lunes, 12 de marzo de 2018

TE DOY MIS OJOS. Nuestra CASA DE MUÑECAS


El reciente pase televisivo de este magnífico filme me lleva a desempolvar este texto que escribí hace años para la revista del IES Berenguer Dalmau de Catarroja:

Así comienza un hermosísimo romance de Góngora, en que una joven lamenta la partida de su esposo para la guerra:


La más bella niña
de nuestro lugar,
hoy viuda y sola
y ayer por casar,
viendo que sus ojos
a la guerra van,
a su madre dice
que escucha su mal:

Dejadme llorar
orillas del mar.


De varias maneras se pueden interpretar esos "ojos" del quinto verso. Como que el esposo, objeto de deseo, se lleva tras de sí la mirada de su amada; o más bien, como que la amada ha delegado en su amado la facultad de ver, de entender, de situarse en el mundo. Por eso, la pesadumbre de su soledad.

Esto viene a propósito de una de las películas más sobresalientes de esta temporada, la que arrasó en los premios Goya de este año: Te doy mis ojos, de Iciar Bollaín. Film excelente por muchos motivos. Entre otros por tratar un asunto tan candente como los malos tratos domésticos evitando cualquier asomo de maniqueísmo sin renunciar, por otra parte, a cierta intención didáctica.

En efecto, la película se articula en torno a dos huidas del hogar. Al comienzo vemos cómo Pilar, el rostro desencajado, ahogada la respiración, presa de un ataque de pánico, despierta a su hijo pequeño, para abandonar el hogar y buscar refugio en casa de su hermana Ana.

Huye de la violencia de su marido, Antonio, de la que nos damos cuenta por restos de comida pegados en la pared de la cocina, y por unos documentos que descubre Ana de continuas visitas a urgencias hospitalarias.

Ana le conseguirá un trabajo a Pilar, de taquillera en la iglesia de Santo Tomé de Toledo, y Antonio buscará ayuda psicológica para vencer sus arrebatos de ira, al tiempo que reemprenderá un proceso de seducción de su esposa, por medio de regalos principalmente (flores, pendientes).

Así las cosas, vuelven a verse y citarse clandestinamente. En uno de estos encuentros, van a casa de Ana, sin nadie en ese momento. Allí, desnudos en la cama, recuperan un juego amoroso habitual en ellos (data de los inicios de su relación), que consiste en que Antonio le va pidiendo partes de su cuerpo, y Pilar se las va entregando. Él le pide sus brazos, sus piernas, sus dedos, su cuello, sus pechos, su espalda… que ella le va concediendo, al tiempo que se van excitando. Ya en plena unión sexual ella, sin que le sean pedidos, le dice: "Te doy mis ojos, mi boca…".

Como en el caso de la joven del romance, Pilar, ciega de deseo y amor, entrega sus ojos a su amado: le entrega su capacidad de ver, de entender… de ser, como más tarde descubrirá.

Vuelve al hogar, al tiempo que progresa en su trabajo (sigue unos cursos que le permitirán realizar visitas guiadas en los museos). Su esposo sigue con su terapia y con sus regalos (ahora un libro de arte, donde ella estudia su profesión futura). Pero las cosas no tardan en torcerse. Un día que van al campo, para ayudar al hermano de Antonio a construirse un chalet, el beneficiado se burla ocasionalmente de su hermano. Cuando regresan en coche toda la frustración que éste encierra se dispara en un ataque de ira. Enloquecido pega golpes al vehículo, mientras su mujer e hijo lo observan con pavor.

Es ahora el crecimiento personal de su mujer lo que comienza a amenazar a Antonio, y hacia sus intereses y trabajo se dirigirán sus reproches y descalificaciones. Hasta que un día en que Pilar tiene que ir a Madrid a una entrevista laboral, los celos desbordan la resistencia de Antonio y su inseguridad se trueca en agresión: desnudará a su mujer, la humillará, la ridiculizará, destruirá el libro que le regaló…

Cuando Pilar va a la policía a realizar una denuncia que no se concreta, manifestará: "Lo ha roto todo". El policía, perplejo, que no ve aparentes daños externos, no acaba de comprender. Todavía habrá un episodio violento más: Antonio chantajea a su mujer con amenaza de suicidio, y de hecho incurre en un acto de autoagresión.

La decisión está tomada. Pilar le deja el hijo a su hermana, y con dos amigas, se dirige a su casa, donde, sin palabras y ante el estupor de su marido, recoge sus cosas y se va. La segunda huida que cierra el film.

Poco antes le ha dicho a su hermana: "Tengo que verme. No sé quién soy. Hace mucho tiempo que no me veo".

Y es que si se entregan los ojos, uno deja de ver, pero también de ser. Por eso, parece decirnos la película, los ojos nuestros son intransferibles, y el juego a que se entregaban Pilar y Antonio no sólo era engañoso (todo lo daba ella), sino tremendamente peligroso.

Ha pasado ya más de un siglo desde que Henrik Ibsen escribió su fundacional Casa de muñecas, en que Nora Helmer, sintiéndose minusvalorada en su hogar, lo abandona para intentar llegar a saber quién es. Golpes, humillaciones y agresiones sin cuento ha tenido que sufrir nuestra particular Nora para tomar la decisión de abandonar el hogar y salir al encuentro de sí misma.

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