domingo, 15 de febrero de 2009

Una incursión en el universo kafkiano

ANTE LA LEY (Franz Kafka)

Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.
-Tal vez -dice el centinela- pero no por ahora.
La puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:
-Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.
El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene más esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta.
Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente, siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea, para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:
-Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.
Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo murmura para sí. Retorna a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del campesino.
-¿Qué quieres saber ahora? -pregunta el guardián-. Eres insaciable.
-Todos se esfuerzan por llegar a la Ley -dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces que durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?
El guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:
-Nadie podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.

2 comentarios:

Angeles dijo...

Hola Carlos!! Soy Angeles Hueso! Recibí tu carta, pero estas dos semanas he estado ocupadísima, pues he entrado en un nuevo laboratorio de la universidad como colaboradora, a parte de que he comenzado cuatrimestre, y entre unas cosas y otras no había entrado todavía en tu blog. Llevaba tiempo deseando hacerme uno, y al final lo he hecho esta mañana. Lo he comenzado con el escrito del árbol que ya te mandé, pero sin las correcciones que me hiciste porque por caprichos de estas nuevas tecnologías, no pude abrir el documento que me mandaste de vuelta y nunca lo leí.
2 cosas: la primera, leí tu artículo, y me resultó muy interesante ver las similitudes que el escrito de Larra comparte con el de otros autores. Me gustó tato "El castellano viejo" porque trata un tema tan cotidiano y trivial como son las comidas de compromiso de una forma muy inteligente y mordaz.
La segunda, he leído el fragmento del texto de Kafka de tu blog, y me he quedado pensando un buen rato sobre la última frase... ¿Qué es lo que quiere decir? Me siento algo atrofiada, jajaja
Seguiré tu blog con regularidad...
Un abrazo!

Angeles

CCM dijo...

Hola, Ángeles: el genio de Kafka es más simbólico que alegórico, esto es, que sus misteriosas creaciones dejan reverberando en nuestra alma un sinfín de posibles significaciones (todas hondas), pero no se pueden reducir a un significado estricto (=estrecho). Por eso no te podría explicar el sentido de la última frase; sólo la angustia que me produce leerla.
Un abrazo.