miércoles, 6 de noviembre de 2019

Lima la horrible: la viveza criolla según Salazar Bondy


Te mete tanto Vargas Llosa en Lima, cuando escribe La ciudad y los perros, que según leía la obra, consultaba en Google Maps muchos aspectos de la capital peruana (localizaciones geográficas, calles, edificios, monumentos…), y tanto me interesó la ciudad que quise prolongar ese efecto leyendo Lima la horrible (1964), de Sebastián Salazar Bondy, obra contemporánea a la del joven Vargas. Se trata de un ensayo de interpretación de la sociedad peruana, inteligente y bien escrito, que me recuerda lo que puede ser para México El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, o para Cuba, aunque de tratamiento más específico, la Indagación del choteo, de Jorge Mañach.

El caso es que me gustó mucho el libro, y uno de sus pasajes (de los más notables) me produjo una conmoción personal. Me explico: cierto día, hace años, comentando con mi hermano la crisis crónica en que viven inmersos los países latinoamericanos, él se irritó y comenzó a despotricar contra el modelo humano de el vivo, que es el que triunfa en Latinoamérica, y cómo a partir de ese modelo tramposo y amoral no se pueden construir sociedades sanas. Mi hermano no era un teórico de las sociedades, y no me consta que hubiera leído a Salazar Bondy, pero lo llamativo es que las ideas que manejaba se corresponden fielmente con la teorización del peruano. Cito a continuación ese fragmento de Lima la horrible, en que se describe la viveza criolla y su nefasto influjo.

Aparte de lo anotado, el criollismo es más aún. Es también viveza criolla. Hay una palabra proscrita que expresa mejor, más gráficamente, este “valor” inscrito en la singular tabla axiológica del criollo. ¿Qué es esta viveza? Una mixtión, en principio, de inescrupulosidad y cinismo. Por eso es en la política donde se aprecia mejor el atributo. En síntesis, consiste en la flexibilidad amoral con que un hombre deja su bandería y se alinea en la contraria, y en el provecho material que saca, aunque defraude a los suyos con el cambio. Abelardo Gamarra retrató al Diputado Fiambre, provinciano que llega a legislador como testaferro de los feudatarios de su región, y Francisco Vegas Seminario ha revivido al personaje modernizándolo en la persona del Honorable Ponciano, pero el dueño de la viveza criolla que actúa en la vida pública no es precisamente esta especie de chusco advenedizo, sino el que, venga de donde viniere, mediante la maniobra, la intriga, la adulación, la complicidad, el silencio o la elocuencia, se halla como un porfiado tente-en-pie siempre triunfante. La figura es antigua. Acerca de ella informaba al monarca español un virrey zahorí: … se doblan al respeto, a la relación, al empeño y a los fines particulares, aunque giman la razón y la causa pública (Conde de Superunda). El vivo de esta laya se da, no obstante, en todas las esferas de la actividad. Es el comerciante o proveedor que sisa en el peso, el funcionario que vende el derecho, el abogado que se entiende con la parte contraria, el prefecto que usa del mando en beneficio personal, el cura que administra los sacramentos como mercaderías, el automovilista que comete la infracción por simple gusto, el alumno que compra el examen, el jugador de dados cargados, el artista que se apadrina para el lauro, el ladrón o ladronzuelo que escamotea la prenda ajena a vista y paciencia (o con la complicidad) del policía, todo el que obtiene, en resumidas cuentas, lo que no le pertenece o le está vedado por vía ilícita pero ingeniosa debido a lo cual es hecho es meritorio. En homenaje a su picardía, los vivos merecen la indulgencia. Los otros, los que proceden de acuerdo a su conciencia o a la ley, son tontos. En vivos y tontos, dentro de la maniquea conciencia criollista, se divide la humanidad.”

(Biblioteca peruana, 1974, p. 31-32)




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