En
mi proyecto de traer a este blog páginas difíciles de encontrar de
autores cubanos, empiezo con un fragmento de Gastón Baquero, en que
hace un luminoso comentario de un poema de Lezama Lima, luminoso por
cuanto dice sobre el poema (poesía purísima, de no fácil
intelección) y por cuanto dice sobre la poesía en general. Se
refiere al encuentro de un lector común, no demasiado avezado en
la lectura poética, que tiene sensibilidad, y que ha leído a Rubén
Darío, pero que de repente se topa con un poema de vanguardia como
el siguiente.
El
libro de Lezama es de 1941, y el ensayo de Baquero ("La poesía de Lezama Lima") de 1942.
“Pero
si este mismo hombre toma en sus manos el libro Enemigo
rumor
y se entra por él, encuentra que el primer poema dice:
Ah,
que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu
definición mejor.
Ah, mi amiga, que tú no quieras creer
las
preguntas de esa estrella recién cortada,
que va mojando sus
puntas en otra estrella enemiga.
Ah, si pudiera ser cierto que a
la hora del baño,
cuando en una misma agua discursiva
se
bañan el inmóvil paisaje y los animales más finos:
antílopes,
serpientes de pasos breves, de pasos evaporados,
parecen entre
sueños, sin ansias levantar
los más extensos cabellos y el
agua más recordada.
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los
adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía
acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende
como un gato para dejarse definir.
¿Qué
impresión produce este poema tan bello, tan fino, en ese tipo de
lector que asumimos? Lo que ocurre es, posiblemente, que echa de
menos la anécdota; que no sabe bien a qué atenerse en cuanto a lo
que allí se ha “querido contar” -esta es su concepción- y
procura formarse un esquema lógico, una traducción a su lenguaje,
de lo que el poema ha dicho ya impecablemente en el suyo. Gracias a
esto, arriba a la conclusión de que se trata de un poema más en que
un poeta llora el desdén de que ha sido objeto por parte de su
amada. Ve, además de eso, una suma de cosas que no tienen mayormente
que ver con el problema del desdén, y ha PERDIDO
PIE REPETIDAS VECES EN LA LECTURA PORQUE NO SABE CON CERTEZA
qué cosa sea “
esa
estrella recién cortada, que va mojando sus puntas en otra estrella
enemiga”, o esa agua discursiva, o esos cabellos extensos, ese
mármol de los adioses o ese viento que se tiende como un gato.
Imaginemos
que una percepción más fina, pero todavía de carácter
estrictamente lógico, le llevase a urdir este esquema riguroso, esta
descomposición del poema en sus momentos e imágenes, con la
necesaria reducción de esas imágenes a los hechos ocurridos. Llega
de ese modo a lo siguiente: El poeta ha sido abandonada por su amada
en el instante precisa en el que esta iba a decidirse, o sea, a
“alcanzar su definición mejor”, pues la mejor definición de una
amante ante su amado es decidirse sin reservas a quererle. La amiga
se niega a creer las preguntas que formula una estrella recién
cortada ante otra estrella que considera enemiga y en la cual va
mojando sus puntas. Esa estrella recién cortada es el propio poeta,
que se compara con una estrella caída de su posición sideral -que
es el amor de su amiga-, de donde ha sido cortada o arrancada,
recientemente. Va preguntando entonces, una vez caída ante la acción
desdeñosa, para saber quién es la nueva estrella; va mojando en
esta sus doloridas puntas, para saber quién ocupa ahora su puesto en
el cielo de su amada y quién es, por lo tanto, su estrella enemiga.
Algo, la amiga o una suposición…, hace creer al poeta que existe
una hora en que va a ser o pudo ser cierta su esperanza, su dicha.
Esa hora es aquella en que tanto el paisaje como los animales más
finos de la creación, aparecen, bajo el baño que les proporciona un
agua fluente o discursiva, como sumergidos en un sueño, a través
del cual apareciesen levantando, incorporando, creando para consuelo
del poeta, las cabelleras más hermosas y el agua que con más amor
es recordada por este. Pero comprendiendo el poeta que ese paisaje y
sus animales inmersos, no han de ser y no son suficientes para
sustituir o consolar la pérdida de la amiga, vuélvese a esta, ida
ya, para decirle que debió dejarle por lo menos, como compañía,
una estatua. Esta estatua, se comprende, es un recuerdo hermoso y
fiel de la ausente, un recuerdo semejante al que nos queda cuando se
nos da un adiós tan intenso, tan sentido, que podemos tomarlo como
si fuese materia tan sólida como el mármol y hacer con él, con el
adiós, un recuerdo tan puro y tan presente como la estatua. Y la
amiga pudo y debió darle al poeta ese adiós porque para él, y en
este día, todo, hasta el viento lleno de gracia, se le ofrece
amoroso, se le tiende ante los ojos tan tiernamente como gato, para
dejarse definir y entregarse.
Quedaría
de este modo el lector acaso impuesto del tema del poeta, ¿pero es
esta la lectura que conviene a la poesía? De leerse así, tan
fatigosamente, permanece desconocido o ausente para el lector aquel
mundo poético creado por el poeta. Los poemas que constituyen este
libro necesitan de una lectura no meramente alfabética, sino
creadora. Y precisan de esa lectura, ante todo, en el sentido de que
no se les ha de leer para buscar en ellos las anécdotas, sino para
conocerles como creación. Exigen lectura poética y no lógica en
tanto que su existencia, estructura y expresión difieren totalmente
de lo clasificado como poesía en el catálogo de las emociones y
diversiones cotidianas. Su lectura supone la posesión, no de una
clave, sino de una actitud hacia la poesía que se halle sostenida
por algo más diáfano y seguro que el sentimentalismo. Una lectura
poética supone, hoy más necesariamente que nunca, una posibilidad
de colaboración previa entre el lector y el autor; requiere que
exista entre ambos una estatura espiritual presidida por un mínimo
de semejanza. Si no se posee disposición o aptitud para incorporarse
la
atmósfera poética específica, que es siempre algo ajeno al relato,
algo que permanece en forma extraliteral en el poema, se
corre el riesgo de reducir este al útil denominador común de lo
ininteligible e insensato.”
Si
aquel mismo lector asumido hace unos instantes hubiese leído el
poema desde los valores poéticos que contiene, habríase percatado
de que el poeta con quien inauguraba conocimiento, no toma como fin
en el poema su propia situación sentimental, no quiere limitarse a
contarla tal y como fue (real o imaginariamente), sino que parte de
ella, arranca de ella, y la entrega recreada, enmarcada por elementos
o nociones tan refinadamente manejados, tan creadores y seguros, que
aquella situación inicial -si es que la hubo- semejante a tantas
otras desdichas amorosas, se ha convertido en una nueva y distinta
realidad: se ha convertido en un poema.
Este
paso o transmutación de lo cotidiano, de lo vulgar y anecdótico a
realidad extra histórica, a realidad trascendente, vivida en sí
misma, independiente de sus orígenes y referencias, constituye el
quehacer genuinamente poético.”
(Gastón
Baquero: Ensayos selectos,
editorial Verbum, p. 79-82. Corrijo
alguna errata evidente -y otras que me lo parecen a mí.)