En el sabrosísimo diálogo que sostienen Don Quijote y un joven vivaracho con que se encuentra en su camino y que responde al singular nombre de Vivaldo, en un momento dado, hablando de la necesidad de que los caballeros andantes tengan una amada a quien se encomiendan en su continuo batallar, se produce este intercambio verbal:
—Con todo eso —dijo el caminante—, me parece, si mal no me acuerdo, haber leído que don Galaor, hermano del valeroso Amadís de Gaula, nunca tuvo dama señalada a quien pudiese encomendarse; y, con todo esto, no fue tenido en menos, y fue un muy valiente y famoso caballero.
A lo cual respondió nuestro don Quijote:
—Señor, una golondrina sola no hace verano. Cuanto más, que yo sé que de secreto estaba ese caballero muy bien enamorado; fuera que aquello de querer a todas bien cuantas bien le parecían era condición natural, a quien no podía ir a la mano. Pero, en resolución, averiguado está muy bien que él tenía una sola a quien él había hecho señora de su voluntad, a la cual se encomendaba muy a menudo y muy secretamente, porque se preció de secreto caballero.
(Don Quijote, I, 13)
Siempre me resultó un tanto extraña esta frase proverbial, pues pensaba que debería ser “Una golondrina no hace primavera”. Ciertamente sonaba mejor la versión empleada por Cervantes, pero la otra parecía más correcta en cuanto a su significado a tenor de las costumbre migratorias de tan celebrada ave. Con lo cual yo no sabía muy bien cuál forma emplear. A veces decía una, a veces la otra.
Una reciente lectura de la Introducción al Símbolo de la Fe, Fray Luis de Granada, me vino a sacar de dudas. Tras los preliminares de la obra, en el primer capítulo, nos encontramos con esto: