jueves, 20 de mayo de 2010

Kafka y Virgilio: hablar y leer. La transfiguración lectora

Imaginamos a Kafka tartamudo, balbuciente a la hora de hablar. En efecto, como él mismo indica en la Carta al padre: “La imposibilidad de una relación serena tuvo otra consecuencia, por otra parte muy natural: perdí la facultad de hablar. Es probable que, de todos modos, no hubiese llegado a ser un gran orador, pero sin duda habría dominado el lenguaje fluido, habitual entre la gente. No obstante, ya muy temprano me prohibiste hablar; tu amenaza: “¡No te atrevas a replicarme!”, y tu mano alzada al proferirla, son dos cosas que me acompañan desde siempre. Frente a ti –eras un magnífico orador cuando se trata de lo tuyo- adquirí una forma de hablar entrecortada, balbuciente, y acababa por callarme, al principio quizá por obstinación, y después porque no podía pensar ni hablar en tu presencia.”
Nos quedamos, por tanto, sorprendidos, cuando en la biografía de Max Brod, su amigo, nos enteramos de que leer en voz alta era su afición predilecta y de que lo hacía extraordinariamente bien.

Algo parecido le ocurría a Virgilio, según refiere Donato: “Defendió una causa ante los jueces, y no más que una: pues Melisso transmitió que era torpísimo en el discurso y casi igual a un indocto.”
Pero poco más tarde leemos: “Declamaba con dulzura y encanto admirables. Y Séneca ha transmitido que el poeta Julio Montano había acostumbrado a decir que él le habría robado a Virgilio algunas cosas, si pudiera su voz y boca y ademán: porque los mismos versos declamándolos él sonaban bien, pero sin él eran vacíos y mudos.”

Esta contradicción entre el torpe hablar y el brillante leer me trae a la mente la imagen del albatros baudelairiano, con su gloria celeste y su torpeza terrena; y es que parece que lo que nos muestran tales casos es la dificultad, para ciertos eminentes individuos, de atenerse a lo terreno, lo relativo, lo mezquino, encontrándose sólo a sus anchas en el espacio de lo absoluto. Por ello los hombres que en el hablar son tardos y torpes se transfiguran –ésta es la palabra- en la lectura de la literatura, al acceder a otra dimensión, aquella que busca lo absoluto.

hacia 1992

1 comentario:

Ana Karenina dijo...

Sí, y también conduce hacia la locura. ¿Transfigurarse? ¿Búsqueda de lo absoluto?
¿No lo hizo el Hidalgo? ¿Y Peter Kein? Desde luego otra dimensión...
Se trata de personajes de ficción, pero ¿qué pasa en la realidad? La mucha lectura ¿no puede producir locura?
Ese camino hacia lo absoluto me parece tan solitario y peligroso...

Y hablando de otra cosa: ayer mismo me bajé esa divina foto de Cortázar en las orillas del Sena. Francamente entran ganas de irse corriendo, incluso volando...

Y de otra cosa: Carlos, estás "cañero" con el blog, vas muy deprisa. Pero bueno, aquí estoy yo también "cañera". A ver si aparece alguien más que deje de ser voyeur y se moje...