(Escribo estas notas a partir
en las impresiones y recuerdos de Ramón Gómez de la Serna recogidos
en sus libros Pombo, La sagrada cripta de Pombo, Solana
y Automoribundia. Si no se
indica otra cosa, las citas proceden de estos libros.)
Hacia 1920, la tertulia de
Pombo (que había surgido en 1914), “necesitaba su cuadro”, en
palabras de Ramón Gómez de la Serna. Y el más indicado para
hacerlo era Gutiérrez Solana, contertulio de la primera hornada,
pero Solana “no hace más que lo que quiere”, y hubo que esperar
varios años hasta que metiera manos (y pinceles) en el asunto.
En el verano de 1920, según
consta en la carta a su amigo Cabrero Pons (recogida en el anterior
post), el pintor está trabajando en el cuadro. En noviembre lo
expondrían en el Salón de Otoño, de Madrid, y el 17 de diciembre
lo cuelgan en el Café de Pombo.
Ramón
señala lo siguiente: “Lo que hay que subrayar en este cuadro, es
que más que una obra de parecido -algunos retratos están hechos en
una sesión- es una obra de conjunto en que el autor con el color,
con los enlaces, con el claroscuro y sobre todo, porque ha hecho
pintura.”
Sobre el hieratismo y rigidez de los retratos insiste: “¿Que ha
pintado unos autómatas? Sí. Ha querido pintar ese automatismo
solemne que sólo es digno de la perpetuidad.”
En
otro momento había dicho, a propósito de Solana, una frase
reveladora. Encerrado en su caserón-museo de la calle de Santa
Feliciana, el gran pintor, “que
no ha vendido ni se ha desprendido de ninguno de sus cuadros”,
pinta
y escribe, porque Solana, además de un gran pintor, es un gran
escritor. Allí
“trabaja esa pintura que, de fuerte que es, parece escultura
policromada.” Una de esas ocurrencias geniales de Ramón que
sintetizan de forma inmejorable la esencia de un fenómeno.
El
cuadro, puesto en Pombo, genera diversas reacciones. Una es la
perfecta adecuación de la pintura al espacio. Le escribe Luis Bello
a Ramón, el sábado siguiente al banquete de homenaje que en el
mismo Café le dieron a Gutiérrez-Solana el 5 de enero de 1921, con
el doble motivo de la colocación del cuadro y de la reciente
publicación de su obra La
España negra:
“¡Estoy tan poco acostumbrado a ver un cuadro colocado en su
sitio, que este pequeño detalle (…) tiene para mí un valor
decisivo! Un cuadro que está aquí y no podía estar en otra parte;
tiene por este solo hecho un mérito que le libra de la terrible
vulgaridad de las Exposiciones.”
Es verdad que a los figurantes
del cuadro les produce un efecto un tanto siniestro de “duplicidad”,
pues que en su tertulia de los sábados por la noche están al mismo
tiempo presentes en la sala y en el cuadro. Pero tampoco deja de
reconocer Ramón que esa presencia fuera del tiempo en la pintura le
ha proporcionado “uno de los momentos de más legítima
satisfacción que sostienen la vida.”
Al autor, a Solana, le parecía
el cuadro un tanto incompleto, pues que dejaba fuera muchos de los
artistas y cofrades que frecuentaban la tertulia: el pintor Iturrino,
el caricaturista Bagaría, el escultor Victorio Macho (condiscípulo
de Solana en sus años de formación), el poeta Vighi y otros muchos.
Lo que realmente sería interesante -pero a eso no han llegado mis
pesquisas- es desentrañar los criterios últimos de la elección
definitiva de los 9 componentes del cuadro.
En La sagrada cripta de
Pombo Ramón inserta el cuadro de Solana en la tradición de los
retratos de grupos que, al recoger “lo más florido de cada
generación”, considera que deberían ser más frecuentes por la
manera en que documentan la historia de las generaciones.
Concretamente cita el célebre de Antonio María de Esquivel “Los
poetas contemporáneos”, donde aparece retratada la plana mayor del
romanticismo español (desde Espronceda y el duque de Rivas, en
sendos retratos: el cuadro dentro del cuadro) hasta Zorrilla,
Martínez de la Rosa, Mesonero Romanos…
También cita los de
Fantin-Latour, que considera los más característicos de este tipo
de pintura, por ejemplo “Un atelier aux Batignolles”, en que
aparecen Manet, Renoir, Monet, Zola…, u otros del mismo autor que
documentan los rostros de Baudelaire, Verlaine o Rimbaud.
Sobre el ambiente de estas
pinturas escribe: “Lo más bello que tiene el arte, es que es la
colaboración, el cenáculo, la redacción del periódico, las
veladas interminables, las citas para celebrar juntas académicas, y
todo eso está en esos cuadros. Quizás se envidia, más que ser el
autor de una obra magnífica, el poder asistir a las reuniones más
íntimas de los artistas, o el haber estado en aquella redacción
cuando llegó la célebre noticia que se supo allí unas horas antes
que en ningún lado.”
El cuadro, propiedad de Ramón
(a quien Solana se lo había regalado), permaneció en el Café hasta
1947. Ramón ha contado, en su Automoribundia, como en ese año
Tomás Borrás le puso en contacto con Llosent Marañón, director
del Museo de Arte Moderno, y cómo este le propuso salvar el cuadro
(ya muy oscuro de los años de humo y humedad del Café), limpiándolo
y conservándolo en el Museo. Ramón, que estaba en Buenos Aires, en
el exilio, aceptó el ofrecimiento y (no sin tener que vencer la
resistencia del propietario del Café, que lo consideraba suyo,
cuando en realidad estuvo en depósito durante tantos años) donó el
cuadro al estado español. Hoy lo podemos contemplar en el Museo
Reina Sofía de Madrid.
2 comentarios:
Hola, buenas tardes, Carlos:
Estoy haciendo una investigación sobre Bagaría y me gustaría saber la fuente que has utilizado para decir que él, Macho y Vighi iban a salir en el cuadro de Pombo, ¿lo dice Solana en algún artículo? De Iturrino tengo localizado dónde lo dice el pintor.
¡Muchas gracias!
Como ves, esto lo escribí hace casi 5 años, con lo que no tengo muy frescas las referencias, pero todas están tomadas de esos 3 libros de Gómez de la Serna que cito al principio. No de Solana, en todo caso del libro de Ramón sobre Solana.
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