El no irritarse es, ciertamente, propio de un hombre sabio. Así Sócrates, habiéndole dado un puntapié un joven muy atrevido y desvergonzado, al ver que los que estaban a su alrededor se indignaban y excitaban y querían perseguirlo, dijo: “¿Acaso también, si un asno me hubiera coceado, habríais considerado digno que yo le devolviera la coz?” Ciertamente aquel no quedó del todo sin castigo, pues como todos lo injuriaban y lo llamaban coceador, se ahorcó.
Plutarco: “Sobre la educación de los hijos”, 14, en Obras morales.
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