martes, 20 de octubre de 2015

Los cuentos inolvidables, según Cortázar



Julio Cortázar, de quien vimos en clase el magnífico relato Continuidad de los parques, teorizó sobre el cuento en un texto de 1962, “Algunos aspectos del cuento”. Entresaco de ese estupendo ensayo unas líneas en que propone una selección personal de cuentos. Allí se encuentra nuestra próxima lectura, Bola de sebo, de Maupassant.


Muchas veces me he preguntado cuál es la virtud de ciertos cuentos inolvidables. En el momento los leímos junto con muchos otros, que incluso podían ser de los mismos autores. Y he aquí que los años han pasado, y hemos vivido y olvidado tanto. Pero esos pequeños, insignificantes cuentos, esos granos de arena en el inmenso mar de la literatura, siguen ahí, latiendo en nosotros. ¿No es verdad que cada uno tiene su colección de cuentos? Yo tengo la mía, y podría dar algunos nombres. Tengo William Wilson, de Edgar A. Poe; tengo Bola de sebo, de Guy de Maupassant. Los pequeños planetas giran y giran: ahí está Un recuerdo de Navidad, de Truman Capote; Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, de Jorge Luis Borges; Un sueño realizado, de Juan Carlos Onetti; La muerte de Iván Ilich, de Tolstoi; Cincuenta de los grandes, de Hemingway; Los soñadores, de Izak Dinesen, y así podría seguir y seguir...                

domingo, 18 de octubre de 2015

Cuentecillo del Renacimiento sobre locos en Valencia

En el "Diálogo de la melancolía" (Pedro Mercado, hacia 1558) me encuentro con el siguiente cuentecillo a propósito del Hospital de los inocentes, que fundó en Valencia el mercedario padre Jofré en 1410 para proteger a los locos (Me recuerda mucho a un chiste de Eugenio sobre tres jóvenes que se fuman un canuto):

A ese mismo propósito me acaeció en Valencia la más alta gracia del mundo, viendo la casa de los orates, que es muy de ver. A la entrada hallé un hombre de buen parecer y creyendo ser el alcalde de la casa, después de saludádole, díjele: “Señor alcaide, recibiré merced me diga en qué parte veré los locos de esta casa”. Respondióme: “No sé lo que dices, mas hágote saber que soy San Pedro, que me envió Dios a predicar al mundo”. Como lo reconocí por loco reíme mucho; y más adelante hallé un clérigo medianamente aderezado y para que holgase de la respuesta del loco, díjele: “Hame pasado con un loco un donaire el mayor del mundo, que me dijo que era San Pedro, que lo enviaba Dios a predicar al mundo”. Respondióme el clérigo: “En verdad te digo que nunca tal envié”. Maravilléme de verlos sueltos y sin prisión ninguna.