"Dejamos al gran gobernador enojado y mohíno con el labrador pintor y socarrón, el cual, industriado del mayordomo, y el mayordomo, del duque, se burlaban de Sancho;"
Así comienza el capítulo 49 de la segunda parte del Quijote. El labrador de marras, que sepamos, no práctica el arte de la pintura. ¿Por qué, pues, le llama así el narrador?
Dos capítulos atrás este labrador (que forma parte de una trama burlona en torno al recién nombrado gobernador de la ínsula) le ha referido a Sancho con todo detalle las partes de la muchacha de la cual se ha enamorado su hijo. El pasaje -una descripción caricaturesca- es el siguiente:
"la doncella es como una perla oriental, y mirada por el lado derecho parece una flor del campo: por el izquierdo no tanto, porque le falta aquel ojo, que se le saltó de viruelas; y aunque los hoyos del rostro son muchos y grandes, dicen los que la quieren bien que aquellos no son hoyos, sino sepulturas donde se sepultan las almas de sus amantes. Es tan limpia, que por no ensuciar la cara trae las narices, como dicen, arremangadas, que no parece sino que van huyendo de la boca; y, con todo esto, parece bien por estremo, porque tiene la boca grande, y, a no faltarle diez o doce dientes y muelas, pudiera pasar y echar raya entre las más bien formadas. De los labios no tengo que decir, porque son tan sutiles y delicados, que, si se usaran aspar labios, pudieran hacer dellos una madeja; pero como tienen diferente color de la que en los labios se usa comúnmente, parecen milagrosos, porque son jaspeados de azul y verde y aberenjenado. Y perdóneme el señor gobernador si por tan menudo voy pintando las partes de la que al fin al fin ha de ser mi hija, que la quiero bien y no me parece mal.
—Pintad lo que quisiéredes —dijo Sancho—, que yo me voy recreando en la pintura, y, si hubiera comido, no hubiera mejor postre para mí que vuestro retrato."
Señalo en negrita las referencias que se hacen a la pintura cuando en realidad se está hablando de una descripción. Y es que, desde antiguo, se entendió que describir era pintar con palabras.
El uso metafórico de pintura por descripción estaba tan arraigado que la identificación de los términos produce uno de los motivos iconográficos más curiosos de la historia de la plástica: me refiero al motivo de “San Lucas pintando a la Virgen”, del que tantas muestras hay en la tradición pictórica occidental (Van del Weyden, Vasari, Mabuse, El Greco, entre otros).
¿Pintó el evangelista San Lucas a la Virgen María? Es más que improbable, sobre todo tal como lo presenta la tradición, pintando a la Virgen con el niño Jesús en brazos, pues que San Lucas no era pintor, sino médico, y no fue testigo directo de la vida de Jesús, sino discípulo de San Pablo. Pablo tampoco conoció a Jesús en vida, sino que persiguiendo a los cristianos tuvo una aparición del Resucitado y después de su conversión frecuentó a sus discípulos.
¿Por qué, entonces, este motivo iconográfico? El motivo procede de la interpretación literal de una metáfora. El evangelio de San Lucas es el que mejor y más detalladamente describe la infancia de Jesús, y muy especialmente episodios de la vida de la Virgen como la Anunciación (otro de los motivos esenciales de nuestra tradición pictórica) o la Visitación. Por ello se entendió que pintaba a la Virgen. De ahí al motivo pictórico que nos ocupa no hay más que un error de lectura enormemente fértil.
(los cuadros de Van der Weyden y El Greco)
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