Lo que aquí se requiere
al captar la obra de arte no es sólo ver u oír, como ante los demás objetos que
nos rodean; ni aun un disfrute y satisfacción, como ante alguna cosa
placentera. La obra de arte, más bien, abre un espacio en que el hombre puede
entrar, respirar, moverse y tratar con las cosas y personas que se han hecho
patentes. Pero para eso tiene que esforzarse; y aquí, en un momento
determinado, se hace evidente ese deber para con los hombres que hoy es tan
apremiante como apenas ningún otro: el de la contemplación. Nos hemos vuelto
activistas, y estamos orgullosos de ello; en realidad hemos dejado de saber
callar, y concentrarnos, y observar, asumiendo en nosotros lo esencial. Por
eso, a pesar de tanto hablar de arte, son tan pocos los que tienen una relación
auténtica con él. La mayor parte, ciertamente, sienten algo bello, y a menudo
conocen estilos y técnicas, y a veces buscan también algo interesante por su
materia o incitante a los sentidos. Pero la auténtica conducta ante la obra de
arte no tiene nada que ver con eso. Consiste en callar, en concentrarse, en
penetrar, mirando con sensibilidad alerta y alma abierta, acechando,
conviviendo. Entonces se abre el mundo de la obra.
(La esencia de la obra de
arte)
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