Se nos da a ver un Ortega
y Gasset todavía joven, con bigote (como lo imaginaríamos en el personaje Antón
Tejero de la novela Troteras y danzaderas,
de Ramón Pérez de Ayala), con traje y corbata negras y camisa y pañuelo en el
bolsillo blancos, sentado tras una mesa, con un gesto doble: el brazo
izquierdo, que se apoya en la mesa con un cigarrillo en la mano, nos lo muestra
en la actitud del que está a punto de levantarse; mientras que el derecho, con
la mano en la mejilla y el dedo índice enmarcando el rostro, nos lo presenta en
la actitud reflexiva propia del filósofo. Pensamiento y acción, parece querer
indicarnos el pintor.
La habitación, trazada a
grandes rasgos, se nos antoja amplia, con una cómoda al fondo donde se pueden
observar lo que parecen fotografías familiares y una puerta entreabierta tras
la que intuimos –los colores rojo y blanco así nos lo sugieren- una mujer en
movimiento.
Pero quizá lo más
llamativo de la imagen (que lo diferencia de otros escritores retratados por
Sorolla: Unamuno, Pío Baroja, Azorín, Blasco Ibáñez, Ramón Pérez de Ayala… Sólo
Juan Ramón Jiménez sostiene un libro, con el dedo índice introducido como
marcador) es la abundante presencia de libros en la mesa tras la que el filósofo
se sienta. Tiene un libro abierto ante sí, pero justo al lado tiene otro libro
abierto, cuya página impar sujeta una torre algo irregular de seis libros más.
¿Quiere esto decir que la multitud de lecturas de Ortega llamaba la atención de
sus contemporáneos (Ortega le confiesa en carta a Unamuno que en su juventud estudiosa en Alemania solía dedicar once horas diarias a leer)? ¿O había intuido Sorolla que Ortega era en cierta gran
medida un filósofo libresco (cfr. mi breve ensayo: "Meditando sobre el marco: Simmel en Ortega")?
Llama la atención la
firma del cuadro. Arriba a la derecha el nombre del filósofo (José Ortega y
Gasset), con una pequeña rúbrica, y debajo J. Sorolla B.
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