del capítulo VII de la segunda parte de La ciudad y los perros, que se dedica a los avatares del teniente Gamboa, tras su intento de aclarar la muerte del cadete Ricardo Arana en el colegio militar Leoncio Prado y que finalmente le conducirá -le penalizarán- a un destino anodino lejos de Lima y en el límite de la selva, nos topamos con el siguiente pasaje:


El teniente salió, sin pedir permiso al capitán. El patio de las cuadras estaba vacío, pero pronto sería mediodía y los cadetes volverían de las aulas como un río que crece, ruge y se desborda y el patio se convertiría en un bullicioso hormiguero.” (Seix Barral, 1976, p. 296)

Subrayo las dos imágenes que emplea el autor: se refiere a la salida de los cadetes de las aulas con el símil del “río” (que crece, ruge y se desborda, donde introduce de pasada otra imagen “ruge”), y luego utiliza la metáfora del “hormiguero” para representar el multitudinario movimiento del patio.
Lo llamativo es que son dos imágenes sencillas, manidas, casi coloquiales, podríamos decir, y el autor no hace nada por alterarlas (o desautomatizarlas), aunque sea mínimamente. Son imágenes muy básicas, pero eso sí, muy efectivas, crean perfectamente el efecto que quieren crear, sin distraer para nada al lector.
Vargas Llosa es, como escritor, dueño de un estilo preciso y eficaz, pero sin la menor floritura o refuerzo retórico. Es, ante todo y esencialmente, un gran constructor, un arquitecto de la novela.


En uno de los Nueve cuentos de J. D. Salinger, el tiulado “El periodo azul de Daumier-Smith”, que es casi un relato picaresco de un casi pintor que se pone a trabajar en una casi academia de dibujo que dirigen en Montreal unos japoneses, nos encontramos con este pasaje (Bobby es el padrastro del narrador, y ha traído al hotel que comparten una invitada):

La invitada era una mujer joven muy atractiva, divorciada hacía unos pocos meses, con quien Bobby salía bastante a menudo y a quien yo había visto en diversas oportunidades. Era una persona verdaderamente encantadora, y todos los intentos que hizo para lograr mi amistad, para persuadirme amablemente de que me despojara de mi armadura, o por lo menos del yelmo, fueron interpretados por mí como una velada invitación a meterme en su cama en cuanto me viniera bien, es decir, apenas pudiéramos esquivar a Bobby, que notoriamente era demasiado viejo para ella.” (Edhasa, 1986, p. 200).

En el original inglés:

The guest was a very attractive young lady, then only a few months divorced, whom Bobby had been seeing a lot of and whom I'd met on several occasions. She was an altogether charming person whose every attempt to be friendly to me, to gently persuade me to take off my armor, or at least my helmet, I chose to interpret as an implied invitation to join her in bed at my earliest convenience--that is, as soon as Bobby, who clearly was too old for her, could be given the slip.


Subrayo igualmente las imágenes tanto en la traducción castellana con en el original. Lo llamativo de Salinger, y es propio de su estilo, es cómo, partiendo de una imagen manida, la de “armadura” para referirse a la cerrazón de una persona, le añade un desarrollo inesperado, “yelmo”, que desautomatiza la imagen anterior y le da intensidad novedosa; por no atender a la sutil insinuación que el verbo “despojarse” (take off) propone si se lo relaciona con la frase que va a continuación (y que el personaje-narrador interpreta como propuesta erótica). Es otro concepto de estilo en la prosa, aquel que considera que la literatura tiene que dar un sentido más puro (más innovador, desautomatizado) a las palabras de la tribu, y que eso se suele conseguir poniendo en relación palabras que normalmente no lo están (o no lo están en el uso que en el texto se les da: “armadura” y “yelmo” sí están en relación, pero como vestuario de guerra, no para referirse a la cerrazón o cortedad de carácter).

Dos estilos, dos maneras. Reconozco que me siento más próximo al concepto de estilo de la prosa que maneja Salinger, pero eso no quita que valore, y mucho, la manera que tiene Vargas Llosa de construir un relato.

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