domingo, 14 de noviembre de 2010

No sólo fosfato

"Lo que más me reconcilia con mi propia muerte es la imagen de un lugar: un lugar en el que tus huesos y los mí­os sean sepultados, tirados, desenterrados juntos. Allí­ estarán desperdigados en confuso desorden. Una de tus costillas reposa contra mi cráneo. Un metacarpio de mi mano izquierda yace dentro de tu pelvis. (Como una flor, recostado en mis costillas rotas, tu pecho.) Los cientos de huesos de nuestros pies, esparcidos como la grava. No deja de ser extraño que esta imagen de nuestra proximidad, que no representa sino mero fosfato de calcio, me confiera un sentimiento de paz. Pero es así­. Contigo puedo imaginar un lugar en donde ser fosfato de calcio es suficiente."

John Berger: Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos. p. 105.

viernes, 29 de octubre de 2010

Bajada a los Infiernos de Eneas, según Virgilio

VIRGILIO: Eneida, libro VI

«¡Lejos, quedaos lejos, profanos! -exclama la vidente-, ¡alejaos del bosque entero!;
y tú emprende el camino y saca la espada de la vaina:
ahora, Eneas, valor precisas y ahora un ánimo firme.»
Sólo esto dijo fuera de sí y se metió por la boca del antro;
él con pasos resueltos alcanza a la guía que se escapa.
Dioses a quienes cumple el gobierno de las almas y sombras calladas
y Caos y Flegetonte, mudos lugares de la inmensa noche:
pueda yo repetir lo que sé, pueda por vuestro numen
abrir secretos sepultados en la calígine del fondo de la tierra.
Iban oscuros por las sombras bajo la noche solitaria
y por las moradas vacías de Dite y los reinos inanes:
como el camino bajo una luz maligna que se adentra en los bosques
con una luna incierta, cuando ocultó Júpiter el cielo
con sombra y a las cosas robó su color la negra noche.
Ante el mismo vestíbulo y en las bocas primeras del
Orco el Luto y las Cuitas de la venganza su cubil instalaron,
y habitan los pálidos Morbos y la Senectud triste,
y el Miedo y Hambre mala consejera y la Pobreza torpe,
figuras terribles a la vista, y la Muerte y la Fatiga;
el Sopor además, pariente de la Muerte, y los malos Gozos
de la mente, y, en el umbral de enfrente, la guerra mortal
y los tálamos de hierro de las Euménides y la Discordia enfurecida
enlazado su cabello de víboras con cintas ensangrentadas.
En medio extiende sus ramas y los brazos añosos
un olmo tupido, ingente, donde se dice que habitan
los sueños vanos, agazapados bajo sus hojas.
Y muchas visiones además de variadas fieras,
los Centauros tienen sus establos en esta puerta y las Escilas biformes
y Briareo el de cien brazos y de Lerna el horrísono
monstruo, y la Quimera armada de llamas,
Gorgonas y Harpías y la figura de la sombra de tres cuerpos.
Empuña entonces Eneas su espada presa de un miedo
repentino y ofrece su agudo filo a los que llegan,
y, si su docta compañera no le mostrase las tenues vidas
sin cuerpo que vuelan fantasmas de una imagen hueca,
se lanzaría y en vano azotaría a las sombras con su espada.
De aquí el camino que lleva a las aguas del Aqueronte del Tártaro.
Turbio aquí de cieno y de la vasta vorágine un remolino
hierve y eructa en el Cocito toda la arena.
Un horrendo barquero cuida de estas aguas y de los ríos,
Caronte, de suciedad terrible, a quien una larga canicie
descuidada sobre el mentón, fijas llamas son sus ojos,
sucio cuelga anudado de sus hombros el manto.
Él con su mano empuja una barca con la pértiga y gobierna las velas
y transporta a los muertos en esquife herrumbroso,
anciano ya, pero con la vejez cruda y verde de un dios.
Hacia estas riberas corría toda una multitud desparramada,
mujeres y hombres y los cuerpos privados de la vida
de magnánimos héroes, y muchachos y muchachas solteras,
y jóvenes colocados en la pira ante la mirada de sus padres:
como todas esas hojas en las selvas con el frío primero del otoño:
caen arrancadas, o todas esas aves que se amontonan
hacia tierra desde alta mar, cuando la estación fría
las hace huir allende el ponto y las arroja a tierras soleadas.
De pie estaban pidiendo cruzar los primeros
y tendían sus manos por el ansia de la otra orilla.
Pero el triste marino a éstos o a aquéllos acoge,
mas a otros los mantiene alejados en la arena de la playa.
Así pues, Eneas, asombrado y emocionado por el tumulto:
«Dime, virgen -exclama-, ¿qué quiere el gentío de la orilla?
¿Qué buscan las almas? ¿Con qué criterio unas dejan las riberas
mientras surcan otras las lívidas aguas con sus remos?»
Así le repuso la longeva sacerdotisa en pocas palabras:
«Hijo de Anquises, retoño bien cierto de los dioses,
estás ante las aguas profundas del Cocito y la laguna estigia,
por la que temen jurar los dioses y engañar a su numen.
Toda esta muchedumbre que ves es una pobre gente sin sepultura;
aquél, el barquero Caronte; éstos, a los que lleva el agua, los sepultados.
Que no se permite cruzar las orillas horrendas y las roncas
corrientes sino a aquel cuyos huesos descansan debidamente.
Vagan cien años y dan vueltas alrededor de estas playas;
sólo entonces se les admite y llegan a ver las ansiadas aguas.»
Se paró y detuvo sus pasos el hijo de Anquises
mucho pensando y lamentando en su pecho la suerte inicua.

lunes, 18 de octubre de 2010

Relectura moderna de un mito clásico

Cuando murió Narciso las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron al río gotas de agua para llorarlo.

-¡Oh! -les respondió el río- aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: yo lo amaba.

-¡Oh! -prosiguieron las flores de los campos- ¿cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso.

-¿Era hermoso? -preguntó el río.

-¿Y quién mejor que tú para saberlo? -dijeron las flores-. Todos los días se inclinaba sobre tu ribazo, contemplaba en tus aguas su belleza...

-Si yo lo amaba -respondió el río- es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas.

Oscar Wilde: El reflejo.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Un poema de Amós Belinchón

El viejo amigo Belinchón, entrañable compañero de filologías y callejerías, escribió hace años este poema (que no puede considerarse un epitalamio) a propósito de determinadas celebraciones nupciales.

El ruido en los corredores,
las cazuelas vacías,
sucia la mesa.
Qué resta del albor,
qué del vocerío,
del estrépito.
Advierta
el caballero de la algazara
que también chilla el cerdo cuando muere.

Amós Belinchón: Áspero cáliz.

lunes, 30 de agosto de 2010

La biblioteca, César Simón

Estos días, en que traslado mi biblioteca a la que será mi nueva vivienda, he recordado con frecuencia el poema del inolvidable César Simón, que fue profesor mío en la Facultad de Filología de mediados de los 70.

Esta es la vieja biblioteca, que por extraños avatares de las guerras carlistas
vino a parar a este bajo techado de la cámara
-y el escritorio donde se firmaron las sentencias de muerte-.
Existen tratados de metafísica,
cartularios, manuales de agricultura, poesías completas,
odas y dísticos, mapas con eolos y céfiros.
Paso vagamente las páginas. Y las cierro.
Las transporto del estante de la derecha al de la izquierda,
del de la izquierda al de la derecha;
saco de algunos de ellos recetas de un médico,
tarjetas enviadas por un confuso individuo a su mamá
desde Solingen. Voy a mirar los cepos.
Vigilo la parada del agua.
Hago café. Subo de nuevo hasta el desván. Me detengo
en el rellano. Olvidaba la llave,
la llave de la cripta, donde se amontonan las mecedoras.
He contemplado fijamente los libros. Están las gruesos,
los más gruesos, los crujientes, los blandos.
Fijamente los he contemplado, los blandos, los más blandos.
Los he vuelto a amontonar y arrojar en los cestos
una vez y otra, como medidas de áridos.
A veces me detengo junto a la biblioteca, esa es la verdad,
le doy algunas vueltas, manoseo su mapa mundi,
los Nueve años de vida errante, de Cabeza de Vaca,
el Fuero Juzgo.
Y los transporto del estante de la derecha al de la izquierda,
del de la izquierda al de la derecha.

jueves, 17 de junio de 2010

Lista de prohibiciones literarias de Borges y Bioy Casares

Un curso de literatura universal no debe finalizar sin antes haber realizado una seria consideración sobre las lista de prohibiciones literarias que una buena tarde tuvieron a bien esbozar esa pareja de amigos (y escritores) argentinos:

En literatura hay que evitar:
- Las curiosidades y paradojas psicológicas: homicidas por benevolencia, suicidas por contento. ¿Quién ignora que psicológicamente todo es posible?
- Las interpretaciones muy sorprendentes de obras y de personajes. La misoginia de Don Juan, etc.
- Peculiaridades, complejidades, talentos ocultos de personajes secundarios y aun fugaces. La filosofía de Maritornes. No olvidar que un personaje literario consiste en las palabras que lo describen (Stevenson).
- Parejas de personajes burdamente disímiles: Quijote y Sancho, Sherlock Holmes y Watson.
- Novelas con héroes en pareja. La dificultad del autor consiste en: si aventura una observación sobre un personaje, inventará una simétrica para el otro, abusando de contrastes y lánguidas coincidencias. Bouvard et Pécuchet.
- Diferenciación de personajes por manías. Cf.: Dickens.
- Méritos por novedades y sorpresas: Trick-stories. La busca de lo que todavía no se dijo parece tarea indigna del poeta de una sociedad culta; lectores civilizados no se alegrarán en la descortesía de la sorpresa.
- En el desarrollo de la trama, vanidosos juegos con el tiempo y con el espacio. Faulkner, Priestley, Borges, Bioy, etc.
- El descubrimiento de que en determinada obra el verdadero protagonista es la pampa, la selva virgen, el mar, la lluvia, la plusvalía. Redacción y lectura de obras de las que alguien pueda decir esto.
- Poemas, situaciones, personajes con los que se identifica el lector.
- Frases de aplicabilidad general o con riesgo de convertirse en proverbios o de alcanzar la fama (son incompatibles con un discours cohérent).
- Personajes que puedan quedar como mitos.
- Personajes, escenas, frases deliberadamente de un lugar o época. El color local.
- Encanto por palabras, por objetos. Sex y death-appeal, ángeles, estatuas, bric-a-brac.
- La enumeración caótica.
- La riqueza de vocabulario. Cualquier palabra a que se recurre como sinónimo. Inversamente, le mot juste. Todo afán de precisión.
- La vividez en las descripciones. Mundos ricamente físicos. Cf.: Faulkner.
- Fondos, ambiente, clima. Calor tropical, borracheras, la radio, frases que se repiten como estribillos.
- Principios y finales meteorológicos. Coincidencias meteorológicas y anímicas. Le vent se lève!… Il faut tenter de vivre!
- Metáforas en general. En particular, visuales; más particularmente, agrícolas, navales, bancarias. Véase Proust.
- Todo antropomorfismo.
- Novelas en que la trama guarda algún paralelo con la de otro libro. Ulysses de Joyce.
- Libros que fingen ser menúes, álbumes, itinerarios, conciertos.
- Lo que puede sugerir ilustraciones. Lo que puede sugerir films.
- La censura o el elogio en las críticas (según el precepto de Ménard). Basta con registrar los efectos literarios. Nada más candoroso que esos dealers in the obvious que proclaman la inepcia de Homero, de Cervantes, de Milton, de Molière.
- En las críticas, todo referencia histórica o biográfica. La personalidad de los autores. El psicoanálisis.
- Escenas hogareñas o eróticas en novelas policiales. Escenas dramáticas en diálogos filosóficos.
- La expectativa. Lo patético y lo erótico en novelas de amor; los enigmas y la muerte en novelas policiales; los fantasmas en novelas fantásticas.
- La vanidad, la modestia, la pederastia, la falta de pederastia, el suicidio.

viernes, 4 de junio de 2010

Una novela asombrosa: Abril quebrado, de Ismail Kadaré

Así suena un fragmento de esta novela que trata sobre el Kanun, el sangriento código de honor de las montañas albanesas. El escritor Besian Vorpsi y su joven esposa Diana, en viaje de novios, se dirigen a las montañas en carruaje:

Y así, apoyada contra él, con los ojos parpadeantes a causa del traqueteo, como una defensa frente a la tristeza que le provocaba aquel páramo estéril, evocaba mentalmente episodios de sus recuerdos junto a Besian Vorpsi, de los días en que se conocieron y de las primeras semanas de noviazgo. Los castaños a lo largo del gran bulevar, las puertas de los cafés, el centelleo de los anillos en los primeros abrazos, el piano que sonaba en la casa vecina la tarde en que había perdido la virginidad y decenas de cosas más que arrojaba contra el páramo interminable con la esperanza de llegar a poblar de algún modo tanta soledad. Mas el páramo permanecía inalterable. Su desnudez húmeda parecía dispuesta a devorar en un instante no sólo su reserva de felicidad sino incluso la totalidad de las felicidades acumuladas por todas las generaciones humanas. Diana nunca había visto una extensión tan carente de esperanza. No en vano comenzaban allí las Cumbres Malditas.