Hacia finales de los años
70 se daba a conocer, en la escena poética valenciana, un joven poeta, Miguel Mas,
cuyo segundo libro llevaba por título Celebración
de un cuerpo horizontal. Todo el libro me gustó, como me había gustado a su
vez su anterior poemario Frágil ciudad del
tiempo. Pero el verso que se me quedó grabado en la conciencia y al que
muchas veces recurro mentalmente, y cuya lección suelo recomendar a quien me
escuche, es el último verso del último poema del libro. El último verso, por
tanto, de la entrega. Copio el poema que se cierra con el verso de marras. Todo
un estímulo para la meditación.
El volumen se ha perdido.
La tarde es este agujero
de luz
donde todo se cristaliza
y se consume.
Escuchas el silbido del
aire en la ventana,
la respiración del polvo.
Crece un vago calor en
las paredes.
Has cerrado los párpados.
Sabes,
al fondo de esta materia
indescifrable,
qué enorme posesión es el silencio.
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