Corría
el año 1983, y con Javier acudí a los cursos de verano de la UIMP
en Santander (el de “Literatura medieval y Literatura
contemporánea”, dirigido por Francisco Rico, debía de ser). En el
Palacio de la Magadalena conocimos a unas polacas, estudiantes de
español en su país, que también asistían: Yola y Basha. Hicimos
amistad con ellas. Solíamos salir por la ciudad e incluso hacer
excursiones por la provincia. Yola era morena, sensata, honda y
decidida. Basha era una rubia muy guapa, de origen aristocrático
-según decía-, bastante frívola e inestable. Todavía existía el
bloque del Este, pero ellas no eran comunistas, sino más bien lo
contrario. Javier tuvo un breve affaire amoroso con Yola y yo
bebía los vientos por Basha, que no me hacía mucho caso. Parecía
interesarle más el guapo camarero del bar del Palacio. Mi
debilidad por Basha me costó verme atrapado en las tremendas
inundaciones de ese verano. Cuando ya me disponía a irme hacia
Arredondo y abandonar la ciudad, donde no dejó de llover en todo el
tiempo en que estuvimos, me encontré con Basha, que me pidió el
favor de llevarle una maleta a Madrid. Ante mi resistencia (por el
temporal que se acercaba y el celoso resquemor que hacia ella
sentía), sólo me dijo: “Es tan pequeña”. Claro que habría
que escuchar su pronunciación y presenciar su coqueto gesto para entender por qué me derretí,
fui a buscar la maleta, perdí una hora en salir de la ciudad y me
cogió el temporal a la altura de Astillero. El motor del coche
colapsó por el agua, las carreteras devinieron intransitables y
suerte tuve de poder encontrar una habitación en un hotelito de un
pueblo cercano (San Salvador, creo que era) donde pude descansar y
esperar que escampara, y al día siguiente, a través de una
carretera que parecía el paisaje después de una batalla, llegar a
Arredondo.
Javier y yo estábamos pasmados de lo bien que hablaban nuestras
amigas polacas el español. Tanto que Javier una vez me dijo:
-
En cualquier momento, yendo en el coche, nos pueden decir: “Tened
cuidado, que el firme de esa curva está muy mal peraltado.”
He
recordado este episodio de mi juventud leyendo hoy Un día más
con vida, de Ryszard Kapuscinski. ¿No habéis tenido la
experiencia, leyendo a Kapuscinski, de pensar qué bien escribe en
español? No parece que estemos leyendo una traducción, sino que el
portentoso polaco es un escritor de la estirpe de Cervantes.
Pues
bien, esto, que me ha ocurrido hoy, y las muchas veces que he leído
otro libros del autor, no es sino obra de lo magníficamente que lo
traduce la polaca Agata Orzeszek (pongamos su nombre en
negrita, lo merece) a nuestra lengua. Sin duda, la traductora polaca
debió tener los mismos -o parecidos- excelentes profesores de español
que nuestras amigas Yola y Basha.
Habitualmente
en este blog suelo criticar errores flagrantes de traducción. Sirva
el post de hoy como elogio de un brillante representante de esa
profesión (los truchimanes), tan sacrificada y útil a la res
publica.