miércoles, 8 de enero de 2025

Umberto Eco responde a la pregunta que nunca se debe hacer

Hace ya más de doce años que escribí un post titulado "La pregunta que nunca se debe hacer" (https://ccm-cidehamete.blogspot.com/2012/08/la-pregunta-que-nunca-se-debe-hacer.html). Ayer, leyendo los breves ensayitos humorísticos de Umberto Eco (recogidos en Cómo viajar con un salmón) me topé con el siguiente pasaje que toca el asunto con gracia e ironía.

“El visitante entra y dice: “¡Cuántos libros!  ¿Los ha leído todos?”. Al principio, creía que la frase revelaba sólo a personas poco familiarizadas con los libros, acostumbradas a ver solo estanterías de tres al cuarto con cinco novelas policiacas y una enciclopedia infantil en fascículos. Pero la experiencia me ha enseñado que la frase la pronuncian incluso personas insospechables. Se puede decir que se trata, con todo, de personas que tienen una noción de la estantería como depósito de libros y no de la biblioteca como instrumento de trabajo, pero no basta. Creo que, ante muchos libros, cualquiera cae presa de la angustia del conocimiento, y fatalmente se desliza hacia la pregunta que expresa su tormento y sus remordimientos.

(…) a la pregunta sobre los libros hay que responder mientras la mandíbula se te crispa y ríos de sudor frío te bajan por la columna vertebral. Yo, antaño, había adoptado la respuesta despectiva: “No he leído ninguno; si no, ¿por qué los tendría aquí?”. Pero es una respuesta peligrosa porque desencadena la reacción obvia: “¿Y dónde pone los que ha leído?”. Es mejor la respuesta estándar de Roberto Leydi: “Muchos más, señor, muchos más”, que deja helado al adversario y le hace caer en un estado de estupefacta veneración. Pero la encuentro desalmada y causa ansiedad. Ahora me he replegado hacia la afirmación: “No, estos son los que  tengo que leer para el mes que viene, los demás los tengo en la universidad”,  respuesta que, por una parte sugiere una sublime estrategia ergonómica y, por la otra, induce al visitante a anticipar el momento de la despedida”.     (1990)

         


sábado, 4 de enero de 2025

AGUSTÍN DE HIPONA EN EL MESTALLA

 

Alipio en el circo de Roma

13. No queriendo [Alipio] dejar la carrera del mundo, tan decantada por sus padres, había ido delante de mí a Roma a estudiar Derecho, donde se dejó arrebatar de nuevo, de modo increíble y con increíble afición, a los espectáculos de gladiadores.

Porque aunque aborreciese y detestase semejantes juegos, cierto día, como topase por casualidad con unos amigos y condiscípulos suyos que venían de comer, no obstante negarse enérgicamente y resistirse a ello, fue arrastrado por ellos con amigable violencia al anfiteatro y en unos días en que se celebraban crueles y funestos juegos.

Él les decía: «Aunque arrastréis a aquel lugar mi cuerpo y le retengáis allí, ¿podréis acaso obligar a mi alma y a mis ojos a que mire tales espectáculos? Estaré allí como si no estuviera, y así triunfaré de ellos y de vosotros.» Pero éstos, no haciendo caso de tales palabras, le llevaron consigo, tal vez deseando averiguar si podría o no cumplir su dicho.

Cuando llegaron y se colocaron en los sitios que pudieron, todo el anfiteatro hervía ya en cruelísimos deleites, pero Alipio, habiendo cerrado las puertas de sus ojos, prohibió a su alma salir de sí a ver tanta maldad. ¡Y pluguiera a Dios que hubiera cerrado también los oídos! Porque en un lance de la lucha fue tan grande y vehemente la gritería de la turba, que, vencido de la curiosidad y creyéndose suficientemente fuerte para despreciar y vencer lo que viera, fuese lo que fuese, abrió los ojos y fue herido en el alma con una herida más grave que la que recibió el gladiador en el cuerpo a quien había deseado ver; y cayó más miserablemente que éste, cuya caída había causado aquella gritería, la cual, entrando por sus oídos, abrió sus ojos para que hubiese por donde herir y derribar a aquella alma más presuntuosa que fuerte, y así presumiese en adelante menos de sí, debiendo sólo confiar en ti. Porque tan pronto como vio aquella sangre, bebió con ella la crueldad y no apartó la vista de ella, sino que la fijó con detención, con lo que se enfurecía sin saberlo, y se deleitaba con el crimen de la lucha, y se embriagaba con tan sangriento placer.

Ya no era el mismo que había venido, sino uno de tantos de la turba, con los que se había mezclado, y verdadero compañero de los que le habían llevado allí.

¿Qué más? Contempló el espectáculo, voceó y se enardeció, y fue atacado de la locura, que había de estimularle a volver no sólo con los que primeramente le habían llevado, sino aparte y arrastrando a otros consigo. Pero tú te dignaste, Señor, sacarle de este estado con mano poderosa y misericordiosísima, enseñándole a no presumir de sí y a confiar de ti, aunque esto fue mucho tiempo después.

 

San Agustín: Confesiones. Libro VI, cap. 8

jueves, 26 de diciembre de 2024

Ortega y Gasset a propósito de Luis Vives

 

Ortega y Gasset tenía el don (no sé si llamarlo así) de la digresión. Prometía escribir (o hablar, como en este caso) sobre un tema, y terminaba hablando sobre cualquier otra cosa, a veces sin rozar el asunto que le movió a la reflexión. Recuerdo la perplejidad que me produjo su ensayo sobre “La psicología del hombre interesante” donde, desde luego, nada dice sobre el supuesto objeto del escrito. En su conferencia sobre Vives y su mundo, como de costumbre, apenas habla de Luis Vives y sí mucho de su mundo. Ahora bien, también le caracteriza, por momentos, una penetración deslumbrante y tiene pasajes que son verdaderamente luminosos, con un poder de síntesis inmenso. Por ejemplo, el siguiente, que cito. Está hablando sobre la época de Vives (paso del siglo XV al XVI) y cómo supone un cambio relevante respecto a los siglos medios, y lo sintetiza de la siguiente manera:

 

         “Pero en tiempo de Dante no sólo se vive desde Dios, sino que se vive cara a Dios y de espaldas al mundo. Quiero decir que no sólo existe el hombre mirando a todo lo intrahumano desde la relación sobrenatural y de salvación entre Dios y él, sino que no considera como últimamente estimable sino ocuparse de esa relación. De suerte que para estos hombres todo lo que no sea estar ocupándose en la relación con Dios, material y concretamente, es una ocupación secundaria y, en última instancia, menospreciable. Por eso se crea, como vida ejemplar, un tipo de vida que, desde el punto de vista mundano, es incomprensible: la vida monacal y eclesiástica, la vida que se ocupa en plegaria y oración. Los hombres que se juzgan mejores, en estos tiempos, se ocupan en orar y disciplinarse, no en gozar de este mundo; pero tampoco en trabajar.

         En los siglos de transición que siguen continúa el hombre viviendo desde Dios, pero ya no cara a Dios. Por ejemplo en el siglo XV, ya no cara a Dios, desde Dios pero cara al mundo. Dios sigue ahí para ellos: aún creen; pero queda a su espalda. La vida ha girado, pues, 180 grados: desde Dios se mira no a Dios, sino al mundo, y se atiende a lo terreno. El protestantismo acabará en media Europa con la vida monacal. Lutero resume su moral religiosa diciendo: “Hay que seguir la obra de Dios en el mundo”, en este mundo. ¿Creen que es casual que san Ignacio de Loyola funde, precisamente en este tiempo y frente a Lutero, una orden, la primera que en absoluto no es orden monacal, cuya finalidad no es el retiro ni la oración, sino la pelea en medio de este mundo, la conquista de este mundo para Dios y a la que se da por eso un nombre militar: “Compañía de Jesús”, es decir, una especie de Tercio castellano a lo divino. He ahí en lo que habían coincidido, sin advertirlo, Lutero y San Ignacio.”

 

(José Ortega y Gasset: Vives- Goethe, Rev. Occidente, p. 48-49)

 

Por lo que respecta al tema central de su charla, nuestro gran humanista de la primera mitad del XVI, lo despacha así en las últimas líneas:

 

“Se dice, pues, muy pronto la biografía de Vives. Bastan cuatro palabras: nació, estudió, escribió, murió.” (p. 69)

viernes, 13 de diciembre de 2024

El joven Aristóteles

 Hace años vi en el Musée d´Orsay esta escultura del joven Aristóteles, que me llamó mucho la atención. ¿Por qué sostenía esa bola en la mano? Tal vez en el museo había alguna explicación, pero no la recuerdo.





Hoy, leyendo a Luis Vives (Las disciplinas, 1) me encuentro lo siguiente: "Escriben también que Aristóteles tuvo costumbre de estudiar en esa postura: tenía en la mano una bola de bronce, debajo de la cual había puesto unas bacías, en las cuales debía caer la bola si él dormitaba, para que el son le despertase."

jueves, 21 de noviembre de 2024

Vidas de Chéjov

 

Leyendo últimamente a Iréne Némirovsky (mi gran descubrimiento de este año), su obra fundamental, Suite francesa, pero también otras novelas (El baile, Jezabel) y cuentos (Domingo, Nieve en otoño), al percibir el influjo chejoviano que había en algunos de sus relatos, y saber de su admiración por el maestro ruso, decidí leer también su biografía novelada, Vida de Chéjov. Mucho me gustó y me resultó clarificadora de las fuentes donde bebe su narrativa, pero también de sus ideas sobre el relato y su visión del mundo. Acto seguido (y pues que pienso releer en breve algunos cuentos del autor) me puse a releer la biografía que le dedicó Natalia Ginzburg, Antón Chéjov. Dos escritoras muy buenas ambas, y dignas de ser amadas. Pero, por mucho que ame a la italiana, la diferencia entre las dos obras es notable. Si bien en el manejo de datos y referencias sobre la vida y trayectoria del cuentista coinciden mucho (imagino que porque comparten las mismas fuentes) la biografía novelada de Némirovsky me parece mucho más lograda que el apenas esbozo, casi escolar, de Ginzburg. La rusa penetra más profundamente en el contexto vital y familiar, y recrea el mundo del autor tratado de forma más plena. Lo que añade Ginzburg (aparte de pequeñas diferencias: Iréne presta mayor atención a los amores de Chéjov, mientras que Natalia trata algo más sus amistades con escritores) es un breve comentario sobre los cuentos y dramas del autor. Pero estos comentarios consisten, regularmente, en brevísimos resúmenes horros de cualquier aportación mínimamente crítica, con lo cual apenas nos sirven más que para saber de qué van esas obras.

De manera que si tuviera que elegir una de las obras para recomendar como introducción a la vida y obra del autor, no lo dudaría un instante. Me inclinaría por la rusa Irène, mi gran descubrimiento de este año.

 

martes, 12 de noviembre de 2024

Pedro Salinas: el ámbito de la lectura (recuerdos personales)

 

Leyendo uno de los ensayos del El defensor, de Pedro Salinas (acabo de regalar una copia del libro y quiero refrescarlo) me encuentro con un pasaje luminoso (como que pertenece a un fragmento intitulado La luz) que me trae algunos recuerdos personales. Salinas reflexiona sobre muchos aspectos de la lectura y ahora se detiene a considerar los espacios en que se lleva a cabo para llegar a lo que considera el ámbito de lectura idóneo. Lo que él comenta me lleva al recuerdo y al pasado. Me pongo a reflexionar yo mismo sobre mis diversos ámbitos de lectura a lo largo de mi vida y encuentro lo siguiente: por más que he frecuentado bibliotecas no son para mí un ámbito de lectura adecuado. La primera vez que entré en la biblioteca histórica de la universidad de Valencia (la de la calle de la Nave) y se me entregó el libro solicitado estuve como diez minutos sin poder leer una línea: tanta era la gravitación de polvo, pasado y saber que me embargaba. En otros recintos (en la de la Universidad Simón Bolívar de Caracas o en la de la Universidad de Edimburgo, por ejemplo) siempre la cantidad conspira contra la lectura: me pongo a hojear todo lo que podría leer y no leo apenas nada. Me sirven para sacar libros y llevarlos a mi espacio personal.

Pero ese espacio personal casi siempre ha sido conflictivo. En casa de mis padres, cuando estudiaba la carrera, solía leer en mi habitación sobre la cama, como actualmente, pues que mi hijo ocupa la sala con los dibujos animados de la tele (nunca he sido entusiasta de la lectura en el lecho). En otras viviendas he podido leer en sofás, más o menos cómodamente, incluso con un gato entre mis brazos. Pero el mejor lugar que recuerdo fue, durante poco más de un año, en el primer apartamento alquilado que tuve. Allí tenía un sillón circular situado debajo de la ventana, con una lámpara a su lado. De manera que durante el día, con luz natural, o de noche, con artificial, podía entregarme a la lectura en plenitud. Circunstancias de la vida han impedido que vuelva a tener un espacio tan privilegiado; por eso hoy al leer a Salinas lo he recordado con deleite y me he puesto a escribir estas líneas.

 Dejo el texto de Salinas para el final, como un buen postre para saborear a conciencia.




 

Hay un momento de sin igual godeo para muchos de nosotros. Es cuando el cuerpo se asienta a placer, acogido sin impertinentes apretujos, holgadamente, por unos brazos de sillón, y una simple presión del dedo despierta el milagro preciso de la luz de su invisible sueño cristalino, para que a su calor florezca, o se abra, esa flor -centenares de pétalos- la imperecedera, el libro. Cuando se ve al lector inscrito, en ese cono de luz que la pantalla determina, siempre se me aparece, allí ante los ojos, con evidencia innegable, el ámbito de la lectura: ahora ha cobrado forma material para los ojos, porque es un espacio visual, un área perfectamente definida del resto del cuarto en sombra. Esa otra parte de la habitación vale ahora por el espacio general, indiferenciado; pero el recinto de la lectura queda señalado, con precisos términos, consagrado de claridad, designado para la actividad exquisita que va a empezar, escenario intangible en el cual se iniciará dentro de un instante el gran concierto de las acordadas palabras, el que ejecuta, la eterna "musicienne du silence".

 

¿Quién va a negar ahora, si lo tiene delante, la existencia de ese ámbito del lector? Se dirá que la lectura puede hacerse lo mismo sin él. ¿Pero no significa nada que el lector que nos figuramos, al disponerse a la lectura, apaga, de cien veces noventa y cinco, la luz de techo, la que iluminaría la habitación entera? Como hay gente para todo, bromistas y serios, uno de estos últimos, con la mayor seriedad, claro, me explicaría ese acto como legítimo deseo de ahorrarse fluido y dineros. Pero yo lo veo como una retirada, aun dentro de la intimidad de la casa del lector, a una zona más íntima, como un acto de recogimiento, simbólicamente expresado en ir a encerrarse, por decirlo así, en su luz. Y, parejamente, si nos imaginamos que llega un visitante no esperado, y el lector se apresura a devolver al cuarto entero su luz total, ¿es que no se nos hará como que sale, de donde estaba, mundo del libro, orbe de la lectura, para regresar al espacio de todos y la vida común?

 

Porque esa luz, es creadora, asimismo de soledad. Alumbra sólo a uno, y en ella, puede recibir, por lo soledoso, el enamorado lector, a la esperada, amada lectura que le ha aguardado, hasta que vino a despertarle, como una bella durmiente, tendida en su lecho de apretados renglones.

 

(Pedro Salinas: “Defensa de la lectura”, en El defensor)

viernes, 8 de noviembre de 2024

La Dana en Valencia

 

Cuando de estudiante leía “Aurora”, de Federico García Lorca, en Poeta en Nueva York, todo discurría en mi entendimiento por cauces normales hasta que llegaba a los dos últimos versos:

 

Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.

 

Se me resistía la imagen final, hasta que un buen día vi claramente que el dichoso naufragio que yo no conseguía encajar no era sino una alusión al título del poema y a toda la referencia temporal de él (tan duro de entendederas puedo ser a veces leyendo poesía). El naufragio de sangre no era sino una visión dolorosa del amanecer, esa aurora de que trata el poema. Pero, al margen de la posible explicación racional de la imagen, era más fuerte quizá la sensación de malestar, desconcierto y angustia que producía y que, por tanto, funcionaba perfectamente como cierre del poema.

 

Cuento esto porque esos dos versos son los que más me vienen a la cabeza estos días en que varias localidades de Valencia están sumidas entre el fango, la destrucción y la muerte. Valencia ciudad se salvó del desastre, gracias al cauce nuevo del río Turia, pero esos pueblos están muy próximos, y nos tocan muy de cerca a los que vivimos en la capital. Por eso la sensación que se tiene en la ciudad, por donde se ven circular enormes olas de solidaridad, es de mucha tristeza, y lo que con frecuencia me viene cuando pongo el pie en la calle es que

 

Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.