lunes, 21 de noviembre de 2016

Un dilema ético (comentado por Enzensberger)

Años ha me vino un día Ana Valero aterrada, porque en clase de Ética les había contado a sus alumnos el relato de Eça de Queiroz El mandarín, y a la pregunta de si mandarían al otro mundo a un desconocido apretando un botón, a cambio de una enorme cantidad de dinero y pudiendo permanecer impunes, el 80 o 90 % de la clase contestó que sí lo harían. La tranquilicé (o por lo menos me tranquilicé yo) diciéndole que eso no eran más que puras suposiciones: uno no sabe cómo va a reaccionar ante una situación límite.

Me congratula ver que la visión de Hans Magnus Enzensberger (uno de mis maîtres á penser) en un pasaje de La gran migración (1992) coincide con la mía:



Un bote salvavidas abarrotado de náufragos. Rodeados de fuerte oleaje, más náufragos manteniéndose a duras penas a flote ¿Cómo deben comportarse los ocupantes del bote? ¿Deben repeler o incluso cortar la mano del náufrago que se aferra desesperanzado a la borda? Cometerían homicidio ¿Izarlo a bordo? Provocarían el hundimiento del bote con toda su carga de supervivientes. Este dilema forma parte del repertorio habitual de la casuística. A los moralistas y a todos cuantos se estrujan el cerebro sobre tales situaciones límites, les suele pasar desapercibido el detalle de que lo están haciendo en secano. Y precisamente este “sí, pero” hace fracasar todas las reflexiones abstractas, cualquiera que sea el resultado al que pudieran llegar. El mejor de los propósitos fracasará irremisiblemente por culpa del ambiente apacible del seminario, porque nadie puede afirmar de forma creíble cómo se comportará llegada la hora de la verdad.”

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