jueves, 3 de julio de 2014

Menéndez Pelayo, Peter Kien y los e-book

Cuando en mis años mozos, estando becado en la U.I.M.P. de Santander, visité la casa del egregio personaje que daba nombre a la Universidad, me quedé fascinado por ese ámbito provinciano y decimonónico tan bien conservado, pero muy especialmente por la imponente biblioteca que se le construyó junto a la casa familiar al joven erudito y que debe conservar unos veinte o treinta mil volúmenes, muchos de ellos manuscritos, incunables o ejemplares valiosísimos.
El guía que nos hacía la visita, más hagiógrafo que otra cosa, nos comentaba algunas de las hazañas librescas del joven Marcelino. Como hacer un viaje a Londres para adquirir un ejemplar único de Quevedo: la Virtud militante contra las cuatro pestes del mundo y las cuatro fantasmas de la vida, fue la respuesta que dio a mi inquisitiva pregunta. También nos contó la forma habitual de los paseos diarios de Pelayo por su ciudad. Salía de casa con una treintena de libros, que devoraba en el tranvía camino del Sardinero, allí en algún banco o terraza seguía leyendo, y al retornar a casa, en el bar de la esquina se despachaba los últimos tres o cuatro volúmenes que le quedaban. El joven y voraz lector que era yo entonces le escuchaba con la boca abierta, preguntándome si tales proezas tendrían un fundamento real o no eran más que el fruto de la florida especulación del guiógrafo, quien, a otra pregunta mía sobre si el distinguido polígrafo abusaba de las bebidas espirituosas, me respondió con una mirada fea y un silencio avasallador.

Le comento a mi amigo Javier García Gibert, menéndezpelayista de pro, si conoce la anécdota o la ha leído en sus múltiples indagaciones sobre el genio montañés, y me indica que debe ser una imaginación del cicerone, pues jamás se la ha encontrado en toda la bibliografía de y sobre Pelayo que ha consultado. Así será.

Tiempo después, leyendo Auto de fe,  la tremenda novela de Elias Canetti sobre el erudito sinólogo Peter Kien, verdadero hombre-libro, me encuentro con que, al verse obligado a abandonar  su casa-biblioteca, que guarda unos veinticinco mil ejemplares, debido a la codicia y mala fe de su ignorante esposa, se aloja cada noche en un hotel diferente. Por el día va a librerías, adquiere libros que ya tenía, pero sin los que no puede vivir, y los lleva a su nuevo alojamiento, de manera que cada día transporta una bibliotequilla –son palabras suyas- de unos cuantos miles de libros de hotel en hotel. El carácter grotesco de la narración hace que no se nos explique cómo se las arregla para transportar los varios miles de libros todos los días, no sabemos si los lleva en su cartera, en el hombro o en la cabeza, pero el caso es que así sucede diariamente.


Ni que decir tiene que escuché la anécdota (principios de los 80) y leí el libro (finales de los 80) mucho antes de que fuera imaginable la existencia de libros electrónicos. Hoy soy yo quien sale a la calle habitualmente con más de doscientos libros encima.