Que Julián Marías era un filósofo cristiano es evidente. Muchos de sus libros y artículos tratan de la temática y problemática cristiana (entre otros, La perspectiva cristiana). Pero lo que hoy quiero traer al blog es un pasaje de su Historia de la Filosofía en que, al hablar de la filosofía estoica, lleva a cabo una pequeña comparación entre los planteamientos de la Stoa y el Cristianismo, tan sintética y tan brillante al mismo tiempo que nos hace ver como escribía desde una profunda sustanciación cristiana.
EL COSMOPOLITISMO ANTIGUO.- Los estoicos no se sienten tan desligados de la convivencia como los cínicos; tienen un interés mucho mayor por la comunidad. Marco Aurelio describe su naturaleza como racional y social. Pero la ciudad es también convención, nómos, y no naturaleza. El hombre no es ciudadano de esta o aquella patria, sino del mundo: cosmopolita. El papel que representa el cosmopolitismo en el mundo antiguo es sumamente importante. Se asemeja aparentemente a la unidad de los hombres que afirma el cristianismo; pero se trata de dos cosas totalmente distintas. El cristianismo afirma que los hombres son hermanos, sin distinguir al griego del romano o del judío o del escita, ni al esclavo del libre. Pero esta fraternidad tiene un fundamento, un principio: la hermandad viene fundada en una paternidad común. Y en el cristianismo los hombres son hermanos porque son, todos, hijos de Dios. No por otra cosa; con lo cual se ve que no se trata de un hecho histórico, sino de la verdad sobrenatural del hombre; los hombres son hermanos porque Dios es su padre común; son prójimos, esto es, próximos, aunque estén separados en el mundo, porque se encuentran juntos en la paternidad divina: en Dios todos somos unos. Y por eso el vínculo cristiano entre los hombres no es el de patria, ni el de raza, ni el de convivencia, sino la caridad, el amor de Dios, y, por tanto, el amor a los hombres en Dios; es decir, en lo que los hace prójimos nuestros, próximos a nosotros. No se trata, pues de nada histórico, de la convivencia de los hombres en ciudades, naciones o lo que se quiera: “Mi reino no es de este mundo.”
(Historia de la filosofía, cap 5 “El ideal del sabio”, Revista de Occidente, 1965, p. 91)