Ahora que preparamos un
breve viaje a Almagro, para contemplar lugares de la ruta cervantina y asistir
a una función de teatro barroco en el corral de comedias, bueno será recordar
otro viaje, de nuestro pasado, que constituyó un hito pedagógico en la historia
de nuestro país y una inolvidable experiencia para todos los que formaron parte
de él: me refiero al Crucero Universitario por el Mediterráneo, que tuvo lugar
en el verano de 1933 y que, organizado por Manuel García Morente, insigne
filósofo y a la sazón decano de la
Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, contó con los
auspicios del Ministerio de Instrucción Pública republicano y su titular
Fernando de los Ríos, y de la colaboración de notables figuras de la vida
intelectual de la época, como José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón (cuyos
hijos participaron en el evento).
Se trataba de organizar un viaje de fin de carrera, en el
que durante mes y medio se visitaran numerosos lugares del Mediterráneo,
conocidos por su notable importancia en la historia de Occidente (su arte,
filosofía, arquitectura, etc.), y que permitieran a los estudiantes contemplar in situ muchas de las cosas que había
aprendido, teóricamente y en los libros, durante su estancia en la Universidad.
Partiendo de Barcelona en el barco Ciudad de Cádiz, visitarían sitios como Cartago en Túnez, la isla
de Malta, Egipto, con Alejandría, El Cairo y sus pirámides, Tierra Santa
(¡Jerusalén!), Creta (para visitar la patria del Greco), Roda, Estambul, Grecia
(Atenas y la Acrópolis ,
pero también Micenas, Nauplia y Delfos), Sicilia (con Siracusa y Palermo),
desde allí a Nápoles y Pompeya, para volver hasta Valencia pasando por Palma de
Mallorca. ¡Asombroso periplo!
Pero eso no es todo, los estudiantes viajaban acompañados
por un grupo de profesores, entre los que se encontraban importantes figuras de
la cultura de la época. No sólo Morente, el organizador y alma del proyecto,
sino Elías Tormo, el titular de la primera cátedra de Historia de Arte que hubo
en España, y su colega Manuel Gómez-Moreno, los filólogos Joaquín de
Entrambasguas y Ángel González Palencia, los historiadores Ballesteros Beretta
y Ballesteros Gaibrois (padre e hijo), el arqueólogo Lluis Pericot, el filósofo
Juan Zaragüeta, entre otros. También jovencísimos profesores que luego tendrían
trayectorias de enorme prestigio, como el filólogo Guillermo Díaz-Plaja y el
historiador del arte Enrique Lafuente Ferrari. Durante la singladura daban
conferencias sobre los sitios que se iban a visitar o temas de interés general,
y luego en los lugares actuaban como guías en las visitas que efectuaban. A la
vuelta, desde Nápoles, pudieron gozar de la presencia en el barco de Ramón del
Valle-Inclán, todo un clásico vivo de la literatura española para esas fechas.
Con ser todo esto impresionante, hay otra cosa aún más
llamativa, y es la cantidad de futuras figuras de la cultura española que se
encontraban en ese momento entre los estudiantes. Aparte de nombres destacados
por su apellido, como los anteriormente referidos hijos de Ortega y Gasset y
Gregorio Marañón, o el de Menéndez Pidal, o la hermana de García Lorca, o la
hija del ministro de Instrucción Pública, no puedo dejar de citar a los
filósofos Julián Marías, Manuel Granell o Antonio Rodríguez Huéscar, a los
historiadores Luis Díez del Corral o Jaume Vicens Vives (al que conocemos,
entre otras cosas por le editorial que creó), al arquitecto Fernando Chueca
Goitia, al helenista Antonio Tovar, o al poeta catalán Salvador Espriu, todos
ellos eminentes personalidades de la cultura española de postguerra.
Verdaderamente un hito pedagógico y un momento glorioso
de la historia de cultural de nuestro país, al que las bombas de la inminente
guerra incivil pondrían término de
manera horrenda.