Hoy
traigo al blog unas líneas autobiográficas preciosas -así me
parecen a mí- del gran Luis Rosales, en un ensayo titulado “El
cante y el destino andaluz”, que leí en la revista Nueva
Estafeta allá por el año 1979, que he releído hoy, y que
comienza diciendo, ni más ni menos: “El cante es un misterio y al
misterio sólo podemos acercarnos con respeto.”
“Pero
yo pienso en mi niñez, hace ya medio siglo, y quisiera deciros que a
mí se me fue haciendo la memoria con el cante. Y precisando, un poco
más, añadiré que la conseja y el cante eran los dos elementos
educadores en el campo andaluz. Con el tiempo las cosas pasan, desde
luego, pero tal vez nada se pierde. Allá en las lindes de Periate,
junto a Iznalloz, lo que ya entonces era mi vida se me fue abriendo
paso entre palabras, en una encrucijada, que fomentaban las voces de
Encarnación y de José. Encarnación cantaba. José decía consejas,
y al declinar la tarde mis hermanos y yo los rodeábamos como la paja
cerca el hormiguero. Todo empezaba y terminaba igual. El cuento, para
despertar la imaginación, y el cante, para despertar el corazón;
para la formación del niño no era preciso nada más. El cuento,
para poblar la vida y aun para alucinarla, y el cante, para calmar
las alucinaciones e ir dejando la vida en su rescoldo. La letra
con cante entra: con cante y no con sangre. El cuento, en fin,
para vivificarnos, y el cante, para adormecernos, y así hora tras
hora y día tras día, en aquellos años primeros, enterizos y
fundadores de la niñez.”
(Nueva Estafeta, 9-10, agosto-setiembre 1979, p. 73; también recogido en Esa angustia llamada Andalucía, 1987)