Da
gusto ver crecer a Jacobo Christensen. Desde la primera vez que lo
escuché, en el Instituto donde yo daba clase y él las tomaba,
tendría entonces 13 o 14 años, me convertí en un admirador suyo.
Primero lo escuchaba en las celebraciones del centro, más tarde en
el concierto (inolvidable) que llevó a cabo, con su amigo y pianista
Carlos Apéllaniz, en la capilla de la Universidad vieja de Valencia,
para despedirse del centro educativo donde había estudiado los
últimos años de su vida. Con el tiempo ya lo he visto en los
espacios habituales de la ciudad: desde el Ateneo, al Almudín,
pasando por el Palau de la Música o les Arts. Siempre me ha
sorprendido lo bien que toca el violín, pero también el gusto que
tiene para confeccionar los programas, su profundo conocimiento
musical.
Ayer
me volvió a sorprender, ya que ha puesto en pie un proyecto de
música de cámara, Nostrum Mare Camerata, que se presentaba en el
teatro Olympia de Valencia. Pero ahora con un doble papel, el de
violinista, pero también el de director, siendo
este último el preponderante. Se trata de un grupo de jóvenes
entusiastas que ejecutan la música con una entrega total, y eso se
nota en los resultados, que son espléndidos. Puede que hubiera ayer
en el Olympia muchos familiares y amigos, incondicionales, pero todos
disfrutaron de lo lindo, y entiendo que abandonaron el teatro porque
no había otra, y que se hubieran quedado un buen rato más sintiendo
y gozando la música.