En
marzo de 1947, María Casares, que rodaba en Roma La chartreuse de
Parme, junto con Gérard Philipe, y habiendo roto con Albert
Camus (que estaba casado) al finalizar la guerra, llevaba una vida
sentimental muy agitada en torno a dos Juanes, recibe una carta de su
padre, el que fuera ministro de la República española, Santiago
Casares Quiroga, de la que entresacamos un divertido pasaje. Es
evidente que la literatura española perdió, con la dedicación a la
política de don Santiago, una pluma de lo más ingeniosa y afilada. La carta se recoge en las memorias de la actriz.
“Como
puedes figurarte, aquí la vida sigue tan igual a sí misma como
siempre; y no es de esperar que cambie. Sin embargo, un
acontecimiento se ha producido que no quiero ocultarte aun a riesgo
de herir tu natural modestia, pero teniendo en cuenta que un éxito
es siempre un éxito y que no debe ser ocultado a quien merecidamente
lo obtuvo. El hecho es que, unos minutos después de tu telegrama,
llegó aquí, en adecuado pliego a tu nombre, un Diploma de la
Dirección de Telégrafos y Teléfonos otorgándote un 1er Premio
como Primera Comunicante Particular en el mes de Febrero por el
heroico esfuerzo que has hecho para acumular, en cuatro simples
comunicaciones, la confortable suma de diecisiete mil setecientos
francos, cantidad que ningún abonado particular ha conseguido
igualar en tan corto lapso de tiempo. Reconozco que el Diploma es
merecido e importante, pues fuerza es confesar que equivale a una
especie de “Oscar” de la telefonía sentimental. Y por eso, sin
duda, me emocionó. ¡Qué diablo! Después de todo uno es padre y
tiene su alma en su almario, ¿no? De ahí que me haya emocionado.
Tanto, que, de golpe, me quedé ronco; ronquera que duró -y eso te
dará una idea de la intensidad de mi emoción- hasta día y medio
después de haber pagado el importe del Diploma. Unos cuantos éxitos
de tal cuantía y la diño de puro entusiasmo.”
(María
Casares: Residente privilegiada, Argos Vergara, 1981, pág. 289)