Julio
Cortázar, de quien vimos en clase el magnífico relato Continuidad de los parques,
teorizó sobre el cuento en un texto de 1962, “Algunos aspectos del cuento”. Entresaco
de ese estupendo ensayo unas líneas en que propone una selección personal de
cuentos. Allí se encuentra nuestra próxima lectura, Bola de sebo, de Maupassant.
Muchas veces me he preguntado cuál es la virtud
de ciertos cuentos inolvidables. En el momento los leímos junto con muchos
otros, que incluso podían ser de los mismos autores. Y he aquí que los años han
pasado, y hemos vivido y olvidado tanto. Pero esos pequeños, insignificantes
cuentos, esos granos de arena en el inmenso mar de la literatura, siguen ahí,
latiendo en nosotros. ¿No es verdad que cada uno tiene su colección de cuentos?
Yo tengo la mía, y podría dar algunos nombres. Tengo William Wilson, de Edgar A. Poe; tengo Bola de sebo, de Guy de Maupassant. Los pequeños
planetas giran y giran: ahí está Un recuerdo de Navidad, de Truman Capote; Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, de Jorge Luis Borges; Un sueño realizado, de Juan Carlos Onetti; La muerte de Iván Ilich, de
Tolstoi; Cincuenta de los grandes, de Hemingway; Los soñadores, de Izak
Dinesen, y así podría seguir y seguir...