Estos días en que escucho
algo de música, movido por algunas lecturas de historia o crítica musical, se
me hace claro que hay muchas formas de llegar a la música, sea a través de la
educación, los amigos o familia, determinados hábitos… pero hoy quería centrar
mis recuerdos en una de ellas muy particular: cómo se llega a ciertas piezas
musicales a través del cine. Ya no me refiero a las aportaciones de músicos
como Nino Rota o Georges Delerue en sus bandas sonoras, sino a cómo
determinadas películas ponen de relieve, sea como música de fondo o de manera
diegética, argumental, ciertas melodías que pertenecen a lo más granado de la
tradición musical, y a las que llegamos a través, precisamente, de esos filmes.
La música nos mueve al
sentimiento y, por ello, mi aproximación, hoy, va a ser un tanto sentimental. Es
decir, no va a ser completa ni minuciosa, sino perfectamente aleatoria: lo que
hoy me trae el recuerdo.
Por ejemplo, y para ir a uno
de esos últimos descubrimientos: el andantino de la Sonata para piano 959, de Franz Schubert, que se impone como una
presencia constante en el filme de Nury Bilge Ceylan Wintersleep (Sueño de
invierno). Tras la maravillada
contemplación del filme me fui en busca de esa melodía que como martinete
mortuorio nos golpea una y otra vez en su discurrir, y me topé con Schubert.
Probablemente ya la había escuchado y la conocía (pues en casa tenía el CD con
la versión de Pollini), pero la manera en que me la dio el filme fue única y ya
para siempre.
Otro tema que me vino de una película
fue “La muerte de Ase”, del Peer Gynt,
de Grieg. Esta la oí por primera vez en una adaptación peruana de Crimen y castigo, Sin compasión, de Francisco J. Lombardi. Desde entonces decenas de
veces y siempre con agradecimiento a los creadores del filme.
Woody Allen, en Hannah y sus hermanas, me descubrió el soberbio
adagio del Concierto para piano nº 5,
de Bach. En otra película (el final de Otra
mujer) no me ha descubierto, pero sí le ha dado un profundo relieve a la
maravillosa Gymnopédie nº 1, de Erik
Satie (con la que, por cierto, también cierra Louis Malle Mi cena con André).
En La naranja mecánica descubrí a Henry Purcell (desde entonces uno de
mis compositores favoritos) y su Música
para el funeral de la reina Mary.
Estas son las que hoy me trae
el recuerdo. Mi negativa a ver cine comercial hizo que “Por una cabeza” de
Garlos Gardel me viniera, en versión para violín, de un concierto de Jacobo
Christensen. Luego supe que la había puesto de moda una película en que
intervenía Al Pacino: Perfume de mujer.
Como decía, estas son las que
hoy me trae el recuerdo. No querría pasar a las que proceden de escritores, que
son muchas, pero tampoco me puedo resistir a consignar dos. A Aldous Huxley, a
quien tanto le debo, le debo haberme puesto en el camino del “Benedictus” de la
Missa Solemnis, de Beethoven, que
luego utilizaría en mi boda, durante la eucaristía, y también de los últimos
cuartetos del genio de Bonn. A Georges Steiner le debo haberme descubierto el
adagio (otra vez un adagio) del Quinteto
para cuerdas en do mayor, de Schubert, en la versión del Cuarteto Vegh y
Pablo Casals. Música para morir.