Copio el poema:
GÓNGORA
Marte, la guerra. Febo, el sol. Neptuno,
el mar que ya no pueden ver mis ojos
porque lo borra el dios. Tales despojos
han desterrado a Dios, que es Tres y es Uno,
de mi despierto corazón. El hado
me impone esta curiosa idolatría.
Cercado estoy por la mitología.
Nada puedo. Virgilio me ha hechizado.
Virgilio y el latín. Hice que cada
estrofa fuera un arduo laberinto
de entretejidas voces, un recinto
vedado al vulgo, que es apenas, nada.
Veo en el tiempo que huye una saeta
rígida y un cristal en la corriente
y perlas en la lágrima doliente.
Tal es mi extraño oficio de poeta.
¿Qué me importan las befas o el renombre?
Troqué en oro el cabello, que está vivo.
¿Quién me dirá si en el secreto archivo
de Dios están las letras de mi nombre?
Quiero volver a las comunes cosas:
el agua, el pan, un cántaro, unas rosas...
(Los conjurados)
En
la primera parte del poema (hasta la pequeña pausa que significa un espacio y
separa los últimos dos versos), como decía, el cordobés recuerda su práctica
poética basada en la metáfora, la mitología, el latinismo, el desprecio del
vulgo, etc. En los dos últimos versos ensaya una (imaginaria) palinodia. Parece
arrepentirse de lo artificioso de su creación y desear “volver a las comunes
cosas”. Entonces cita (y cierra el poema):
el
agua, el pan, un cántaro, unas rosas...