Ya
bastante avanzada la novela Patria, de Fernando Aramburu, obra
magnífica por tantos conceptos, en el capítulo 110, los hermanos
Nerea y Xabier, hijos del Txato, asesinado por Eta, tienen una
conversación al atardecer, en que comentan los encuentros de
su madre con Arantxa, vieja amiga de la familia y hermana del
presunto asesino. También hablan de la enfermedad de la madre y el
poco tiempo de vida que le queda. Se despiden, y entonces se produce
el siguiente pasaje que cierra el capitulo:
“A
Xabier, yendo por la calle Elcano abstraído en cavilaciones, le
acarició el olfato un cálido olor de castañas asadas. En la
esquina con la plaza de Guipúzcoa estaba la caseta del castañero.
Una docena, 2,5 euros. Al tiempo que pagaba, campanearon las ocho de
la tarde en el carillón de la Diputación. Y Xabier, el grato calor
del cucurucho de papel en las palmas de las manos, tomó asiento en
un banco de la plaza, bajo la luna decreciente que se veía a través
de las ramas sin hojas de un árbol. Peló con facilidad la primera
castaña. Muy buena. En su punto, ni dura, ni quemada. Y el calor
placentero que se extendió dentro de su boca adensaba el vaho de su
respiración. La segunda castaña , también muy buena. Demasiado
buena. Se puso de pie. Volcó el cucurucho casi lleno en una
papelera, de modo que las castañas fueron cayendo una a una sobre
los desperdicios acumulados allí dentro. Después echó a andar en
dirección a la Avenida, confundido entre la gente.”
Xabier
es un médico bien considerado, pero triste, que lleva una vida de
soledad irremediable, con cierta tendencia al alcoholismo. Después
del asesinato de su padre tomó un par de decisiones vitales de mucha
importancia: cuidar de la madre y prohibirse la felicidad. Tras la
triste conversación con su hermana, esas cálidas castañas
conspiran, si bien mínimamente, contra la segunda decisión. Por
eso, entendemos, se deshace de ellas.
Lo
curioso es que su reacción nos recuerda un pasaje muy célebre del
romancero medieval, aquel en que la tortolica de Fontefrida, aquejada
de viudez, se niega el placer de beber el agua clara.
He
aquí el texto:
Fontefrida,
Fontefrida, Fontefrida y con amor,
do todas las avecicas van tomar consolación,
si no es la tortolica que está viuda y con dolor.
Por ahí fuera pasar el traidor del ruiseñor,
las palabras que él decía llenas son de traición;
—Si tú quisieses, señora, yo sería tu servidor.
—Vete de ahí, enemigo, malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde, ni en prado que tenga flor,
que si hallo el agua clara, turbia la bebía yo;
que no quiero haber marido, porque hijos no haya, no,
no quiero placer con ellos, ni menos consolación.
Déjame, triste enemigo, malo, falso, mal traidor,
que no quiero ser tu amiga ni casar contigo, no.
do todas las avecicas van tomar consolación,
si no es la tortolica que está viuda y con dolor.
Por ahí fuera pasar el traidor del ruiseñor,
las palabras que él decía llenas son de traición;
—Si tú quisieses, señora, yo sería tu servidor.
—Vete de ahí, enemigo, malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde, ni en prado que tenga flor,
que si hallo el agua clara, turbia la bebía yo;
que no quiero haber marido, porque hijos no haya, no,
no quiero placer con ellos, ni menos consolación.
Déjame, triste enemigo, malo, falso, mal traidor,
que no quiero ser tu amiga ni casar contigo, no.