«¿Cuándo sale tu traducción de Proust? —me decía mi madre—. Hace tiempo que no he vuelto a leer a Proust, pero lo recuerdo, ¡es precioso! ¡Me acuerdo de madame Verdurin! ¡De Odette! ¡De Swann! ¡Madame Verdurin debía de ser un poco como Drusilla!»
(Natalia Ginzburg: Léxico familiar)
Ya hacia el final del relato nos topamos con este pasaje, y percibimos que en él se cifra, en no pequeña medida, la poética de Natalia Ginzburg en Léxico familiar. Se trata de centrarse en las minucias del hogar familiar y sus aledaños, dejando de lado todo lo supuestamente grande e importante que lo podría acompañar. Sabemos que su padre (Giuseppe Levi) es un gruñón, pero no se nos dice apenas nada de sus investigaciones científicas y su obra. Lo mismo ocurre con todos los personajes importantes que en algún momento comparecen en el relato (el pintor Casorati, el editor Einaudi, Cesare Pavese o Carlo Levi, el filósofo Balbo, su esposo Leone Ginzburg, etc.). De ellos se nos dibuja rápidamente algún aspecto de su cotidianeidad, algún detalle físico o idiolectal, pero nunca se entra en la profundidad del personaje, en aquello que lo individualiza como figura de época. Ni incluso en el caso de la cuestión judía (como el episodio de las leyes raciales del fascismo) la mirada de la autora va a ir más lejos. Hay una voluntad expresa de atenerse a lo cotidiano, a lo común de la vida diaria, que hace que hasta casi la figura de la autora desaparezca, aunque nunca deje de hablar de su familia. Es una obra importante en cuanto a la memoria lingüística de un grupo humano en una época determinada. El título no engaña: el léxico familiar es lo que interesa a la autora y lo que consigue transmitir de forma notable. Nos ofrece una visión novedosa del relato: el acercamiento a la historia familiar a través de las palabras que se dicen y que perduran en la memoria. En ese sentido, es una obra que pierde en la traducción. Es una obra que puede iluminar las modalidades dialectales e idiolectales del italiano en un momento determinado, pero que no va mucho más allá, y eso de forma premeditada.
Así el pasaje citado responde muy bien al espíritu del relato. Nos enteramos muy hacia el final, y de pasada, que la autora ha traducido a Proust, y que se va a editar su traducción. No es moco de pavo traducir a Proust, y ello nos podría llevar a intensas reflexiones sobre la tarea de la traducción, la dificultad de Proust (y su grandeza), la cultura francesa en Italia, etc. Pero ¿con qué nos encontramos? Con que la noticia se diluye en la anécdota de la juvenil pasión proustiana de un miembro de la familia y que termina con una evocación de... Drusilla, la modista que trabajaba para ellos en su hogar.
No levantar el vuelo, mantenerse siempre a ras de suelo, parecería ser la consigna de Natalia Ginzburg en esta obra. Es una obra que se lee bien, que tiene algo propio y valioso, aunque no se sepa muy bien qué, y que hace que la leamos con placer, pero que nos sepa a poco. Será que somos, como se dice, muy exigentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario