domingo, 10 de noviembre de 2019

La bocca mi bacció tutto tremante (Dante: Inferno, V, 136)




Recuerdo que, cuando hace años, estudiando en Perugia un curso de verano de italiano, cayó en mis manos el pasaje de Paolo y Francesca, del Inferno de Dante, al llegar al verso anteriormente referido, me quedé estupefacto por su fuerza y sonoridad. Acababa de toparme con uno de esos versos que son absolutamente perfectos y que desafían cualquier posibilidad de traducción. Pienso en el gongorino “infame turba de nocturnas aves”, o la inigualable aliteración de San Juan de la Cruz: “un no sé qué que quedan balbuciendo”, o “la mer, la mer, toujours recomencée”, de Valéry, por citar sólo tres ejemplos máximos.

La traducción en prosa castellana que manejaba yo, de Bruguera, traducía “la boca me besó tembloroso”, que resultaba un tanto lánguido y simplón. De forma parecida traduce también en prosa, en la B.A.C., Nicolás González Ruiz: “me besó temblando en la boca”, que no tiene apenas fuerza.

Yo entonces, temerario, intenté unos endecasílabos que pudieran acercarse a versionar el original, con resultados muy insatisfactorios: primero escribí “la boca me besó trémulamente”, pero me parecía que un adverbio en -mente no era un buen final de verso; luego “tembloroso la boca me besó”, con poco afortunado hiperbaton, y finalmente “la boca me besó del todo trémulo” que, aunque lejos del original, no me parecía tan malo.

Repasando traducciones en verso de autores notables, veo que Ángel Crespo tradujo “la boca me besó todo anhelante”, que no está mal y guarda valiosos detalles del original que subrayo. Por su parte José María Micó traduce espléndidamente “estremecido me besó en la boca”. Si juntamos los aciertos de los dos y los comprimimos en un endecasílabo resultaría algo bastante próximo al original.

Bécquer, que sabía bastante de estas cosas, no se atrevió a traducirlo y solamente a citarlo y elogiarlo en su rima XXIX, que reza así.


XXIX

La bocca mi bacciò tutto tremante

Sobre la falda tenía
el libro abierto;
en mi mejilla tocaban
sus rizos negros.
No veíamos las letras
ninguno creo;
mas guardábamos ambos
hondo silencio.
¿Cuánto duró? Ni aun entonces
pude saberlo.
Sólo sé que no se oía
más que el aliento,
que apresurado escapaba
del labio seco.
Sólo sé que nos volvimos
los dos a un tiempo,
y nuestros ojos se hallaron
y sonó un beso.
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Creación de Dante era el libro,
era su Infierno.
Cuando a él bajamos los ojos,
yo dije trémulo:
¿Comprendes ya que un poema
cabe en un verso?
Y ella respondió encendida:
¡Ya lo comprendo!


(cfr. abajo la pintura de Ary Scheffer sobre Paolo y Francesca)

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