Si tuviera que recomendar un libro así, sin
preparación, de forma inopinada, para un lector general, tengo claro que
elegiría Ébano, de Ryszard Kapuscinski. El Quijote, obviamente, sería la primera obra que me vendría a la cabeza. Pero el
Quijote no se puede recomendar de
manera indiscriminada. Su posible lector ha de no amedrentarse ante el
castellano del siglo de Oro, tener unas nociones históricas, pero sobre todo
literarias (de géneros, estilos, retórica…) más que medianas para poder
disfrutar con garantías de nuestro gran clásico. Pero en el caso de la obra del
reportero polaco creo que con saber donde están situados, en el mapamundi,
tanto el país llamado Polonia, como el continente africano, bastaría.
Transcribo hoy un pasaje muy impresionante de su libro en la soberbia
traducción de Agata Orzeszek:
Viajando en Land Rover con un compañero, Leo, por las
llanuras del Serengeti, un tanto extraviados y desfallecientes por el cansancio
y el calor, se encuentran unas cabañas abandonadas y deciden descansar en ellas:
No sé cómo, acabé tumbado en
un camastro. Apenas me sentía vivo. El sol zumbaba en mi cabeza. Encendí un
cigarrillo para vencer el sueño. No me gustó su sabor. Quería apagarlo y cuando
mecánicamente seguí con mi mano la vista de mi mano dirigiéndose hacia el
suelo, vi que estaba a punto de apagarlo en la cabeza de una serpiente que se
había aposentado debajo del camastro.