La reciente lectura de los Cuentos de la Alhambra, de Washington
Irving, me trajo a la cabeza, en varios momentos, la “Sonatina”, de Rubén
Darío. ¿Será una de sus fuentes?, se
preguntaba el crítico hidráulico que muy frecuentemente soy. Eso me llevó a
consultar un curioso ensayo, que había leído tiempo ha, de Manuel Cardenal de
Iracheta, recogido en su libro póstumo Comentarios
y recuerdos (Revista de Occidente, 1972). Allí encontramos su escrito sobre
“La Sonatina de Rubén”. En él, tras
disculparse de introducir la mirada crítica en la poesía (que está hecha para sentirse), y reconocer que “las cuerdas
de la lira de un poeta están siempre tomadas de las de otros poetas”, ensaya
indagar en el “entronque y dependencia” de Darío respecto de la poesía francesa
aplicado a este poema. Y traza la siguiente línea genealógica de antecedentes:
Victor Hugo:
“La rose de l´infante” (La légende des
siècles, 1859)
Stuart Merrill:
“La douleur de la princesse” (Les gammes,
1887)
Albert Samain:
“L´infante” (Au jardín de l´infante,
1893)
Rubén Darío:
“Sonatina” (Prosas profanas, 1893)
Tras buscar los textos en el
ciberespacio y leerlos (aunque no con mucha profundidad) saco las siguientes conclusiones:
En el de Victor Hugo nos encontramos con una princesa que está con su rosa
en la mano, en su palacio, sola, servida por una dueña. La rodea el esplendor
propio de un palacio, pero ella está aislada con su rosa. Ve correr una sombra
siniestra tras una ventana (se trata de Felipe II, sobre el cual se despacha
largamente Hugo cargando todas las tintas negras posibles). Este rey sueña con
el éxito de su armada que se dirige a conquistar Inglaterra. De repente un
viento fuerte sopla y la rosa de la princesa se vuela y se descompone en el
estanque. La dueña le dice que “en la tierra todo pertenece a los príncipes,
excepto el viento”. [Alusión final a la frase de Felipe II: “He enviado mis
naves a luchar contra Inglaterra, no contra los elementos”]
Como vemos, el tema del poema
sería la contraposición entre la riqueza y el poder confrontados a la
naturaleza de las cosas, que muchas veces los vence.
La toma de la palabra por
parte de la dueña al final es lo más similar al poema de Darío. Aunque en éste
la dueña “face d´ombre” da una lección de desengaño, mientras que en Darío
anima a la princesa con la promesa de un futuro más amable –a través del amor-
que su melancolía actual.
Lo demás, en común, son elementos
sueltos, como, por otra parte, en los restantes poemas: la rosa de la princesa,
sus ojos azules, la riqueza que le rodea en el palacio, con cisne en el
estanque y hasta un pavo real.
Indudablemente el poema de Stuart Merrill (quien fue su amigo)
presenta mucho mayores puntos de contacto con el de Darío: desde el título (“La
douleur de la Princesse”), que es en lo que se centra (sin digresiones como en
Hugo), sus ojos azules, sus sueños y deseos que no colman las bellezas que la
rodean (la fórmula ni...ni...ni… que
emplea y también Rubén), nada la divierte en el pesar de su ensueño amoroso (ese sueño con un
caballero que vuela hacia ella) ni en su deseo de escapar y evadirse “des murs
de mon divin enfer” (así es como siente su palacio).
A diferencia del mensaje
esperanzador de la dueña en Darío, aquí termina el poema con la princesa
esperando siempre, perdida y aturdida, mientras suena una música de mandolina en
el palacio “sous les doigts indolents d´un choeur de troubadours” (cuyo reflejo
en Darío puede ser “mudo el teclado de su clave sonoro”).
Del último poema, el de Albert Samain, dice Cardenal de
Iracheta que éste es el antecedente inmediato de Darío (¡cómo no lo sea en el
tiempo!). Realmente no tiene tanta similitud como el anterior –de Stuart
Merrill-. Trata de una princesa triste, que se aburre y tiene sueños… pero en
este caso, son sueños de imperio y no de amor, como la de Darío. Tiene un paje
que le lee poemas, y un lebrel a sus pies (“aux yeux mélancoliques”), y una
flor (un tulipán) en sus manos. Hay un jardín con estanque y mármoles, ella
está pálida, llora, y resignada (en esto se diferencia de la de Darío). Como
vemos, en todos los poemas hay notas diversas, elementos, que, de alguna manera
recogerá Rubén.
La clave principal del poema
de Samain es el elemento simbólico que lo abre y sustenta: Mon âme est (=) une infante… (esa
identificación del alma del poeta con la princesa).
En Darío no aparece, pero lo
podríamos sobreentender para así dar más universalidad a la pena de la
princesa, para que de alguna manera nos toque a todos. No sea sólo la melancolía
de la princesita, sino la melancolía que el anhelo de lo imposible puede
producir en cualquiera de nosotros.
Después de visto todo esto,
¿me atrevería a proponer los Cuentos de
la Alhambra como otra posible fuente? Desde luego, y no sólo de Rubén, sino
de todos ellos, pues que además en el tiempo se les adelanta (son de 1832). Y
porque en ellos aparece continuamente la palabra clave que acabo de utilizar en
el párrafo anterior. Pues ¿qué le pasa a la princesa? Sin duda alguna padece
una crisis de melancolía profunda,
producida por la ausencia y anhelo de amor que la atormenta.
Y esta palabra clave es la
que encontraremos en varios de los cuentos de Washington Irving.
En El peregrino de amor, la princesa cristiana, que ha leído la carta
de Ahmed, enferma de melancolía; su
padre busca remedios, nadie la cura, y al final llega Ahmed disfrazado y con su
canción (que glosa la carta que le envió sin conocerla: “que te adora sin
verte”) la cura.
En Las tres hermosas princesas, son las tres las que padecen melancolía amorosa a partir de que ven
llegar a los 3 cristianos cautivos en una galera, y luego en Granada, separadas
de ellos, están melancólicas y pálidas.
De nuevo sólo curan con las canciones que cantan los 3 enamorados caballeros.
Como la de Darío, las 3
hermosas princesas no reciben deleite de todo lo que su padre les ofrece
(joyas, placeres).
En La Rosa de la Alhambra, de nuevo la muchacha, Jacinta, se queda
pálida y melancólica tras la
desaparición de su amado. Aquí será la música maravillosa del laúd encantado la
que les volverá a reunir.
Pero es que en todos ellos se
dan esos pequeños detalles de elementos y lenguaje de que hablábamos (suspiros, pálida, volar, escapar,
melancolía, flores, joyas, placeres… incluso halcón, corcel, columna de mármol.)
En La Rosa de la Alhambra (= “la flor de la corte” rubeniana), tenemos
una tía “guardándola como un dragón” y en otro cuento. El Gobernador manco y el soldado, se nos habla de una guardia de
negros africanos con las cimitarras en alto:
el palacio
soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien
alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
Como vemos, muchas son las
semejanzas que presentan estos cuentos de Irving con el poema de Rubén como
para no ponerlos en el origen de sus antecedentes.


