domingo, 26 de abril de 2015

Un hito pedagógico en la historia de España: el Crucero Universitario por el Mediterráneo (1933)

Ahora que preparamos un breve viaje a Almagro, para contemplar lugares de la ruta cervantina y asistir a una función de teatro barroco en el corral de comedias, bueno será recordar otro viaje, de nuestro pasado, que constituyó un hito pedagógico en la historia de nuestro país y una inolvidable experiencia para todos los que formaron parte de él: me refiero al Crucero Universitario por el Mediterráneo, que tuvo lugar en el verano de 1933 y que, organizado por Manuel García Morente, insigne filósofo y a la sazón decano de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, contó con los auspicios del Ministerio de Instrucción Pública republicano y su titular Fernando de los Ríos, y de la colaboración de notables figuras de la vida intelectual de la época, como José Ortega y Gasset y Gregorio Marañón (cuyos hijos participaron en el evento).
            Se trataba de organizar un viaje de fin de carrera, en el que durante mes y medio se visitaran numerosos lugares del Mediterráneo, conocidos por su notable importancia en la historia de Occidente (su arte, filosofía, arquitectura, etc.), y que permitieran a los estudiantes contemplar in situ muchas de las cosas que había aprendido, teóricamente y en los libros, durante su estancia en la Universidad. Partiendo de Barcelona en el barco Ciudad de Cádiz, visitarían sitios como Cartago en Túnez, la isla de Malta, Egipto, con Alejandría, El Cairo y sus pirámides, Tierra Santa (¡Jerusalén!), Creta (para visitar la patria del Greco), Roda, Estambul, Grecia (Atenas y la Acrópolis, pero también Micenas, Nauplia y Delfos), Sicilia (con Siracusa y Palermo), desde allí a Nápoles y Pompeya, para volver hasta Valencia pasando por Palma de Mallorca. ¡Asombroso periplo!
            Pero eso no es todo, los estudiantes viajaban acompañados por un grupo de profesores, entre los que se encontraban importantes figuras de la cultura de la época. No sólo Morente, el organizador y alma del proyecto, sino Elías Tormo, el titular de la primera cátedra de Historia de Arte que hubo en España, y su colega Manuel Gómez-Moreno, los filólogos Joaquín de Entrambasguas y Ángel González Palencia, los historiadores Ballesteros Beretta y Ballesteros Gaibrois (padre e hijo), el arqueólogo Lluis Pericot, el filósofo Juan Zaragüeta, entre otros. También jovencísimos profesores que luego tendrían trayectorias de enorme prestigio, como el filólogo Guillermo Díaz-Plaja y el historiador del arte Enrique Lafuente Ferrari. Durante la singladura daban conferencias sobre los sitios que se iban a visitar o temas de interés general, y luego en los lugares actuaban como guías en las visitas que efectuaban. A la vuelta, desde Nápoles, pudieron gozar de la presencia en el barco de Ramón del Valle-Inclán, todo un clásico vivo de la literatura española para esas fechas.
            Con ser todo esto impresionante, hay otra cosa aún más llamativa, y es la cantidad de futuras figuras de la cultura española que se encontraban en ese momento entre los estudiantes. Aparte de nombres destacados por su apellido, como los anteriormente referidos hijos de Ortega y Gasset y Gregorio Marañón, o el de Menéndez Pidal, o la hermana de García Lorca, o la hija del ministro de Instrucción Pública, no puedo dejar de citar a los filósofos Julián Marías, Manuel Granell o Antonio Rodríguez Huéscar, a los historiadores Luis Díez del Corral o Jaume Vicens Vives (al que conocemos, entre otras cosas por le editorial que creó), al arquitecto Fernando Chueca Goitia, al helenista Antonio Tovar, o al poeta catalán Salvador Espriu, todos ellos eminentes personalidades de la cultura española de postguerra.

            Verdaderamente un hito pedagógico y un momento glorioso de la historia de cultural de nuestro país, al que las bombas de la inminente guerra incivil pondrían término de manera horrenda.

jueves, 23 de abril de 2015

Algunas imágenes del montaje de LAS TROYANAS

Primero pongo una foto del museo de Sagunto con vestuarios de Andrómaca (rojo), Hécuba (negro) y Polixena (blanco) y luego un par de momentos de la obra:


sábado, 18 de abril de 2015

Caupolicán, de Rubén Darío (Comentario de texto: Lázaro Carreter)

En aquellos magníficos libros de texto de Lengua española, que publicaba Anaya (azules y de formato cuadrado), con los que empecé a trabajar a principios de los 80 (desde entonces todos los otros manuales que he ido manejando han sido progresivamente peores: ¡vaya un progreso!) y que firmaban Fernando Lázaro Carreter y Vicente Tusón, se notaba bastante claramente la prodigiosa mano del maestro de maestros. En el de 1º de BUP venían unos comentarios de texto, excelentes, en los que se seguía la metodología de comentario que Lázaro Carreter, junto con Evaristo Correa Calderón, habían introducido en nuestro país con otro célebre manual, Cómo se comenta un texto literario (también el primero, y el mejor, de los que al comentario de textos se han dedicado). Pues bien, traigo hoy a este blog un magnífico comentario de un poema de Rubén Darío que recientemente hemos aprendido en clase de memoria. El texto lo he conseguido localizar en el ciberespacio, pero sin nombre de autor o apócrifamente utilizado. Aquí lo restituyo a sus creadores. Es de bien nacidos ser agradecidos.

Introducción.
            Como es bien sabido, el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) no es sólo una de las figuras máximas de las letras hispanoamericanas, sino también uno de los grandes renovadores de la poesía española contemporánea. Gran conocedor, ante todo, de poetas franceses, aunque también de clásicos y españoles, hace triunfar en todo el ámbito de la literatura en lengua castellana el Modernismo, movimiento que reacciona contra el prosaísmo dominante en la poesía anterior y que se propone un profundo enriquecimiento de la lengua poética (ritmos, efectos sensoriales, vocabulario, etc.).
            En los principales libros de Rubén (Azul, 1888; Prosas profanas, 1896; Cantos de vida y esperanza, 1905), alternan las evocaciones exóticas, los sentimientos íntimos, los temas españoles e hispanoamericanos. Junto a esta variedad temática, aparece siempre -como nota común- una gran brillantez estilística.
            El soneto Caupolicán (del libro Azul) es una buena muestra de los temas americanos. El asunto tiene viejas raíces: Alonso de Ercilla (1533-1594) contaba al principio de La Araucana -epopeya de la conquista de Chile- aquella famosa prueba con que los indios araucanos eligieron a su caudillo, y que consistía en ver quién era capaz de llevar durante más tiempo un pesado tronco sobre sus hombros. Caupolicán salió vencedor y fue proclamado Toqui (jefe de estado en tiempos de guerra).
            He aquí el poema de Rubén Darío:
Texto.
Es algo formidable que vio la vieja raza;
robusto tronco de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido, cuya fornida maza
blandiera el brazo de Hércules o el brazo de Sansón.

Por casco sus cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal guerrero, de Arauco en la región;
lancero de los bosques, Nemrod (1) que todo caza,
desjarretar (2) un toro o estrangular un león.

Anduvo, anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
le vio la tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el tronco de árbol a cuestas del titán.

"¡El Toqui, el Toqui! ", clama la conmovida casta.
Anduvo, anduvo, anduvo. La aurora dijo "Basta",
e irguióse la alta frente del gran Caupolicán.

1 Nemrod: Legendario rey de Babilonia. La Biblia lo llama "poderoso cazador ante Dios".
2 desjarretar: cortar las patas o -aquí- derribar.

Contenido y estructura.
            Del episodio narrado ampliamente por Ercilla en su poema épico, Rubén Darío, con intención épico-lírica, retiene los rasgos que le parecen esenciales: la colosal fortaleza del héroe indio y lo grandioso de su hazaña. Así pues, el soneto es, ante todo, una descripción física (o prosopografía) de Caupolicán, seguida de un relato condensado de su proeza.
            Esos dos aspectos del contenido se corresponden con las dos partes que suele presentar todo soneto: en las dos primeras estrofas se recoge la descripción del héroe; en las dos últimas, se cuenta su hazaña.

miércoles, 15 de abril de 2015

Sobre la contemplación artística: Romano Guardini.



Lo que aquí se requiere al captar la obra de arte no es sólo ver u oír, como ante los demás objetos que nos rodean; ni aun un disfrute y satisfacción, como ante alguna cosa placentera. La obra de arte, más bien, abre un espacio en que el hombre puede entrar, respirar, moverse y tratar con las cosas y personas que se han hecho patentes. Pero para eso tiene que esforzarse; y aquí, en un momento determinado, se hace evidente ese deber para con los hombres que hoy es tan apremiante como apenas ningún otro: el de la contemplación. Nos hemos vuelto activistas, y estamos orgullosos de ello; en realidad hemos dejado de saber callar, y concentrarnos, y observar, asumiendo en nosotros lo esencial. Por eso, a pesar de tanto hablar de arte, son tan pocos los que tienen una relación auténtica con él. La mayor parte, ciertamente, sienten algo bello, y a menudo conocen estilos y técnicas, y a veces buscan también algo interesante por su materia o incitante a los sentidos. Pero la auténtica conducta ante la obra de arte no tiene nada que ver con eso. Consiste en callar, en concentrarse, en penetrar, mirando con sensibilidad alerta y alma abierta, acechando, conviviendo. Entonces se abre el mundo de la obra.


(La esencia de la obra de arte)