martes, 24 de noviembre de 2009

Comienzo y final de El Aleph de Jorge Luis Borges

La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita. Cambiará el universo pero yo no, pensé con melancólica vanidad; alguna vez, lo sé, mi vana devoción la había exasperado; muerta, yo podía consagrarme a su memoria, sin esperanza, pero también sin humillación.

(...)

¿Existe ese Aleph en lo íntimo de una piedra? ¿Lo he visto cuando vi todas las cosas y lo he olvidado? Nuestra mente es porosa para el olvido; yo mismo estoy falseando y perdiendo, bajo la trágica erosión de los años, los rasgos de Beatriz.

2 comentarios:

impuestosyexpuestos dijo...

Me ha encantado la pintura de Paolo y Francesca (bonita historia).
Lo cierto es que quiero utilizar el comentario para decirle a Ana:
"Ponte las pilas y atiéndeme un poquito que me tienes abandonada".
Carmen
PS Perdona, Carlos

Bishop dijo...

Usar un aviso de no se qué cigarrillos rubios para introducir el devenir del universo es algo impresionante, sublime. Si se consiguiera que los chavales leyeran este libro ¡cuánto progresaría España!