jueves, 14 de marzo de 2019

Otro fragmento de Mañach sobre pintura: La familia de Carlos IV, de Goya.

Jorge Mañach, el gran ensayista cubano, seguidor de Ortega y Gasset, alma de la Revista de Avance, prosista excelente, que alguna vez fuera denominado "la mejor prosa de América", cultivó también la pintura y la ilustración gráfica. Por eso conviene prestarle atención cuando escribe sobre pintura, porque, en efecto, domina muy bien la materia sobre la que reflexiona. De su libro sobre Goya, 1928, traemos al blog un comentario bastante ácido a "La familia de Carlos IV".

"Ese sardonismo característico le dicta lo más genial de su producción y, desde luego, su obra maestra, "La familia de Carlos IV" -acerba sátira plebeya contra una majestad de opereta; página de una elocuencia insuperada en la iconografía universal; alarde de penetración psicológica y de poder descriptivo, documento histórico de una veracidad y una audacia insobornables, que expresa como un pasquín el sentir popular en un momento ignominioso de la historia de España.
En el centro, aquella reina María Luisa, dos veces cortesana, cuyas veleidades impusieron a España la infausta dictadura del favorito Godoy, a quien la sátira decía:

Dejad de los estudios la molestia:
Para agradar a una bonita dama,
Basta con ser una bonita bestia. 

Ya se ve cuánto tenía María Luisa de bonita. En éste, como en todos los retratos que Goya le hizo, repugna a la primera ojeada su semblante en arista, descarnado y oleoso, con los ojos sin pestañas, la nariz gacha y el duro frunce de la sonrisa. La figura toda, con su largo y rígido desgarbo, es digna pareja de la humanidad borreguil de Carlos IV. Goya ha sugerido impiadosamente la ironía de su corona, y como para acentuar el contraste o reivindicar la dignidad humana, ha colocado entre los cónyuges esa deliciosa figurilla asustada del infantito don Francisco de Paula, laciamente sujeto por una mano materna que nunca fue maternal. Parejos derroches de observación satírica en las demás caras, sobre todo en la mustia del infante don Antonio, que emerge sobre el hombro izquierdo del Rey, y en esa ave de rapiña que se asoma al fondo, cerca de la silueta penumbrosa del propio Goya. Este ha llevado su malignidad y su ironía hasta el énfasis en la reproducción de las bandas, cruces y demás zarandajas del indumento palaciego. Todo el cuadro, que Teófilo Gautier describió como "la familia de un bodeguero que se ha sacado el premio gordo", es un delito de lesa majestad. No obstante, los reyes quedaron contentísimos con él, sin duda por verse enaltecidos con tan escénico aparato. Lástima que la historia no haya registrado las frases con que Goya recibió las regias felicitaciones."

(págs. 44-45)



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