En el sabrosísimo diálogo que sostienen Don Quijote y un joven vivaracho con que se encuentra en su camino y que responde al singular nombre de Vivaldo, en un momento dado, hablando de la necesidad de que los caballeros andantes tengan una amada a quien se encomiendan en su continuo batallar, se produce este intercambio verbal:
—Con todo eso —dijo el caminante—, me parece, si mal no me acuerdo, haber leído que don Galaor, hermano del valeroso Amadís de Gaula, nunca tuvo dama señalada a quien pudiese encomendarse; y, con todo esto, no fue tenido en menos, y fue un muy valiente y famoso caballero.
A lo cual respondió nuestro don Quijote:
—Señor, una golondrina sola no hace verano. Cuanto más, que yo sé que de secreto estaba ese caballero muy bien enamorado; fuera que aquello de querer a todas bien cuantas bien le parecían era condición natural, a quien no podía ir a la mano. Pero, en resolución, averiguado está muy bien que él tenía una sola a quien él había hecho señora de su voluntad, a la cual se encomendaba muy a menudo y muy secretamente, porque se preció de secreto caballero.
(Don Quijote, I, 13)
Siempre me resultó un tanto extraña esta frase proverbial, pues pensaba que debería ser “Una golondrina no hace primavera”. Ciertamente sonaba mejor la versión empleada por Cervantes, pero la otra parecía más correcta en cuanto a su significado a tenor de las costumbre migratorias de tan celebrada ave. Con lo cual yo no sabía muy bien cuál forma emplear. A veces decía una, a veces la otra.
Una reciente lectura de la Introducción al Símbolo de la Fe, Fray Luis de Granada, me vino a sacar de dudas. Tras los preliminares de la obra, en el primer capítulo, nos encontramos con esto:
Y dado caso que en esto hubo muchas y diversas opiniones, pero al cabo vinieron los más graves filósofos a determinar que el último y sumo bien del hombre consistía en el ejercicio y uso de la más excelente obra del hombre, que es el conocimiento y contemplación de Dios. Y digo en el ejercicio, porque (según dice Aristóteles) como «una golondrina no hace verano», sino muchas, así una consideración de éstas no hace al hombre bienaventurado, sino el ejercicio y uso de ellas.
Lo primero que llama nuestra atención es que lo que considerábamos un refrán o frase proverbial tiene un origen culto, y en efecto, Aristóteles la utiliza en el capítulo 7 del primer libro de la Ética a Nicómaco. Tal vez el Estagirita esté usando un proverbio griego, pero esto desde luego excede mi competencia filológica, y no puedo afirmar nada al respecto.
Pero el bueno de Fray Luis seguirá aclarándonos cosas, pues en varios pasajes de la obra se pronuncia así:
Porque el sol es el que entre todas ellas tiene más virtud para la procreación de las cosas, mayormente pues él da luz a todas las estrellas, y con la luz eficacia para sus influencias. Este planeta, con su movimiento propio allegándose y desviándose de nosotros, es causa de los cuatro tiempos del año, que son invierno, verano, estío y otoño, que son necesarios para la producción de las cosas.
(Libro I, capítulo 3, II)
Clasificación que vuelve a repetir un poco más adelante, al principio del capítulo 5, hablando también sobre el sol:
El mismo es el que, allegándose o desviándose de nosotros, es causa de las cuatro diferencias de tiempos que hay en el año, que son invierno, verano, estío y otoño, los cuales ordenó la divina providencia por medio de este planeta así para la salud de nuestros cuerpos como para la procreación de los frutos de la tierra, con que ellos se sustentan.
Por lo tanto, lo que resulta claro es que en Fray Luis (y el suyo es el mismo estadio de la lengua que el de Cervantes, que escribe una veintena de años después que él) el verano equivale a nuestra primavera, así como el estío a nuestro verano. De hecho el término primavera procede etimológicamente de verano (prima vera < primo vere = primer verano).
Como aclara, por su parte, Corominas, en su Diccionario Etimológico: “Hasta el Siglo de Oro se distinguió entre verano, que entonces designaba el fin de la primavera y principio del verano; estío, aplicado al resto de la estación, y primavera, que significaba solamente comienzo de la estación conocida ahora con este nombre.” (cfr. VERANO).
Se manejaba, pues, un sistema léxico de las estaciones del año que fluctuaba entre cuatro estaciones (el que maneja Fray Luis) o cinco (con primavera, que, a la postre, conduciría hacia la reordenación actual, prescindiendo del término estío, o dejándolo sólo como sinónimo de verano.
Así que podemos citar tranquilamente la frase proverbial, sabiendo que incluye un uso léxico arcaico, pero con el significado que todos le atribuimos, acorde al ritmo migratorio de las golondrinas.
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