Fui a ver esta película ayer, por recomendación de Marcos, y muy agradecido le estoy, pues que se trata de una obra enormemente lograda, con unas interpretaciones magistrales y que te tiene atrapado durante todo el desarrollo, y te da mucho que pensar cuando termina. Mucho que pensar y mucho que hablar, porque no puedes evitar comentarla y discutir muchos de sus aspectos con quienes la han visto.
Desde entonces no he dejado
de recomendarla, y ahora lo vuelvo a hacer desde el blog, aunque sea un poco
ocioso, pues haciendo un pequeño recorrido por el ciberespacio constato que está
teniendo una acogida excelente, por parte tanto de público como de crítica.
He visto alguna reseña o
entrevista con la directora, y todas se dirigen al mismo lugar: que si la
película es muy abierta; que, siendo obra de personas laicas y no creyentes, la
mirada hacia el mundo de lo religioso es muy respetuosa; que se centra en el conflicto
que genera en los distintos miembros de la familia una decisión de este tipo,
etc.
Sí, todo eso está muy bien, y
Alauda Ruiz de Azúa, la directora, como persona que se mueve en el mundo del
cine, ya sabemos arte e industria, tiene que vender la película, y esa postura
de apertura a las múltiples lecturas vende más que alguna lectura más posicionada.
Pero en un filme siempre hay un
punto de vista que lo genera el director, y las películas normalmente nos
quieren llevar hacia ciertas posiciones de una forma más o menos clara. También
en ésta.
Me gustó mucho una confesión
que hace Carlos Alsina en su entrevista a la directora: “Yo estoy más cerca
ideológicamente de la tía de Ainara, Maite, pero viendo la película…” daba a entender que le hacía replantearse sus
convicciones.
Y es que, en efecto, Maite,
gestora cultural (“¿Y eso qué es?”, le pregunta una monja octogenaria en el
convento), atea y anticlerical, manifiesta varias veces que ella respeta mucho
las convicciones personales de cada uno, en este caso la fe religiosa. Por su
parte, intenta por todos los medios desviar a Ainara del camino que está
eligiendo. Pero, hacia el final de la película, cuando Ainara decide dar el paso
decisivo y entrar en el convento como monja de clausura, estalla y le suelta
una sostenida serie de descalificaciones, desde que "Dios no existe", hasta que
las monjas son unas locas mentirosas y manipuladoras. “Rezaré por ti” es la
escueta respuesta de su sobrina, la abraza y se va. Ya vemos hasta donde llega
el respeto de Maite (supongo que
hasta donde llega el diálogo de
muchos de nuestros políticos).
Pero el respeto de Alauda, la
directora, es diferente. Se trata de intentar comprender una decisión tan
difícil como la que toma la protagonista, y si bien tiene muy en cuenta los
puntos de vista de los distintos personajes que se mueven a su alrededor, al
final se decanta por Ainara. Tras el funeral de la abuela, Ainara se queda
rezando, muerta en lágrimas, y con una posición muy clara de entrega absoluta a
la voluntad del Señor, esperando que sea él quien hable. Y, en efecto, así
parece que sucede, pues de repente pasa Ainara a un estado de beatitud, en que
las lágrimas se mezclan con una sonrisa franca, y brota una alegría interior
que se exterioriza. Entonces ya sabemos que la decisión está tomada. Irá al
convento. (Mi esposa, creyente, me dice que estos son procesos largos y que le
rechina que de manera tan rápida ocurra en el cine, en la misma escena. Le respondo que
la película dura dos horas y que hay que sintetizar.)
Cuando terminó la película
una cosa me resultaba extraña. Su final. ¿Por qué no termina con Ainara
entrando en el convento? ¿A qué viene esa secuencia final con la tía Maite en
la calle contemplando –con ternura- el amor de su ex-pareja al hijo común?
“Por sus frutos los conoceréis”,
se dice en el evangelio. Y aquí empezamos a ver el fruto de las oraciones de
Ainara (ese “Rezaré por ti” con que se despidió de su tía): la dura e
implacable mirada de Maite (capaz de “quemar iglesias”, según su ex-pareja)
empieza a dulcificarse. No parece que la oblación de Ainara haya sido en vano.


