domingo, 29 de marzo de 2020

Unas notas sobre TRISTANA, de Benito Pérez Galdós

- He vuelto a releer Tristana después de 42 años. La leí, en mi segundo curso de carrera universitaria, con el objetivo de leer algo de Galdós, de quien no conocía nada, y por lo tanto de empezar a controlar algunas de las consistencias de la literatura española (que era el núcleo de mis estudios). En mis ingenuos 20 años la obra me fascinó. Me encantaban los dos personajes jóvenes, Tristana y Horacio, y cómo ambos -aunque sobre todo Tristana- mostraban una concepción idealista de la vida, con deseos de libertad, de emancipación (es destacado el papel que el ideal de emancipación femenina juega en Tristana) y de vida consagrada al arte y la experimentación de nuevos modos (el rechazo del matrimonio, por ejemplo). Por ello, me resultó extremadamente triste el giro que sufre la novela a partir del viaje de Horacio a Villajoyosa y la aparición de la enfermedad de Tristana. Ver cómo finalmente el pintor se aparta de ella y se casa con otra, y cómo también Tristana, por sentido práctico y seguir los usos sociales, se casa con don Lope, su tutor y verdugo, era un crudo descenso a la realidad que, si bien era consecuente con la poética de la novela realista, no casaba bien con mis anhelos idealistas similares a los de los dos jóvenes personajes. Novela hermosa y amarga, me pareció entonces, y me llegó muy dentro el lenguaje conversacional espontáneo, juguetón y paródico que los enamorados empleaban en sus diálogos y misivas amorosas. (Tiempo después leí el estupendo estudio que Gonzalo Sobejano dedica a "Galdós y el vocabulario de los amantes", en que se centra en esas efusiones de Tristana.)


- Al releer la novela ahora, en mi edad otoñal, me sigue gustando mucho, pero ahora no me identifico tanto con los personajes, sino con la maestría del autor y, sobre todo, con su manejo del lenguaje. Me sigue pareciendo que ese "vocabulario de los amantes" es un auténtico logro en la literatura española y que resulta verdaderamente moderno. Pero en general Galdós me sigue pareciendo un gran creador cuyos aciertos verbales son profundamente nutricios en la literatura nacional que vino después y que llegan -no en sentido cronológico, que sigue siendo fecundo- hasta Valle-Inclán (lo de "Don Benito el Garbancero" no es sino una boutade). Algún día repasaré algunas de estas deudas que los que vienen detrás tienen contraídas con don Benito.
Por eso no dejó de parecerme una arbitrariedad muy propia de su egolatría la descalificación que Francisco Umbral hacía del maestro en un lejano curso de la Universidad de Verano de El Escorial. Basaba su descalificación en el uso que Galdós hacía del vocablo "boquirrita" para ponderar la belleza de Tristana, y el hecho de referir -en otra novela- que un gato llevaba en su boca un ratón que había cazado. "Los gatos no comen ratones -declaraba Umbral. Comen Friskis." La segunda observación cae por su propio peso, es de una ridiculez extrema. Pero en la primera, probablemente acierta. Lo que ocurre es que ese "pequeñuela y roja la boquirrita" de finales del primer capítulo es, probablemente, el único descubierto expresivo en que podemos pillar al autor en toda la obra.

- Tres mínimos detalles quería comentar, que tienen que ver con nombres o motes de los personajes. El de Tristana para la protagonista entiendo que tiene un doble sentido: por una parte, en sentido ascendente, remite explícitamente (cap. 3) a las expectativas literarias de su madre sobre ella (tomando el nombre de un caballero andante, don Tristán de Leonís), pero no deja de aludir a la tristeza que la embarga durante toda la parte final de la novela.
El nombre de Horacio, de tanta raigambre clásica y literaria (el enorme poeta romano, el amigo de Hamlet...), creo que viene a cuento del ideal de la aurea mediocritas horaciana que el pintor decide abrazar durante su vida en Villajoyosa.
El tercer detalle tiene que ver con el "vocabulario de los amantes". Sabemos que Horacio es, para Tristana, en su lenguaje privado, el "señó Juan", aparte de otros vocativos cariñosos como "sátrapa", "gitano" o "pintamonas", con que ella en su delirio amoroso le obsequia. Ella, para él, de manera muy dantiana (su autor favorito), es "Francesca" o "Beatrice", pero también "Paca -o Paquita- de Rímini" o "señá Restituta". El juego de los apelativos es, repito, una de las cosas más sabrosas de la obra.
Por eso resulta en extremo significativo que, cuando Horacio va a visitarla -con permiso de don Lope- tras la amputación de la pierna, a ella que lo mira como a un desconocido, le dice:

«¡Cuánto has padecido, pobrecita! -dijo Horacio, cuando la emoción le permitió expresarse con claridad-. ¡Y yo sin poder estar al lado tuyo! Habría sido un gran consuelo para mí acompañar a mi Paquilla de Rímini en aquel trance, sostener su espíritu...; pero ya sabes, ¡mi tía tan malita...! Por poco no lo cuenta la pobre». (cap. 26)

Resulta que ese apelativo "Paquilla de Rímini" nunca había sido empleado por los enamorados en cuanto registra el relato. Es un intento de aproximación de Horacio, de volver a emplear ese vocabulario común, que, al mismo tiempo, evidencia cuán lejos se hallan ya los antiguos amantes.
Unos capítulos antes (cap. 22) asistimos a este pasaje: 

"En sus últimas cartas, ya Tristana olvidaba el vocabulario de que solían ambos hacer alarde ingenioso en sus íntimas expansiones hablando o escritas. Ya no volvió a usar el señó Juan ni la Paca de Rímini, ni los terminachos y licencias gramaticales que eran la sal de su picante estilo. Todo ello se borró de su memoria, como se fue desvaneciendo la persona misma de Horacio, sustituida por un ser ideal, obra temeraria de su pensamiento, ser en quien se cifraban todas las bellezas visibles e invisibles."

Con ese sutil cambio del diminutivo ("-illa" en vez de "-ita") un escritor con el inmenso talento verbal de Galdós nos muestra, a las claras, la distancia que se ha instalado entre los efusivos amantes de otrora y el triste destino que les espera.

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