Te
mete tanto Vargas Llosa en Lima, cuando escribe La
ciudad y los perros,
que según leía la obra, consultaba en Google Maps muchos aspectos
de la capital peruana (localizaciones geográficas, calles,
edificios, monumentos…), y tanto me interesó la ciudad que quise
prolongar ese efecto leyendo Lima
la horrible
(1964),
de Sebastián Salazar Bondy, obra contemporánea a la del joven
Vargas. Se trata de un ensayo de interpretación de la sociedad
peruana, inteligente y bien escrito, que me recuerda lo que puede ser
para México El
laberinto de la soledad,
de Octavio Paz, o para Cuba, aunque de tratamiento más específico,
la Indagación del
choteo, de Jorge
Mañach.
El
caso es que me gustó mucho el libro, y uno de sus pasajes (de los
más notables) me produjo una conmoción personal. Me explico: cierto
día, hace años, comentando con mi hermano la crisis crónica en que
viven inmersos los países latinoamericanos, él se irritó y comenzó
a despotricar contra el modelo humano de el vivo, que es el
que triunfa en Latinoamérica, y cómo a partir de ese modelo tramposo
y amoral no se pueden construir sociedades sanas. Mi hermano no era
un teórico de las sociedades, y no me consta que hubiera leído a
Salazar Bondy, pero lo llamativo es que las ideas que manejaba se
corresponden fielmente con la teorización del peruano. Cito a
continuación ese fragmento de Lima la horrible, en que se describe
la viveza criolla y su nefasto influjo.
“Aparte de lo anotado, el
criollismo es más aún. Es también viveza
criolla. Hay una
palabra proscrita que expresa mejor, más gráficamente, este “valor”
inscrito en la singular tabla axiológica del criollo. ¿Qué es esta
viveza? Una mixtión, en principio, de inescrupulosidad y cinismo.
Por eso es en la política donde se aprecia mejor el atributo. En
síntesis, consiste en la flexibilidad amoral con que un hombre deja
su bandería y se alinea en la contraria, y en el provecho material
que saca, aunque defraude a los suyos con el cambio. Abelardo Gamarra
retrató al Diputado Fiambre, provinciano que llega a legislador como
testaferro de los feudatarios de su región, y Francisco Vegas
Seminario ha revivido al personaje modernizándolo en la persona del
Honorable Ponciano, pero el dueño de la viveza criolla que actúa en
la vida pública no es precisamente esta especie de chusco
advenedizo, sino el que, venga de donde viniere, mediante la maniobra,
la intriga, la adulación, la complicidad, el silencio o la
elocuencia, se halla como un porfiado tente-en-pie siempre
triunfante. La figura es antigua. Acerca de ella informaba al monarca
español un virrey zahorí: …
se doblan al respeto, a la relación, al empeño y a los fines
particulares, aunque giman la razón y la causa pública (Conde
de Superunda). El vivo de esta laya se da, no obstante, en todas las
esferas de la actividad. Es el comerciante o proveedor que sisa en el
peso, el funcionario que vende el derecho, el abogado que se entiende
con la parte contraria, el prefecto que usa del mando en beneficio
personal, el cura que administra los sacramentos como mercaderías,
el automovilista que comete la infracción por simple gusto, el
alumno que compra el examen, el jugador de dados cargados, el artista
que se apadrina para el lauro, el ladrón o ladronzuelo que escamotea
la prenda ajena a vista y paciencia (o con la complicidad) del
policía, todo el que obtiene, en resumidas cuentas, lo que no le
pertenece o le está vedado por vía ilícita pero ingeniosa debido a
lo cual es hecho es meritorio. En homenaje a su picardía, los vivos
merecen la indulgencia. Los otros, los que proceden de acuerdo a su
conciencia o a la ley, son tontos. En vivos y tontos, dentro de la
maniquea conciencia criollista, se divide la humanidad.”
(Biblioteca
peruana, 1974, p. 31-32)
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