sábado, 4 de mayo de 2019

Machado: A don Francisco Giner de los Ríos: franciscanismo y santidad laica.



Machado leía muy bien (algo claramente perceptible en sus elogios: el de Unamuno o el de Azorín, por ejemplo). Leía muy bien y también sabía utilizar los materiales de sus lecturas. Si he denominado el post anterior, el comentario sobre el poema a Giner de los Ríos, “la entronización del santo laico”, es porque creo que Machado, para la creación de su poema, está operando a partir de una noción y una estrategia que utiliza Ortega y Gasset en su artículo de elogio a Pablo Iglesias, a raíz de la consecución por parte del líder socialista de un acta de diputado en las elecciones de mayo de 1910. El 13 de mayo de 1910, días después de las elecciones, Ortega publica en El Imparcial un escrito titulado “Pablo Iglesias”, del que entresaco las siguientes líneas (y subrayo determinadas palabras):

Hoy vuelve a su honor el vidrio: los votos de Pablo Iglesias han henchido las urnas de virtudes teologales.
No extrañe que al escribir de este hombre oriundo del gremio de cajistas soliciten, en tropel la pluma palabras del vocabulario religioso y místicas comparaciones. Pablo Iglesias es un santo. ¿Cómo pretender cerrar la Comunión de los bienaventurados a este tipógrafo? Pablo Iglesias se ha ejercitado hasta alcanzar la nueva santidad, la santidad enérgica, activa, constructora, política, a que ha cedido el paso la antigua santidad quietista, contemplativa, metafísica y de interna edificación. Sin santos no hay virtudes. Como los físicos construyen en sus laboratorios las leyes del mundo de las cosas, los santos hallan experimentalmente en sus vidas las virtudes, leyes del mundo moral. A cada virtud su santo. Si hoy consideramos como aspiración profunda de la democracia hacer laica la vírtud, tenemos que orientarnos buscando con la mirada, en las multitudes, los rostros egregios de los santos laicos. Pablo Iglesias es uno: don Francisco Giner es otro: ambos, los europeos máximos de España.”

La noción de “santo laico”, aplicada a Pablo Iglesias, pero también, inmediatamente, a Giner de los Ríos, va a tener largo uso posteriormente (y muy frecuentemente aplicada a estos dos egregios españoles), pero hasta donde alcanzo la crea Ortega en este artículo (el gran pensador siempre nutricio).

Ni que decir tiene que a Machado, siempre atento al pensamiento de Ortega, debió impactarle esa noción, y sobre todo, su aplicación a Giner, su querido maestro. De manera que unos años después, cuando muere Giner, Machado le dedica un elogio en que lo va a caracterizar de esa manera (sin utilizar el sintagma, pero desarrollando la idea). Y otra cosa, aparte de la noción (que desarrolla, pero no emplea textualmente, repito) tomó el poeta, y es el empleo del lenguaje religioso en su “aspiración profunda de hacer laica la virtud”, precisamente la estrategia que había empleado Ortega en su artículo al aplicar las virtudes teologales (fe, esperanza, caridad) y la noción de santidad a la figura de Iglesias y su prédica socialista.

El poema de Machado, todo imbuido de lenguaje religioso, no hace más que proponer una alternativa de virtudes éticas a la preponderancia de la Iglesia en la vida social española.

Ahora bien, en ese empleo del lenguaje religioso (el lenguaje del enemigo, por así decirlo), Machado recurre a un cliché del franciscanismo a la hora de referirse a Giner: dice la luz: van tres días / que mi hermano Francisco no trabaja.

Ese “mi hermano Francisco”, puesto en boca de la luz, remite al lenguaje de San Francisco de Asís, cuando hablaba de “hermano sol”, “hermana luna”, "hermano viento” o incluso “hermano lobo”. Machado pudo tomarlo directamente del poverello d´Assisi, pero también de dos de sus autores más reverenciados: Rubén Darío, que en “Los motivos del lobo”, poema dedicado al episodio de San Francisco con el lobo de Gubbio, pone en boca del lobo no sólo “hermano Francisco”, sino “hermanos hombres”, “hermanos bueyes”, etc. El otro, su querido don Miguel de Unamuno, que en un artículo de 1912, “De arte pictórica”, al hablar del pintor Regoyos, se manifiesta así:

el gran paisajista franciscano Darío de Regoyos. Y le llamo franciscano a este dulce bohemio del arte, porque pinta sus paisajes con un amor cristiano, fraternal, a la naturaleza.
El árbol de su paisaje es el hermano árbol, la roca es la hermana roca, el agua es la hermana agua.” (recogido en En torno a las artes, Austral, p. 49).

En un artículo del año siguiente, con motivo de la muerte de Regoyos, se vuelve a expresar en término muy similares, aunque allí le atribuye la denominación de “pintor franciscano”, que él desarrolla, al crítico de arte que firmaba con el seudónimo de Juan de la Encina.

Creemos que todos estos influjos operaban sobre la mente de Antonio Machado (otro santo laico, sin duda) cuando, sobreponiéndose al dolor que le produjo la muerte de Giner, compuso el magistral elogio que a todos nos sigue causando admiración.

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