Hablando de Los dioses tienen sed, de Anatole France, y de cómo este que fue celebérrimo autor en su momento figuraba en todas las listas negras sobre escritores en la Francia de los 60, escribe Milan Kundera:
“no conservo de otras novelas de France más que vagos recuerdos y algunas ni siquiera las he leído. De hecho, así solemos conocer a los novelistas, incluso a aquellos que nos gustan mucho. Digo: “Me gusta Joseph Conrad”. Y mi amigo: “A mí, no mucho”. ¿Hablamos en realidad del mismo autor? De Conrad he leído dos novelas, mi amigo sólo una, que yo, en cambio, no conozco. Y sin embargo, con toda inocencia (con toda la inocente impertinencia), cada uno de nosotros está seguro de tener una idea acertada sobre Conrad.
¿Es esta situación compartida por otras artes? No del todo. Si les dijera que Matisse es un pintor de segundo orden, les bastaría con pasar un cuarto de hora en un museo para comprender que soy un idiota. Pero ¿cómo releer todo Conrad? ¡Les llevaría semanas! Las distintas artes acceden de un modo distinto a nuestro cerebro; se instalan en él con otra facilidad, otra rapidez, otro grado de inevitable simplificación; y también otra permanencia. Todos hablamos de la historia de la literatura, todos la reivindicamos, seguros de conocerla, pero in concreto, ¿qué es la historia de la literatura en la memoria de todos? Un patchwork formado por imágenes fragmentarias que, por puro azar, cada uno de los miles de lectores se ha hilvanado para sí mismo. Bajo el cielo agujereado de semejante memoria vaporosa e ilusoria, estamos todos a merced de las listas negras, de sus veredictos arbitrarios e inverificables, siempre dispuestos a imitar su estúpida elegancia.”
(El encuentro, p. 75-6)