700 ANIVERSARIO DEL AUTOR DE 'EL DECAMERÓN'
Fortuna de Giovanni Boccaccio
Alberto Manguel 4 JUL 2013
El escritor
italiano Giovanni Boccaccio (1313-1375).
Fue un precursor iluminado de la
gran literatura renacentista, y pudo escribir tanto en el latín de su amado
Cicerón como en la nueva lengua toscana que compartió con Dante y Petrarca.
Este último fue su maestro y lo incitó a conocer los clásicos paganos, pero
Dante fue su ídolo. Como crítico literario, Boccaccio fue uno de los primeros y
más astutos lectores de Dante, y el autor de su primera importante biografía,
estableciendo el método de lectura de la Comedia (a la cual dio el epíteto de
“divina”) empleado aún hoy por los especialistas dantescos, que consiste en
analizar el poema canto por canto y verso por verso (antes de su muerte en 1375
sólo llegó a comentar los diecisiete primeros cantos del Infierno). Como
lingüista, Boccaccio se convirtió en uno de los más ardientes defensores de la
lengua y la literatura griegas en Italia, ufanándose de haber rescatado a
Homero para sus contemporáneos. Como narrador, compuso una de las primeras
novelas psicológicas, la epistolar Elegía de Madonna Fiametta y
también, sobre todo, una de las más entretenidas colecciones de cuentos de
todos los tiempos, El Decamerón.
Los herederos de Boccaccio son
numerosos y a veces inesperados. En Inglaterra, Chaucer compuso sus Cuentos
de Canterbury inspirado en su lectura de El Decamerón, y
Shakespeare conoció su Filostrato antes de escribir Troilo y
Crésida. Sus Poemas pastorales ayudaron a popularizar en Italia
el género que luego retomaron Garcilaso y Góngora en España y su humor,
inteligencia y desenfado pueden sentirse en autores tan diversos como Rabelais
y Bertold Brecht, Mark Twain y Karel Capek, Gómez de la Serna e Italo Calvino.
Es sorprendente que sólo El
Decamerón haya sobrevivido al descuido y a la pereza de los lectores y si
hoy, ocho siglos después de su nacimiento, decimos que Boccaccio es un clásico,
es a esa prodigiosa colección de narraciones que el autor debe su fama. El
resto de sus notables escritos —desde su revolucionario compendio prefeminista,
Acerca de mujeres famosas, hasta su monumental Genealogía de
los dioses paganos— han sido mayormente olvidados. Su obra más célebre, El
Decamerón, es recordada menos como un gran fresco literario, inmenso
retrato de la apasionada y compleja Italia del siglo XIV, que como una
recopilación de anécdotas más o menos escabrosas, juzgadas obscenas. Para la
mayoría del público, sobre todo para aquellos que no lo han leído, El
Decamerón consiste exclusivamente en bromas soeces, adulterios,
infidelidades y orgías protagonizadas por campesinos priápicos, aldeanas
ninfómanas, nobles insaciables, curas lúbricos y monjas desvergonzadas.
Casi desde su difusión inicial,
la censura contribuyó en no poca medida a la celebridad de Boccaccio. El
Decamerón fue condenado desde el púlpito, incluido en el Index de
la Iglesia
católica, tachado de pornografía por las autoridades aduaneras del mundo entero
y echado a la hoguera en sitios tan diversos como el sur de Estados Unidos y la China de Mao. Durante el
franquismo, audaces libreros vendían a escondidas ejemplares pirateados,
empaquetados en papel marrón.
Por supuesto, a pesar de la
constreñida lectura de los censores, la calidad erótica de El Decamerón
es sólo uno de sus matices, y por cierto no el más importante. Bajo la sombra
de la terrible peste que azotó Florencia en el siglo XIV, los cuentos que
comparten los diez jóvenes que escapan de la ciudad contaminada son una crónica
del mundo en el que viven. Amores, tragedias, embustes, traiciones, amistades
fieles, promesas cumplidas e incumplidas, confabulaciones, crisis de fe,
subversiones y momentos de epifanía componen un mosaico bullicioso y
sobrecogedor en el que la peste que enmarca a los narradores (y a la narración
misma) se convierte en una suerte de memento mori, recordándoles a la
vez su propia mortalidad y su inescapable condición de seres conscientes en un
mundo difícil e injusto. Boccaccio consideraba la Comedia de Dante
como la obra literaria más perfecta; componiendo El Decamerón quiso
tal vez responder a esa sublime visión ultraterrena con la suya, humildemente
arraigada en este mundo.
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