En su libro de conversaciones con Laure Adler, Un largo sábado, George Steiner, el comparatista trilingüe (inglés, alemán, francés), que conoce otras varias lenguas (pero, judío como es, extrañamente, no el hebreo), encontrándose ya en la fase final de su vida, le cuenta a su entrevistadora la siguiente anécdota lingüística. Conmovedora:
“Al final de su vida, mi predecesor inmediato como crítico principal de la revista americana The New Yorker, Edmund Wilson, a pesar de saberse moribundo, contrata a un profesor para aprender húngaro, una lengua endiabladamente difícil. Y da esta explicación. “Me han dicho que ciertos poetas son tan grandes como Pushkin o Keats. ¡Quiero enterarme!”. Pensaba en Ady, Petöfi. Es magnífico. “Quiero enterarme, no quiero que me cuenten historias”. Y si no fuera tan vago, yo mismo trataría de aprender una o dos lenguas más. A mí también me gustaría enterarme.”
(págs. 54-55)
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