Desde mi temprana juventud había sentido el ardiente deseo de hacer un viaje a regiones lejanas y poco visitadas por los europeos. Este deseo caracteriza una época de nuestra existencia en que la vida nos aparece como un horizonte sin límites, donde nada tiene ya para nosotros más atractivos que las fuertes agitaciones del alma y la imagen de los peligros físicos. Educado en un país que no mantiene comunicación alguna directa con las colonias de las dos Indias, y habitante luego de las montañas apartadas de las costas, y célebres por las numerosas explotaciones de minas, sentí desarrollarse progresivamente en mí una intensa pasión por la mar y por largas navegaciones. Aquellos objetos que sólo por los relatos animados de los viajeros conocemos, tienen un encanto particular: nuestra imaginación se place en todo lo que es vago e indefinido; los goces de que nos vemos privados nos parecen preferibles a los que diariamente experimentamos en el estrecho círculo de la vida sedentaria.
Alexander von Humboldt: Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente.
domingo, 26 de febrero de 2012
viernes, 24 de febrero de 2012
Aspectos del paisajismo romántico
En la pintura romántica el paisaje deja de entender como necesaria la presencia del hombre. El paisaje se autonomiza y, casi siempre desprovisto de figuras, se convierte en protagonista: un protagonista que causa en quien lo contempla una doble sensación de melancolía y terror.
Casi toda la obra de Caspar David Friedrich refleja esta Sehnsucht /término alemán: anhelo de algo indefinible/, pero hay un cuadro que lo hace con insuperable maestría: "El viajero sobre el mar de nubes". La composición de la tela gira alrededor de la central autoridad del "viajero" que, como es muy habitual en los personajes de Friedrich, se halla de espaldas al espectador. Este procedimiento acrecienta la fascinante ambivalencia de este hombre solitario, en el que puede adivinarse, ya la desolada percepción de su propia pequeñez ante la inmensidad, ya el vigor titánico que rememora Nietzsche al situar su encuentro con el Superhombre a seis mil pies de altura o que hace exclamar a William Blake: "Grandes cosas se realizan al encontrarse, cara a cara, el hombre y la montaña".
Rafael Argullol: La atracción del abismo. Un itinerario por el paisaje romántico.
Casi toda la obra de Caspar David Friedrich refleja esta Sehnsucht /término alemán: anhelo de algo indefinible/, pero hay un cuadro que lo hace con insuperable maestría: "El viajero sobre el mar de nubes". La composición de la tela gira alrededor de la central autoridad del "viajero" que, como es muy habitual en los personajes de Friedrich, se halla de espaldas al espectador. Este procedimiento acrecienta la fascinante ambivalencia de este hombre solitario, en el que puede adivinarse, ya la desolada percepción de su propia pequeñez ante la inmensidad, ya el vigor titánico que rememora Nietzsche al situar su encuentro con el Superhombre a seis mil pies de altura o que hace exclamar a William Blake: "Grandes cosas se realizan al encontrarse, cara a cara, el hombre y la montaña".
Rafael Argullol: La atracción del abismo. Un itinerario por el paisaje romántico.
miércoles, 22 de febrero de 2012
Un poema de Heinrich Heine
Un pino se alza en la cumbre
De un monte del Norte helado.
Sueña; la nieve y el hielo
Lo envuelven con su sudario.
Sueña con una palmera
Que en el Oriente lejano,
Se alza solitaria y triste
Sobre un peñón abrasado.
L´intermezzo (XXVIII)
De un monte del Norte helado.
Sueña; la nieve y el hielo
Lo envuelven con su sudario.
Sueña con una palmera
Que en el Oriente lejano,
Se alza solitaria y triste
Sobre un peñón abrasado.
L´intermezzo (XXVIII)
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Literatura Universal,
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Romanticismo
domingo, 5 de febrero de 2012
Sobre la capacidad intelectual: Ilustración y Contrarreforma
Traemos a este lugar dos textos muy diferentes en cuanto a la concepción de la capacidad intelectual de los seres humanos, que se corresponden a dos ideologías de épocas claramente diferenciadas. En efecto, el optimismo ilustrado de D´Alembert (s. XVIII) contrasta con el pesimismo (¿o más bien realismo?) del contrarreformismo jesuítico de Ignacio de Loyola (s. XVI).
El hombre que combina fácilmente ideas no difiere apenas del que las combina con dificultad, más que difiere el que juzga de una ojeada un cuadro del que necesita para apreciarlo que le hagan observar sucesivamente todas las partes: uno y otro, al echar un primer vistazo, han tenido las mismas sensaciones, pero sobre el segundo no han hecho, por así decirlo, más que resbalar, y, para llevarlo al mismo punto en que el otro se ha encontrado de pronto, le hubiera bastado con detenerse y fijarse más tiempo sobre cada uno. Por este medio las ideas reflexivas del primero hubieran devenido tan al alcance del segundo como las ideas directas. Por lo tanto, es acaso justo decir que no existe casi ciencia o arte en las que no se pueda en rigor, y con una buena lógica, instruir al entendimiento más limitado; porque hay pocas, cuyas proposiciones o reglas no puedan ser reducidas a nociones simples y dispuestas entre ellas en un orden tan inmediato, que la cadena no se encuentre interrumpida en ningún punto. La mayor o menor lentitud de las operaciones del espíritu exige más o menos esta cadena, y la ventaja de los más grandes genios se reduce a necesitarla menos que los otros, o más bien a formarla rápidamente y casi sin darse cuenta.
(D´Alembert: Discurso preliminar de la Enciclopedia, 1747)
Ansimesmo, si el que da los ejercicios viere al que los recibe ser de poco subyecto o de poca capacidad natural, de quien no se espera mucho fruto; más conveniente es darle algunos destos ejercicios leves, hasta que se confiese de sus pecados; y después, dándole algunos exámenes de conciencia, y orden de confesar más a menudo que solía, para se conservar en lo que ha ganado, no proceder adelante en materias de elección, ni en otros algunos ejercicios, que están fuera de la primera semana; mayormente cuando en otros se puede hacer mayor provecho, faltando tiempo para todo.
(San Ignacio de Loyola: Ejercicios espirituales, Anotación decimaoctava, 1548)
El hombre que combina fácilmente ideas no difiere apenas del que las combina con dificultad, más que difiere el que juzga de una ojeada un cuadro del que necesita para apreciarlo que le hagan observar sucesivamente todas las partes: uno y otro, al echar un primer vistazo, han tenido las mismas sensaciones, pero sobre el segundo no han hecho, por así decirlo, más que resbalar, y, para llevarlo al mismo punto en que el otro se ha encontrado de pronto, le hubiera bastado con detenerse y fijarse más tiempo sobre cada uno. Por este medio las ideas reflexivas del primero hubieran devenido tan al alcance del segundo como las ideas directas. Por lo tanto, es acaso justo decir que no existe casi ciencia o arte en las que no se pueda en rigor, y con una buena lógica, instruir al entendimiento más limitado; porque hay pocas, cuyas proposiciones o reglas no puedan ser reducidas a nociones simples y dispuestas entre ellas en un orden tan inmediato, que la cadena no se encuentre interrumpida en ningún punto. La mayor o menor lentitud de las operaciones del espíritu exige más o menos esta cadena, y la ventaja de los más grandes genios se reduce a necesitarla menos que los otros, o más bien a formarla rápidamente y casi sin darse cuenta.
(D´Alembert: Discurso preliminar de la Enciclopedia, 1747)
Ansimesmo, si el que da los ejercicios viere al que los recibe ser de poco subyecto o de poca capacidad natural, de quien no se espera mucho fruto; más conveniente es darle algunos destos ejercicios leves, hasta que se confiese de sus pecados; y después, dándole algunos exámenes de conciencia, y orden de confesar más a menudo que solía, para se conservar en lo que ha ganado, no proceder adelante en materias de elección, ni en otros algunos ejercicios, que están fuera de la primera semana; mayormente cuando en otros se puede hacer mayor provecho, faltando tiempo para todo.
(San Ignacio de Loyola: Ejercicios espirituales, Anotación decimaoctava, 1548)
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