Para José Antonio Jiménez,
que me dio a conocer los filmes de Linklater.
Hacia principios del siglo
XXI se consumaron lo que considero dos milagros de la historia del cine. Por
milagro (se puede entender de muchas maneras, como hacer películas magníficas
con escaso presupuesto) me refiero aquí al hecho de hacer una serie de películas
en torno a la misma trama y con los mismos actores con bastantes años de por
medio. Estoy aludiendo al díptico de Denys
Arcand: El declive del Imperio
americano (1986) y Las invasiones
bárbaras (2003), y a la trilogía de Richard
Linklater: Antes del amanecer (1995),
Antes del atardecer (2004) y Antes del anochecer (2013). Teniendo en
cuenta los imperativos de la industria cinematográfica resulta complicado que
se puedan llevar a cabo estos proyectos. En ambos casos ayudó el hecho de que
fueran filmes exitosos los que abrían la serie, y en el de Linklater de
que se tratara de sólo dos actores (Ethan Hawke y Julie Delpy) que, además,
colaboraron también en la escritura del guion en las últimas películas de la
serie. Más reducido (sólo dos filmes), pero más complejo, es el caso de las de
Denys Arcand, pues se llevan a cabo con 17 años de diferencia y el núcleo de
actores que se repiten consta de seis.
La trilogía de Linklater
resulta entrañable y algo adictiva (la he descubierto recientemente y la
contemplé en tres días sucesivos), lo que no quiere decir que me encante ni me
convenza del todo. La idea inicial (el encuentro de dos jóvenes en un tren y la
petición del chico a la chica para que se baje antes de su destino y permanezca
esa noche con él callejeando por Viena) me parece una extraordinaria base para
un guion. Otra cosa es que el resultado me parezca del todo logrado. En el
deambular de los dos protagonistas (que ocupan el 90 por ciento del filme) me
cargan a ratos sus conversaciones (a veces brillantes, a veces no tanto) y
tampoco me entusiasma la interpretación de Ethan Hawke (Julie Delpy, en cambio,
está siempre maravillosa, aunque tal vez su belleza me haga ser un juez poco
imparcial). Se usa mucho el travelling (esa “cuestión de moral”, según Godard)
y aun se abusa del procedimiento en las tres películas. Eso sí, aparte de lo
adictivas que resultan (ya lo he confesado) hay dos momentos impagables en las
dos últimas: el final de Antes del
atardecer (2004), cuando Céline (Delpy) pone cachondo a Jesse (Hawke) imitando
a Nina Simone y le espeta: “Me parece que vas a perder el avión” (un magnífico
final); en la última, la discusión de la pareja en la habitación de hotel que les han
regalado para pasar su última noche en Grecia, es muy densa y tensa, muy
realista y extraordinariamente interpretada (ahora sí, por los dos
protagonistas).
Si tengo que elegir, me quedo
con el díptico de Arcand (que he visto repetidas veces). Ese mundo de profesores
universitarios de Historia en una Facultad de Montréal, cínicamente cultos y
desaforadamente libidinosos, es un mundo que encuentro más cercano, que me
llega más (citan a autores que acostumbro a leer) y, en el paso de la primera a
la segunda (17 años después), se va también de cierta frivolidad un tanto
postmoderna a un discurso (con el protagonista más golfo aquejado de un cáncer
terminal) que mira a la trascendencia (ese plano –cristiano- del cielo mientras
la piadosa enfermera le inyecta la dosis de morfina que acabará con su vida).
Cinco filmes que conviene ver
y dos auténticos milagros de la historia del cine.



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