En mis años mozos, cuando acaparaba muchos libros, con frecuencia compraba una novela, un ensayo o un libro de poemas junto con su versión original en inglés, francés o italiano. Mi idea era que por el momento podía leer las traducciones. Pues que me aplicaba a aprender diversos idiomas, ya llegaría el tiempo de leer los originales directamente. Ese tiempo soñado nunca llegó. Son pocos los libros en su lengua original que he llegado a completar. Recuerdo The meaning of art, de Herbert Read, en mi primer viaje a Londres, o The Europeans, de Henry James, bajo las aspas del ventilador en las cálidas tardes de Camboya. La única lengua que he llegado a leer casi de corrido es el francés, y Racine, Molière o Ionesco, a la par que muchos ensayos, fueron leídos de esa manera, pero nunca me atreví con una novela realista (ya lo intenté en portugués con Eça de Queiroz y hube de pasarme al castellano), ni tampoco con el inglés de Shakespeare. En italiano leí tempranamente La cultura del Rinascimento, de Eugenio Garin, pero tardé casi 20 años en volver a leer un libro completo, Contributo a una critica di me stesso, de Croce, lo que me generó un gran malestar al tener viva conciencia del hiato.
Si no llegué a cumplir ese sueño de leer sin dificultad los textos en sus propias lenguas (ni ese otro de ser un comparatista que se manejara en 5 o 6 idiomas), por lo menos ese acopio de originales me ha permitido al leer traducciones tener frecuentemente cerca la fuente para consultar pasajes oscuros o traducciones dudosas.
Eso me lleva a continuas discusiones mentales con el traductor, e incluso a disgustos con su deficiente tarea, algo que me duele porque, precisamente, considero al traductor uno de los especímenes humanos más valiosos -esa enorme y trascendente labor de mediación entre lenguas y culturas-, y a la traducción como uno de los ejercicios intelectuales más completos y enriquecedores que existan.
Todo esto viene a cuento de mi lectura actual: Herzog, de Saul Bellow, que leo en la traducción coetánea a la obra de Rafael Vázquez Zamora, pero con el original inglés muy cerca. No diría que es una mala traducción (aunque Muñoz Molina, en un artículo sobre Bellow, nos advierte de lo difícil que es traducirlo y de lo maltratada que ha sido su prosa en las versiones españolas), aunque sí muestra serias deficiencias.