En aquellos magníficos libros de texto de Lengua española, que publicaba Anaya (azules y de formato cuadrado), con los que empecé a trabajar a principios de los 80 (desde entonces todos los otros manuales que he ido manejando han sido progresivamente peores: ¡vaya un progreso!) y que firmaban Fernando Lázaro Carreter y Vicente Tusón, se notaba bastante claramente la prodigiosa mano del maestro de maestros. En el de 1º de BUP venían unos comentarios de texto, excelentes, en los que se seguía la metodología de comentario que Lázaro Carreter, junto con Evaristo Correa Calderón, habían introducido en nuestro país con otro célebre manual, Cómo se comenta un texto literario (también el primero, y el mejor, de los que al comentario de textos se han dedicado). Pues bien, traigo hoy a este blog un magnífico comentario de un poema de Rubén Darío que recientemente hemos aprendido en clase de memoria. El texto lo he conseguido localizar en el ciberespacio, pero sin nombre de autor o apócrifamente utilizado. Aquí lo restituyo a sus creadores. Es de bien nacidos ser agradecidos.
Introducción.
Introducción.
Como
es bien sabido, el nicaragüense Rubén Darío (1867-1916) no es sólo una de las
figuras máximas de las letras hispanoamericanas, sino también uno de los
grandes renovadores de la poesía española contemporánea. Gran conocedor, ante
todo, de poetas franceses, aunque también de clásicos y españoles, hace
triunfar en todo el ámbito de la literatura en lengua castellana el Modernismo, movimiento que reacciona
contra el prosaísmo dominante en la poesía anterior y que se propone un
profundo enriquecimiento de la lengua poética (ritmos, efectos sensoriales,
vocabulario, etc.).
En
los principales libros de Rubén (Azul,
1888; Prosas profanas, 1896; Cantos de vida y esperanza, 1905),
alternan las evocaciones exóticas, los sentimientos íntimos, los temas
españoles e hispanoamericanos. Junto a esta variedad temática, aparece siempre
-como nota común- una gran brillantez estilística.
El
soneto Caupolicán (del libro Azul) es una buena muestra de los temas
americanos. El asunto tiene viejas raíces: Alonso de Ercilla (1533-1594)
contaba al principio de La Araucana -epopeya
de la conquista de Chile- aquella famosa prueba con que los indios araucanos
eligieron a su caudillo, y que consistía en ver quién era capaz de llevar
durante más tiempo un pesado tronco sobre sus hombros. Caupolicán salió
vencedor y fue proclamado Toqui (jefe
de estado en tiempos de guerra).
He
aquí el poema de Rubén Darío:
Texto.
Es algo
formidable que vio la vieja raza;
robusto tronco
de árbol al hombro de un campeón
salvaje y aguerrido,
cuya fornida maza
blandiera el
brazo de Hércules o el brazo de Sansón.
Por casco sus
cabellos, su pecho por coraza,
pudiera tal
guerrero, de Arauco en la región;
lancero de los
bosques, Nemrod (1) que todo caza,
desjarretar (2) un toro o estrangular un león.
Anduvo,
anduvo, anduvo. Le vio la luz del día,
le vio la
tarde pálida, le vio la noche fría,
y siempre el
tronco de árbol a cuestas del titán.
"¡El
Toqui, el Toqui! ", clama la conmovida casta.
Anduvo,
anduvo, anduvo. La aurora dijo "Basta",
e irguióse la
alta frente del gran Caupolicán.
1 Nemrod:
Legendario rey de Babilonia. La
Biblia lo llama "poderoso cazador ante Dios".
2 desjarretar:
cortar las patas o -aquí- derribar.
Contenido
y estructura.
Del
episodio narrado ampliamente por Ercilla en su poema épico, Rubén Darío, con
intención épico-lírica, retiene los rasgos que le parecen esenciales: la
colosal fortaleza del héroe indio y lo grandioso de su hazaña. Así pues, el
soneto es, ante todo, una descripción física (o prosopografía) de Caupolicán, seguida de un relato condensado de su
proeza.
Esos
dos aspectos del contenido se corresponden con las dos partes que suele
presentar todo soneto: en las dos primeras estrofas se recoge la descripción
del héroe; en las dos últimas, se cuenta su hazaña.
Desde
el punto de vista métrico, este soneto
ofrece dos particularidades: por un lado, los versos son alejandrinos, en vez
de endecasílabos; por otro, los cuartetos han sido sustituidos por serventesios (rimas cruzadas o
alternantes). Ambas particularidades son muy frecuentes en los sonetos
modernistas. Señalemos, además, las rimas agudas que -como se verá- se insertan
en la sonoridad brillante que caracteriza al poema. La acentuación, en fin,
ofrece una indudable regularidad: van acentuadas las sílabas pares de cada
hemistiquio, o al menos las sílabas 2ª y 6ª. Véanse, por ejemplo, los versos 1
y 10:
es algo formidable / que
vio la vieja raza (2 – 6 / 2 – 4 – 6)
le vio la tarde pálida / le vio la noche fría (2 – 4 - 6 /2 – 4 – 6)
Nos hallamos, evidentemente, ante un
ritmo muy marcado.
Análisis
del texto (Expresión y contenido).
Los
dos primeros versos presentan, como en una estampa, al indio con él tronco a
cuestas. Es algo formidable... El
adjetivo "formidable" se usa hoy tanto en la conversación familiar
que hemos de recordar su sentido verdadero: en su origen significaba
"temible"; luego pasó a ser "muy grande-o "grandioso",
y este es el sentido con que lo usa Rubén. Desde el principio, pues, se afirma
el carácter excepcional del suceso y del personaje, a quien se llama luego campeón (palabra que, antes de tener el
actual valor deportivo, tenía -como aquí- un sentido militar).
Dos
adjetivos, encabalgados en el verso 3, completan a campeón: salvaje y
aguerrido, palabras que nos dan una primera caracterización del personaje:
primitivo, elemental, valeroso. Tal impresión se continúa con referencias a
personajes legendarios: un héroe de la mitología clásica (Hércules) y un héroe bíblico (Sansón),
ambos caracterizados por su fuerza excepcional. De cualquiera de ellos habría
sido digna la fornida maza del héroe
americano. Por lo demás, compárese fornida
maza con robusto tronco: en los
dos casos, el adjetivo epíteto recoge también esa idea de fuerza que es tema
central del soneto.
Pero
al sentido de las palabras se añade -y esto es importantísimo-la sonoridad
(aliteración). Desde la primera lectura, nuestros oídos perciben la abundancia
de consonantes ásperas, como la j
(vieja, salvaje) o la z (raza, maza, brazo). Destacan
-aún más las rr (raza, robusto, aguerrido).
Algunas vocales suenan de, manera especialmente rotunda al ir seguidas de
consonantes nasales o de r (formidable, tronco, hombro, fornida, blandiera); y ello es aún más perceptible en las rimas (campeón-Sansón). Realmente, pocas veces podemos asistir a un ajuste tan
significativo de expresión y contenido: la sonoridad "fuerte"
contribuye, tanto o más que los significados, a hacernos sentir esa, impresión
de fuerza.
En
torno a la misma impresión de fuerza, sigue la descripción de Caupolicán en la
segunda estrofa. El verso 5 nos lo muestra poderoso en su desnudez: Por casco sus cabellos, su pecho por coraza.
Es un cuerpo férreo que no necesita de armaduras. Notemos de paso la hermosa
construcción del verso, bimembre y con un "quiasmo" (o cruce de
estructuras gramaticales) para poner de: relieve los términos:
por casco sus
cabellos / su pecho por coraza
2 1 1 2
Más
adelante (y observando de pasada el hipérbaton de Arauco en la región), se completa el retrato con un nuevo
atributo (lancero de los bosques),
enlazado con otra referencia a un héroe legendario (el caldeo Nemrod). Y todo ello para decir que
Caupolicán hubiera podido (=pudiera tal
guerrero) desjarretar un toro o
estrangular un león. El verso es un espléndido remate de la descripción del
héroe. Su fuerza llega aquí al punto culminante con esa capacidad de vencer a
fieras terribles. Debemos añadir que este verso es una nueva alusión a Hércules
y á sus "doce trabajos"". En efecto, el héroe griego -entre
otras hazañas- domó al toro de Creta y estranguló al león de Nemea.
Detengámonos un momento a reflexionar: Rubén Darío quiere dotar al guerrero
araucano de una aureola mítica de claras resonancias bíblicas y clásicas. Es
todo un cruce de culturas: lo hebreo, lo greco-romano, lo americano... Y eso es
Rubén Darío.
Desde
un punto de vista formal este verso -que concluye la segunda estrofa- es de
construcción semejante al verso final de la primera: ambos son bimembres. Por
lo demás, su calidad sonora viene a ser un compendio de lo que antes hemos
dicho sobre la sonoridad del poema (confirmada en este segundo serventesio).
Tras
la descripción del personaje, se inicia ahora el relato de su hazaña. Ya en el
verso 2 lo habíamos visto con el tronco de árbol a sus hombros. Pero del
presente descriptivo (Es algo formidable) pasamos en los tercetos al pretérito de
narración: Anduvo, anduvo, anduvo...
La pura repetición es un recurso elemental de intensificación para indicar lo
inacabable de la acción. La misma idea de duración es lo que expresan las tres
oraciones yuxtapuestas que siguen: Le vio
la luz del día, - le vio la tarde pálida, le vio la noche fría... (Nótese
la insistencia en le vio -anáfora- y la regularidad de la acentuación en los
dos versos.) Y siempre el tronco de árbol
a cuestas del titán. Limitémonos a subrayar la nueva connotación de fuerza
en la última palabra.
El
terceto final se inicia con el reconocimiento de la superioridad de Caupolicán:
la conmovida casta (=la vieja raza) lo proclama jefe con
entusiasmo: ¡El Toqui, el Toqui! Pero
Caupolicán sigue caminando: reaparece la repetición Anduvo, anduvo, anduvo... Ercilla, en el citado pasaje de La
Araucana insistía también en la duración de la proeza
(dos días y dos noches en aquel poema); veamos cómo se nos contaba allí el
final:
Era salido el
sol cuando el enorme
peso de las
espaldas despedía,
y un salto
dio, en lanzándolo, disforme,
mostrando que
aún más ánimo tenía.
Por
comparación con estos versos, admiramos la condensación y la eficacia del final
de este soneto:
La
aurora dijo “Basta”
e
irguióse la alta frente del gran Caupolicán
Como en la obra de Ercilla, la prueba
termina al amanecer. Pero aquí es la misma aurora quien parece ordenarlo, con
una palabra que restalla con fuerza ("Basta”).
Y el majestuoso verso final recoge la noble actitud del héroe (irguióse), al que dos epítetos muestran
en todo su esplendor (alta frente, gran Caupolicán). El poeta ha esperado
hasta el final para darnos su nombre, que resuena grandioso. Por lo demás, todo
el verso es muestra eminente de esa poderosa sonoridad que ya hemos señalado
antes.
Conclusión.
El
poema es una brillante exaltación de un héroe americano. A esa exaltación
contribuyen las referencias a legendarios colosos; referencias que, por otra
parte, nos descubren las preferencias culturales de Rubén Darío.
Pero
lo más digno de destacar es la adecuación de las formas a la índole del tema.
El vocabulario, la amplitud del ritmo y -sobre todo- esa sonoridad en la que
tanto hemos insistido, confirman la certera conciencia estilística del autor,
conocedor profundo de los poderes del lenguaje.
2 comentarios:
Gracias!
Interesante. Me ha gustado mucho el comentario.
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