Machado leía muy bien (algo
claramente perceptible en sus elogios: el de Unamuno o el de Azorín,
por ejemplo). Leía muy bien y también sabía utilizar los
materiales de sus lecturas. Si he denominado el post anterior, el
comentario sobre el poema a Giner de los Ríos, “la entronización
del santo laico”, es porque creo que Machado, para la creación de
su poema, está operando a partir de una noción y una estrategia que
utiliza Ortega y Gasset en su artículo de elogio a Pablo Iglesias, a
raíz de la consecución por parte del líder socialista de un acta
de diputado en las elecciones de mayo de 1910. El 13 de mayo de 1910,
días después de las elecciones, Ortega publica en El Imparcial un
escrito titulado “Pablo Iglesias”, del que entresaco las
siguientes líneas (y subrayo determinadas palabras):
“Hoy
vuelve a su honor el vidrio: los votos de Pablo Iglesias han henchido
las urnas de virtudes teologales.
No
extrañe que al escribir de este hombre oriundo del gremio de
cajistas soliciten, en tropel la pluma palabras del vocabulario
religioso y místicas
comparaciones. Pablo Iglesias es un santo.
¿Cómo pretender cerrar la Comunión de los bienaventurados a este
tipógrafo? Pablo Iglesias se ha ejercitado hasta alcanzar la nueva
santidad, la santidad enérgica, activa, constructora, política, a
que ha cedido el paso la antigua santidad quietista, contemplativa,
metafísica y de interna edificación. Sin santos no hay virtudes.
Como los físicos construyen en sus laboratorios las leyes del mundo
de las cosas, los santos hallan experimentalmente en sus vidas las
virtudes, leyes del mundo moral. A cada virtud su santo. Si hoy
consideramos como aspiración profunda de la democracia
hacer laica la vírtud,
tenemos que orientarnos buscando con la mirada, en las multitudes,
los rostros egregios de los santos laicos.
Pablo Iglesias es uno: don Francisco Giner es otro:
ambos, los europeos máximos de España.”
La noción de “santo laico”,
aplicada a Pablo Iglesias, pero también, inmediatamente, a Giner de
los Ríos, va a tener largo uso posteriormente (y muy frecuentemente
aplicada a estos dos egregios españoles), pero hasta donde alcanzo
la crea Ortega en este artículo (el gran pensador siempre nutricio).
Ni que decir tiene que a
Machado, siempre atento al pensamiento de Ortega, debió impactarle
esa noción, y sobre todo, su aplicación a Giner, su querido
maestro. De manera que unos años después, cuando muere Giner,
Machado le dedica un elogio en que lo va a caracterizar de esa manera
(sin utilizar el sintagma, pero desarrollando la idea). Y otra cosa,
aparte de la noción (que desarrolla, pero no emplea textualmente, repito)
tomó el poeta, y es el empleo del lenguaje religioso en su
“aspiración profunda de hacer laica la virtud”, precisamente la
estrategia que había empleado Ortega en su artículo al aplicar las
virtudes teologales (fe, esperanza, caridad) y la noción de santidad
a la figura de Iglesias y su prédica socialista.
El poema de Machado, todo
imbuido de lenguaje religioso, no hace más que proponer una
alternativa de virtudes éticas a la preponderancia de la Iglesia en
la vida social española.
Ahora
bien, en ese empleo del lenguaje religioso (el lenguaje del enemigo,
por así decirlo), Machado recurre a un cliché del franciscanismo a
la hora de referirse a Giner: dice la luz: van
tres días / que
mi hermano Francisco no trabaja.
Ese
“mi hermano Francisco”, puesto en boca de la luz, remite al
lenguaje de San Francisco de Asís, cuando hablaba de “hermano
sol”, “hermana luna”, "hermano viento” o incluso “hermano
lobo”. Machado pudo tomarlo directamente del poverello
d´Assisi, pero
también de dos de sus autores más reverenciados: Rubén Darío, que
en “Los motivos del lobo”, poema dedicado al episodio de San
Francisco con el lobo de Gubbio, pone en boca del lobo no sólo
“hermano Francisco”, sino “hermanos hombres”, “hermanos
bueyes”, etc. El otro, su querido don Miguel de Unamuno, que en un
artículo de 1912, “De arte pictórica”, al hablar del pintor
Regoyos, se manifiesta así:
“el
gran paisajista franciscano Darío de Regoyos. Y le llamo franciscano
a este dulce bohemio del arte, porque pinta sus paisajes con un amor
cristiano, fraternal, a la naturaleza.
El
árbol de su paisaje es el hermano árbol, la roca es la hermana
roca, el agua es la hermana agua.” (recogido en En
torno a las artes,
Austral, p. 49).
En un artículo del año
siguiente, con motivo de la muerte de Regoyos, se vuelve a expresar
en término muy similares, aunque allí le atribuye la denominación
de “pintor franciscano”, que él desarrolla, al crítico de arte
que firmaba con el seudónimo de Juan de la Encina.
Creemos que todos estos
influjos operaban sobre la mente de Antonio Machado (otro santo
laico, sin duda) cuando, sobreponiéndose al dolor que le produjo la
muerte de Giner, compuso el magistral elogio que a todos nos sigue
causando admiración.
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