domingo, 26 de mayo de 2013

Fin de curso Literatura Universal 2012-2013

Terminamos el curso y casi se me ocurre citar al Ovidio del final de Las metamorfosis, “Y ya he dado fin a una obra, que no podrán aniquilar…” Y es que junto al programa de rigor (muy coherente, con sus lecturas de Edipo Rey, La Divina Comedia, Hamlet, Madame Bovary, Las flores del mal y La metamorfosis –en singular, la de Kafka) me vienen ahora a la memoria todas las lecturas tangenciales que hemos ido haciendo a lo largo del curso. Ya os dije: no os preparo para aprobar un examen, sino para que os hagáis un concepto algo consistente de lo que es la literatura universal. Así recuerdo ahora la despedida de Héctor y Andrómaca (y la del Cid y doña Jimena); el lecho conyugal que forja Ulises sobre las raíces de un árbol; la entrada en el infierno de Eneas (oscuri ibant sola sub nocte per umbram, verso que amaba Borges); el Carpe diem horaciano; a Jesús caminando sobre las aguas del mar y diciéndole a Pedro aquello de “hombre de poca fe”; el licencioso Boccaccio instando a encerrar el diablo en el infierno; el brujo postergado de nuestro Don Juan Manuel en versión del argentino universal; los poemillas de amor cortés y los sonetos de Quevedo (ejemplos de petrarquismo y su parodia); aunque, si de parodia del petrarquismo hablamos, ninguna como la del insigne manco en su descripción de la belleza de Dulcinea, de quien también leímos cómo encuentra el manuscrito de Cide Hamete Benengeli; los ilustrados no dejaron de comparecer, aunque sólo fuera bajo la forma de la “Defensa de las mujeres” de Feijóo; ni tampoco los románticos, en su vertiente grandilocuente y exhibicionista (la Jarifa de Espronceda), o en la intimista de Keats y su urna griega (“La belleza es verdad y la verdad belleza, es todo cuanto sabes en la tierra y cuanto necesitas saber”); luego con el realismo nos acercamos al idilio roto de la Cordera clariniana; y con el simbolismo, al durmiente del valle, de Rimbaud, o a la apuesta musical de Verlaine (“De la musique avant toute chose”); incluso trajimos a clase el decadentismo de Huysmanns, antes de meternos en el siglo XX con Joyce y su stream of consciousness; Faulkner y su “tale told by an idiot full of sound and fury signifying nothing”; Hemingway con su thing left out, que convierte sus relatos en icebergs; el surrealismo neoyorkino de Lorca o el amatorio de Aleixandre; la cantante calva o los rinocerontes, de Ionesco, junto a los vagabundos de Beckett que, bajo un árbol de postrimerías, esperan a Godot. Todavía cerramos con los latinoamericanos y Borges nos advirtió en “El espejo y la máscara” de los peligros que acometen a quien se deja atrapar en el engañoso paraíso de la literatura, como casi le ocurre a Dante, que no quería abandonar el Purgatorio y acceder al Paradiso, para seguir hablando con Estacio… de literatura.
Aquí lo dejamos. Creo que el viaje mereció las alforjas que llevábamos y más que hubiéramos tenido. Nulla dies sine linea.
                       

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