En ese ensayo que sobre la buena prosa discursiva (la prosa de
ideas) quiero escribir algún día (con Ortega y Gasset, Jorge Mañach y Mariano Picón
Salas como santos tutelares), las ideas que grosso
modo quiero defender -la primera de las cuales es que sobre tema tan
escurridizo sólo se puede discurrir a manera de ensayo- son las siguientes: al
margen de las cuestiones históricas (prosa renacentista, barroca, ilustrada,
etc.), lo que hace una buena prosa en mi opinión son las siguientes cosas:
- la fluidez de su ritmo (que nada tiene que ver con la medida del
verso, la métrica; se trata más bien de un ritmo sincopado, un ritmo de
pensamiento).
- cuestiones de organización y estructura (el ritmo estructural,
que podríamos decir).
- la chispa, a falta de mejor nombre: ésta procede de la sorpresa
que produce la utilización de cierto léxico inesperado (mezcla de registros) o
de ciertas imágenes o figuras retóricas, que le dan ese plus de expresividad
que hace una buena prosa.
En su ensayo sobre “Le elocuencia es Naturaleza, y no arte” (Cartas eruditas y curiosas, II, 6), Benito
Jerónimo Feijóo, que mucho sabía de esto, defiende esta idea del estilo:
“12. El genio puede en esta materia lo que es imposible al
estudio. A un espíritu, que Dios hizo para ello, naturalmente se le presentan
el orden, y distribución, que debe dar la materia sobre que quiere escribir: la
encadenación más oportuna de las cláusulas: la cadencia más airosa de los
periodos: las voces más propias: las expresiones más vivas: las figuras más
bellas. Es una especie de instinto lo que en esto dirige el entendimiento. Más
por sentimiento, que por reflexión, distingue el alma estos primores. En la
invención de ellos está ocioso el discurso, dejándolo todo a cuenta de la
imaginación.”
Me interesa la opinión de tan docto varón porque, si
atendemos con detalle, coincide en gran medida con los tres puntos que acabo de
proponer.
Jorge Mañach, en “Un arte de escribir” (texto que bajé
de Internet, y que ignoro de dónde procede, aunque no me cabe duda de que es
del eximio escritor cubano) defiende estos efectos de gracia:
“Los giros son peculiares agrupamientos de palabras que el idioma
ofrece, y se los busca y usa igual que las palabras, pero menos para la
precisión que para la gracia en el decir. Esta gracia a menudo consiste en
saber llevar a la expresión un elemento oportuno de sorpresas, por el cual
queda el lector aliviado y como divertido ante lo que no esperaba. En fin, las imágenes
–formas varias de comparación– son una gran cosa, a condición de no embriagarse
con ellas. Como todo en el estilo, deben tener una eficacia funcional, no
de mero adorno yuxtapuesto, sino de virtud comunicativa. Todavía nos queda en
Cuba mucho exceso de imaginismo o de imaginería que contrajimos exagerando el
ejemplo de Rodó.”
Hoy
me voy a detener en lo tocante al último apartado de los tres que nombré
(equivalente a la viveza de las expresiones, según Feijóo, o a la gracia de los
giros, según Mañach), estudiando lo que denominaré hápax sintagmático.