domingo, 14 de junio de 2015

LOS PERSAS, de Esquilo, bajo la lluvia en Sagunto



Cuando Viqui Prado me anunció que se iba a representar Los persas, de Esquilo, como clausura del XIX Festival de Teatro Grecolatino de Sagunto, me dije que era una cita a la que no podía faltar. De una lejana lectura de la obra recordaba que me había gustado enormemente, y esas cuestiones ya tópicas, que repito en clase de Literatura Universal, pero no por ello menos conmovedoras, como el hecho de que, curiosamente, en este primer drama que nos ha llegado de los griegos, se da la voz al enemigo. La obra se centra no en los griegos, ni en sus problemas o –en este caso- victorias, sino en la desdicha del pueblo persa derrotado en Salamina. Resulta asombroso en esta sociedad en que vivimos, donde entendemos que al enemigo ni agua, que Esquilo, un guerrero de Maratón él mismo, y tal vez de Salamina, tenga ese gesto que hoy calificaríamos de liberal.
            La tarde amenazaba lluvia, y los que nos acercábamos al teatro ayer sábado 13 de junio, hacíamos cábalas y cruzábamos los dedos (ya no sabemos rezar) para que el tiempo aguantara y no desluciera la representación. Pero a los pocos minutos de comenzar el montaje del Grupo Helios de Madrid, con la presencia impactante del coro de persas en escena, comenzaron a caer gotas del cielo, que fueron a más durante la obra y arreciaron en la parte final, sin llegar a la tromba de agua que en esos momentos caía en la ciudad de Valencia, como supe después. El público, estoico, aguantó lo que pudo, aunque, conforme aumentaba el caudal de lo que caía, se iba retirando a sus cuarteles de invierno, o abandonaba el teatro. Los técnicos de sonido, para evitar un cortocircuito o males mayores, fueron retirando los micrófonos al borde del escenario y los altavoces, con lo cual la lucha era entonces doble, contra la inclemencia atmosférica y contra la escasez sonora, que hacía que las voces de los actores llegaran al público limitadamente. Eso no quita que los actores, que también se mojaban como el público, a causa de las rachas de agua, a pesar de estar cubierta la escena, bajaran un ápice en su implicación y en su esfuerzo artístico, y bien podemos decir que, a pesar de los pesares, el montaje resultó excelente, y los últimos de Filipinas, que resistimos hasta el final, les respondimos con una larga ovación sonoramente menguada por el exiguo número de los que para entonces quedábamos.
            Ahora bien, todos esos inconvenientes de esa representación memorable, en mi caso particular han tenido un efecto positivo, cual es la relectura de la obra. Y entonces encuentro en ella, entre mil y un detalles interesantes, dos cosas que me han llamado mucho la atención.
            La primera es el exquisito juego con el punto de vista que practica Esquilo. Si, por una parte, deja hablar a los persas, los vencidos en esa ocasión histórica; por otra parte, su lenguaje está lleno de la mirada griega: desde denominarse a sí mismo bárbaros, hasta invocar a los dioses griegos (ese Zeus que domina todos y cada uno de los hechos) o defender instituciones griegas: cuando la Reina persa pregunta al Corifeo quién acaudilla a sus enemigos, éste le responde: “No se llaman esclavos ni vasallos de nadie.” ¿Podríamos asistir a una defensa más nítida de la democracia griega, por parte de un pueblo dominado por reyes que son cuasi divinos?”
            La otra cosa que más me llamó la atención fue la presencia, hacia el final de la obra, en el diálogo entre el Jerjes que regresa en harapos, derrotado, y el coro, de un ubi sunt? puesto en boca de este último: “¿Dónde está la otra muchedumbre de los tuyos? ¿Dónde están los que combatían a tu lado, Farandaces, Susas, Pelagón (…)?” y algo después “¿Dónde está tu Farnuco, y el valiente Ariomardo?” y aún continúa un buen rato con las interrogaciones.
            ¿Será que este tópico, que creemos latino, y especialmente medieval, aparece por primera vez en la primera tragedia griega que se conserva?                      

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