Nos la trae Juan Eduardo Zúñiga en su libro sobre los escritores rusos:
La
gran innovación que representó el teatro de Chejov era que fraccionaba la
clásica línea argumental única, sustituida por varias historias con su propio
desarrollo e importancia, imitación exacta de la simultaneidad de aconteceres
que se da en la existencia humana. El creaba varios microargumentos que
estructuraban el paisaje total de pasiones, ilusiones e impotencias; y en
consecuencia, el protagonista central desaparecía y era absorbido en un
conjunto de personajes cada cual con sus problemas y su mundo interior. Sin
proponérselo, tácitamente, pues Chejov lo que hizo fue trasladar a su teatro su
visión de la sociedad, representó en las postrimerías del siglo XIX un cambio
de la concepción teatral, un cambio absoluto en el comportamiento de los actores
y en la dirección de escena. Su teatro puso fin a la declamación, a los
monólogos trascendentales, a los gritos y gestos desmesurados, según era el
método convencional de las representaciones decimonónicas. A los argumentos
tortuosos de situaciones equívocas, sorpresas, lances inesperados, Chejov opuso
la sencillez de las relaciones cotidianas de personas de aparente vulgaridad
que mantienen conversaciones triviales, como él mismo dijo al poeta Gorodetski:
“Después de todo, la gente no se pasa el tiempo disparando, ahorcándose y
declarando su amor, ni tampoco diciendo pensamientos profundos. Con más
frecuencia comen, beben, flirtean y dicen tonterías. Esas cosas son las que
deben verse en el escenario”.
(“Antón Chejov y las gaviotas”, en Desde los bosques nevados, p. 37
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