domingo, 13 de diciembre de 2015

La Pardo Bazán nos resume una leyenda de Bécquer: El Beso

Doña Emilia Pardo Bazán, visitando un convento cercano a Santiago de Compostela, y contemplando las esculturas de los marqueses de Ayamonte, cree reconocer la pareja de estatuas que protagonizan la leyenda El beso, de Bécquer, que, de paso, nos resume magistralmente:


Mirándole tan reposado y digno en su actitud, acordéme del vencedor de Cerinola, héroe de piedra de la inimitable leyenda de Bécquer, El Beso. Quien haya leído las fantásticas narraciones del poeta sevillano, recordará aquella en que un joven oficial del ejército invasor de Napoleón, obligado a alojarse y pasar la noche en la iglesia de un convento, se enamora perdidamente de una estatua orante de mujer hermosísima que allí encuentra; habla de ella a sus compañeros de guarnición, la pinta con vivos y mágicos colores: primero se burlan de tan extraño amor, pero después, movidos ya de curiosidad, deciden ir la noche siguiente a conocer a la dama de mármol que roba a su amigo el sentido. Acuden en efecto a la vieja iglesia, cuyo lóbrego recinto ilumina la escasa claridad de una linterna. En el fondo del arco sepulcral ven a la dama, que a todos sorprende por su belleza maravillosa. Pero la iglesia está fría y húmeda; encienden para calentarse una gran fogata hecha con trozos de la rica sillería tallada del coro, se sientan alrededor de la lumbre, destapan botellas y corre el espumoso champaña trastornando los juicios: el grupo de militares se anima, unos cantan báquicas canciones, otros profanan con gritos y blasfemias la nave solitaria. Entretanto el capitán francés bebe como un desesperado, sin apartar los ojos de la estatua que, al rojizo resplandor del fuego, parece de carne, y dijérse que se ruboriza ante el sacrílego espectáculo. Los vapores de la embriaguez turban el cerebro del oficial, que, levantándose, va a ofrecer una copa de champaña al noble guerrero arrodillado junto a la dama. Sus compañeros reprenden su osadía, y él, más exaltado cada vez, exclama contemplando la efigie de mujer: “Miradla, miradla. ¿Queréis más vida, queréis más realidad? Esa mujer de piedra parece incitarme con su fantástica hermosura. Un beso, sólo un beso tuyo podrá calmar el ardor que me consume…” Y se dirige a la estatua con los brazos abiertos, como fuera de sí; pero en el mismo punto de tocarla cae al suelo, ensangrentado y deshecho el rostro. El inmóvil guerrero, alzando la mano, le había derribado con una espantosa bofetada de su guantelete de piedra. 
(“Impresiones santiaguesas. Una joya del arte renaciente”)

No hay comentarios: